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jueves, 22 de julio de 2021

Cada imagen es un mundo

Los capítulos que componen esta obra colectiva exploran diversos objetos culturales (fotografías, series y películas de ficción, documentales, videojuegos, cómics) fruto de la imaginación humana. Como objetos culturales, son «medios expresivos» cuya dimensión sensible, reconocible por cualquiera, ejerce una primera mediación entre autor y espectador (poeta y teórico, diría el griego). Pero esas imágenes sensibles están compuestas de tal modo que alumbran una cierta cosmovisión –imagen racional y deliberativa– conectada con todo un mundo –el nuestro– en cuya interpretación intervenimos todos, y lo hacemos juntos en la medida en que entramos en diálogo con las mismas obras.

Al participar en ese diálogo ensayamos nuestra potencia especulativa (de pensar, teorizar o imaginar diversas interpretaciones posibles, verosímiles o necesarias de aquello que observamos) y nuestra potencia práctica (de imaginar y proyectar diversas posibilidades de acción para obtener un bien y realizar nuestra propia vida). Así, al revisar en diálogo crítico nuestra imagen del mundo, estaremos prevenidos para evitar naufragar en nuestra circunstancia y procurarnos una navegación favorable a nuestro destino.

lunes, 7 de mayo de 2018

La comunicación depende de la posibilidad del perdón

El retorno del hijo pródigo, Rembrandt, hacia 1662.

«Si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos, es mía». Suele decirse de esta frase que es un proverbio árabe, aunque Eduardo Palomo en su Cita-logía se la atribuye a Anaxágoras. Sea como fuere, la frase viene a subrayar dos ideas complementarias. Por un lado, que la confianza debe ser un a priori de la comunicación y de las relaciones humanas. Dicho en modo negativo: constatamos con facilidad que la desconfianza torna el encuentro interpersonal prácticamente imposible. Por otro lado, la frase subraya también que ese a priori de confianza debe ser refrendado en la experiencia. Si el otro se revela no-veraz o no-confiable, darle nuestra confianza no sería ya virtud, sino imprudencia.

Ocurre a menudo que las personas nos equivocamos. Las equivocaciones no culpables se superan, con cierta facilidad, con una dis-culpa: el reconocimiento de que, en realidad, no había culpa, sino error. Que el error sea puntual o pertinaz es ya otra cuestión, que deriva nuestra confiabilidad en el otro no ya a su moralidad, sino a su pericia.

Ocurre también, con más frecuencia de la que nuestra mentalidad nos permite reconocer, que no sólo nos equivocamos, sino que mentimos, engañamos, ocultamos, ofendemos, agredimos o eludimos nuestras responsabilidades. Entonces no basta una disculpa, pues no se trata ahora de superar un error, sino una traición, ofensa o agresión. Eso es lo que, según el proverbio citado, no podemos obviar mirando hacia otro lado como si no hubiera pasado nada. Si lo hiciéramos seríamos imprudentes o ilusos.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Aristóteles, sobre Twitter: «No hay que discutir con todo el mundo»

Viñeta de @mlalanda.

Escuchar es para el alma lo que comer es para el cuerpo. Esta idea, al menos tan antigua como Sócrates, debería orientar nuestra dieta mediática. Pero no se trata sólo de cuidar lo que recibimos, sino también de cuidar con quién hablamos. En principio, y por principio, conviene abrirse al diálogo con cualquiera. Esta es para mí una máxima o, si se quiere, una aplicación de esa máxima moral por la que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal. Ahora bien, ocurre que los principios no siempre pueden alcanzar una aplicación a la altura de nuestros anhelos, y que el mejor bien posible en cada caso, el deber ser de cada situación, no siempre responde a nuestras expectativas (explicar el porqué de esto, habrá que dejarlo para otra ocasión).

La Ética más exigente recoge algunas claves para el discernimiento sobre el mayor bien –o el menor mal- realmente posible en cada caso, mediante fórmulas como la del «mal menor» o, en este caso, como la «defensa propia». Es por cuidado de uno mismo –por evitar recibir mal, o por evitar realizar un mal no querido- por lo que conviene no leer, escuchar o exponerse a algunas cosas o personas, y por lo que Aristóteles explica, en sus escritos sobre dialéctica, que «no hay que discutir con todo el mundo». En Twitter encontramos a diario decenas de ejemplos en los que convendría atender al consejo de Aristóteles.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Originalidad y comunicación

Autorretrato de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, 1656.
Existen tantas vocaciones como personas. Esta convicción me atacó con fuerza la primera vez que leí la entrevista de Peter Seewald a Joseph Ratzinger publicada en 1996 bajo el título La sal de la tierra. «¿Cuántos caminos puede haber para llegar a Dios?», preguntó el periodista. El entonces cardenal Ratzinger respondió: «Tantos como hombres».

La idea de que cada persona es única no era para mí nueva. Pero yo creía que cada persona estaba llamada a ser algo, a cumplir una cosa que se llama vocación y creo que esta idea está bastante extendida, porque habitualmente la palabra vocación se identifica con profesiones o actividades genéricas.

Es claro que en un sentido importante hay vocaciones genéricas, incluso naturales. Todos estamos llamados a «ser hijos», aunque algunos no parezcan saberlo, o aunque a menudo no nos comportemos como tales. Y como toda vocación en sentido fuerte, «ser hijo» no es algo que se elige, sino que, literalmente, nos lo encontramos. Y quizá estamos llamados también a ser hermanos, padres, madres… y eso es algo que, con independencia de que lo queramos o no, también nos lo encontramos. Suele hablarse además de la vocación del sacerdote, del médico, del militar, del maestro… Son de nuevo vocaciones naturales, en el sentido de que son necesarias para la existencia y perpetuación de cualquier sociedad humana.

Pero todas estas vocaciones, y tantas otras profesiones a las que llamamos también vocacionales, tienen unas formas históricas y sociales bastante precisas, vigentes, en las que parece que, mejor o peor, debemos encajar la singularísima personalidad de cada uno. Por eso la vocación parece una cosa que hacer, un dictado que copiar de alguien que previamente nos lo ha escrito.

martes, 23 de junio de 2015

Ryszard Kapuscinski: el buen periodismo y el pensamiento dialógico

Ryszard Kapuscinski y sus fotografías en Oviedo, con motivo de 
la recepción del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003.

La reflexión académica sobre el periodismo está gravemente lastrada por planteamientos cientificistas, funcionalistas y cibernéticos que nublan la dimensión personalísima de este quehacer profesional. La sociedad es entendida como una gran maquinaria y el periodismo es una función más al servicio del gran engranaje social.

Las noticias han de ser objetivas, no ya en el sentido de veraces –cosa evidente–, sino en el de impersonales, asépticas, neutrales, liberadas de toda pretensión de moralidad y de personalidad. Como los análisis clínicos o las pruebas de laboratorio. Durante años se ha considerado un rasgo del estilo noticioso lo que propiamente es ausencia de estilo, es decir, el estilo impersonal. La noticia pura no debía ser firmada, para subrayar que no importa quién la escribe, pues sólo importan los hechos y los datos, científicamente ordenados conforme a la pirámide invertida.

Durante mis estudios de doctorado traté de buscar otros fundamentos en los que asentar una Teoría de la Comunicación con un rostro más humano. Encontré en el pensamiento dialógico esa fuente. Supe entonces que el modelo básico para comprender la comunicación social no es la comunicación entre máquinas (Modelo matemático de la información) ni la comunicación entre animales (Modelo funcionalista, fórmula de Lasswell), sino el diálogo interpersonal. Y supe que la filosofía del diálogo es la matriz desde la que comprender la comunicación social.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Identidad personal, mundo digital y comunicación pública

Peter Steiner en The New Yorker, 1993. En ésta, considerada 
la primera viñeta sobre internet, ya aparece la cuestión de la identidad.
«El periodismo quiere ser ciudadano, la publicidad quiere ser contenido, la propaganda quiere ser participación, el entretenimiento quiere ser interactivo, los usuarios quieren ser medios, los medios quieren conversar. Los viejos paradigmas que definían las identidades y funciones de los agentes de la comunicación pública han saltado por los aires y hoy toca repensarlos con cierta urgencia».

Este acertado diagnóstico que nos compartió José Luis Orihuela en eCuaderno (Repensando la identidad en el mundo digital) fue recogido por Juan José García-Noblejas para ofrecernos una respuesta tentativa: Repensar la comunicación pública desde la identidad personal. A continuación, parafraseo sintéticamente algunas de sus ideas:

  • Ante la tendencia a la dispersión o al reduccionismo, cabe repensar la comunicación pública, sus modos, soportes y medios desde una perspectiva integradora, que busque dar sentido unitario a lo que aparece como un panorama abierto y variopinto.
  • Desde una perspectiva profesional y académica, cabe razonar en torno a un campo disciplinar que aporte sentido integrador, centrando la atención en algunos rasgos de nuestra identidad como personas.
  • Reorientar la reflexión desde la perspectiva del poder a la del saber: aunque se haya hablado de la verdad, pero como algo ya poseído, y menos como algo buscado; se ha hablado poco de la comunicación pública como algo relacionado con la vida y la libertad de las personas.
  • La hipótesis: el elemento integrador puede ser el de repensar la comunicación pública como el conjunto de acciones que las personas libres e históricamente situadas realizan buscando el saber con verdad como aportación específica al bien común de todos los implicados.

viernes, 21 de marzo de 2014

'Caché', de Michael Haneke: la violencia de la incomunicación

George (Daniel Auteuil) y Anne (Juliette Binoche) en una de las secuencias clave de la película.

«¡Álvaro! La semana que viene proyectamos la película Caché y tienes que venir a comentarla. Habla sobre la violencia de la incomunicación tal y como la planteas en tu tesis». Así me obligó mi colega Juan Pablo Serra a decirle «Sí» y participar en el Ciclo de Cine que dirige en la Universidad Francisco de Vitoria, este año con el lema En camino.

Caché (Michael Haneke, 2005) es una película notable [IMDb, Filmaffinity], aunque de construcción atípica, por lo que el espectador debe concienciarse: si quiere disfrutarla, ha de poner de su parte. Georges, un hombre de éxito en la televisión, vive en una casa enorme en el centro de París junto con su mujer y su hijo adolescente. Todo parece ir bien, cuando empieza a recibir unos vídeos anónimo en los que aparece con su familia acompañados con dibujos alarmantes de oscuro significado. El modo en que Georges afronta esta situación y las consecuencias que eso podría tener en su vida personal y profesional es lo que conecta con el tema de la violencia de la incomunicación.

viernes, 17 de enero de 2014

La comunicación madura en un clima de veracidad y confianza

Robert Doisneau, París, 1956.
Mientras vigilo un examen final, un alumno levanta la mano: quiere consultarme una duda sobre el enunciado de una pregunta. Camino por la Gran Vía madrileña y dos enormes y jóvenes extranjeros se acercan a mí con un mapa hablándome en algo que suena como el alemán. Tomo una carretera secundaria, con un carril en cada sentido, y un hombre con chaleco amarillo y casco de obrero me indica con una señal de tráfico sostenida por un palo que continúe conduciendo, pero por el carril contrario al sentido habitual. Son tres situaciones comunicativas distintas, reales y cotidianas. En los tres casos, la confianza mutua y la veracidad de todos los sujetos implicados resulta crucial para el éxito de la interacción.

El ser humano está dotado de una intimidad que se manifiesta en su cuerpo: en lo que hace y en cómo lo hace, en lo que dice y su timbre y su ritmo, en sus ojos y su mirada, en los gestos y la fisonomía de su rostro. Cuando se comunica –sea por el medio que sea–, puede articular su expresividad respetando esa interioridad o tratando de ocultarla; puede tratar de mostrarse como es… o como no es. Que haga lo primero o lo segundo no es sólo una cuestión de veracidad o autenticidad personal. Es también una cuestión de confianza.

¿Qué significa ser veraces?


Cabe entender la veracidad en tres sentidos; y los tres son comunicativamente relevantes. El primero tiene que ver con lo dicho, con el contenido de la comunicación. Se expresa con veracidad quien manifiesta abiertamente su grado de convicción con respecto de lo que dice y es capaz de justificar esa convicción. Es veraz quien reconoce dudas cuando duda; y quien está seguro y es capaz de expresar por qué, cuando está seguro. En este sentido, la veracidad con el otro presupone la honestidad con uno mismo: revisar nuestras propias convicciones y ser capaces de distinguir entre nuestras conjeturas y opiniones y nuestras auténticas certezas. Paradójicamente, el compromiso de nuestra palabra para el otro nos obliga a revisarnos a nosotros mismos. Sin embargo, expresar alguna verdad no es todavía condición suficiente para ser veraces. ¿Qué perseguimos cuando decimos alguna verdad? ¿Cuál es nuestra intención?

Aparece, inmediatamente vinculado a lo anterior, un segundo sentido: la veracidad tiene que ver con la intención por la cual nos comunicamos. Comprender a alguien implica no sólo comprender lo que dice, sino también el sentido por el que lo dice, el para qué, su intención y finalidad. La finalidad habitual de la comunicación busca entendimiento, comprensión y colaboración entre quienes se comunican. Eso presuponemos en los tres casos con los que abría esta nota y, sin embargo, pueden estar traicionando nuestra suposición. Por ejemplo: el alumno tal vez me pregunte por una duda real... pero no con ánimo de que yo se la resolviera, sino de distraer mi atención para que otro alumno que quede a mis espaldas pueda copiar; o para hacer llegar su pregunta, mediante un micrófono-receptor oculto en su oído, a un compinche que le dictará una respuesta por ese mismo dispositivo. Por lo tanto, aunque el contenido de la expresión del alumno se ajusta a su situación real, su intención, oculta e inconfesable, introduce una falsedad que enturbia nuestro encuentro. No basta decir verdades para ser veraces.

Finalmente, podemos hablar de veracidad en un tercer sentido más radical que los anteriores en cuanto que el contenido y la intención radican o se anclan, en última instancia, aquí. En este plano, somos veraces cuando nos expresamos de tal forma que nos presentamos mostrando quiénes somos, sin merma ni desviación. Al comunicarnos, manifestamos un modo de ser que es reconocido y tematizado por el resto de los interlocutores hasta el punto de que ellos, legítimamente, esperan encontrar de nuevo eso mismo en sucesivas comunicaciones o encuentros con nosotros (Erving Goffman, La presentación de la persona en la vida cotidiana, 1959). Cuando los otros van confirmando que somos como manifestamos ser, vamos acumulando un crédito que puede sustanciarse en confianza.

miércoles, 1 de enero de 2014

El diálogo: la aventura por un «logos compartido»

Antiguas bicicletas, Art Postman.
Cuando alguien pronuncia la palabra "bicicleta", nuestra memoria
recupera un concepto o imagen mental asociado a nuestras
experiencias pretéritas con bicicletas reales o representadas por otros.
«Supongamos, por ejemplo, que tú y yo estamos caminando hacia la biblioteca y que, de repente, yo te señalo unas bicicletas apoyadas contra la pared del edificio. Muy probablemente, me dirás: “¿Qué pasa?” [...] Sin embargo, si algunos días antes te peleaste con tu novio de manera especialmente desagradable y los dos conocemos este hecho y, además, una de las bicicletas es la del susodicho –cosa que también reconocemos los dos-, entonces el mismo gesto de señalar, en la misma situación física, puede querer decir algo muy complejo como, por ejemplo, “tu ex novio está en la biblioteca (de modo que mejor no entremos)”. Por el contrario, si una de las bicicletas es la que te robaron no hace mucho y los dos conocemos este hecho, el mismo gesto de señalar tendrá un significado totalmente diferente. También podría suceder que nos hubiéramos preguntado el uno al otro si la biblioteca estaría abierta tan tarde, y entonces mi gesto de señalar la presencia de muchas bicicletas en el exterior indicaría que sí está abierta» (Michael Tomasello, Los orígenes de la comunicación humana, Katz Editores, Madrid, 2013, p. 14).

¿Cómo es posible que un mismo gesto, el de señalar una determinada realidad física, pueda significar cosas tan distintas y, sin embargo, la comunicación –salvo en el primer caso– resulte clara y efectiva? Algunos autores dirán que esto se debe al contexto físico. Y es verdad. Toda comunicación se da en un contexto concreto, y sin él, no comprendemos nada. Sin embargo, en estos ejemplos el contexto espacio-temporal es exactamente el mismo. Es otro tipo de contexto el que hemos sido capaces de poner en común para que ese gesto logre su sentido comunicativo. El contexto común que resultaba necesario es el de una experiencia previa que ya habíamos compartido -“la pelea con el novio” o “el robo”- y que habíamos interpretado más o menos de forma similar –“no te apetece en este momento ver a tu ex novio “ o “quieres recuperar tu bicicleta”-. Es decir, para que ese gesto mío de señalar la bicicleta adquiera pleno sentido, y yo debemos:
  1. Hacernos cargo de la realidad que estoy señalando,
  2. interpretar por qué eso que estoy señalando es significativo para nosotros y 
  3. comprender el gesto mío como el medio expresivo por el cuál te quiero compartir mi interpretación sobre esa realidad.
Los griegos tenían una expresión para referirse a estas tres cuestiones: logos. El logos remite, en su sentido más fuerte, al «orden y sentido de la realidad». En un segundo sentido, los griegos llamaron logos al «orden y sentido de nuestro pensamiento», en la media en que este es capaz de interpretar adecuadamente el logos de lo real. De ahí que hoy llamemos a algunas ciencias bio-logía, zoo-logía, teo-logía, etc. Por último, logos significaba también para los griegos «orden y sentido de nuestra expresión», y puede usarse como sinónimo de «palabra», «verbo» o «discurso».

viernes, 27 de diciembre de 2013

Los «innumerables otros» que llevamos dentro

Notas para un autorretrato (Álvaro Abellán).
Mi amigo Salvador me habló el otro día de «los innumerables otros, que decía Irene». Es verdad que Irene quería escribir sobre los innumerables otros de C. S. Lewis, aquellos a los que el escritor debía en buena medida el llegar a ser quien había llegado a ser, algunos de los cuales eran amigos notables y otros, admiradores con quienes el autor se carteaba. Lo que supongo que Salvador no sabía es que esa expresión la tomó Irene de mí.

El caso es que no tengo ningún derecho a reclamar la autoría porque, aunque llevo años hablando de los innumerables otros que llevo dentro, el otro día re-descubrí de quién la tomé yo. Al ver el texto –pero sólo después de verlo– caí en la cuenta de que debo esa genial expresión a mi querido Benedetti. Ahí no acaba la cosa: don Mario reconoce su deuda con Fernando Pessoa. Y aquí, ya sí, pierdo el rastro. Fernando->Mario->Álvaro->Irene->Salvador. Con dos rupturas ya subsanadas en este camino... y cuánto invisible e irrecuperable habrá pasado antes, después y durante esta cadena causal que ahora hemos señalado.

El contenido de la expresión «innumerables otros» sufre diversas mutaciones al ser asimilado por cada uno de nosotros. En Pessoa el drama está en afirmar su voz y callar al resto, en tratar de ser él mismo. Benedetti, a pesar del caos y las peleas que eso conlleva, agradece -con su ironía- la presencia de sus «innumerables otros», gracias a los cuales no se queda «solitario y poquito». Irene me tomó prestada la idea en el sentido que ya te he contado. Aún debo entender mejor de qué habla Salvador.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La «intencionalidad compartida» como «infraestructura» de la comunicación

Edward Hopper, Office at night, 1940.

Michael Tomasello lleva más de 30 años estudiando los procesos cognitivos aplicados al aprendizaje social y los procesos cognitivos comparados (niños y grandes simios). En sus conferencias sobre Los orígenes de la comunicación humana (Katz Editores, Madrid, 2013) plantea que la «infraestructura» básica evolutiva que hace posible la aparición de la comunicación humana supone lo que algunos filósofos de la acción llaman «intencionalidad compartida», que supone la «cooperación» en el contexto de un «nosotros». Esa intencionalidad compartida es uno de los requisitos imprescindibles que nuestra Teoría Dialógica de la Comunicación propone para hacer posible una comunicación auténtica. ¿En qué consiste esto de la intencionalidad compartida?

domingo, 15 de diciembre de 2013

Lograr nuestra presencia para el mundo: el saludo zulú

Fuentes: Foto1, Foto2, Foto3, Foto4.
«¿Vivir en diálogo significa ajustarnos a la plena condición humana?» Esta es la pregunta radical a la que debemos enfrentarnos cuando abordamos el papel que juega la comunicación en la vida de las personas y en el desarrollo comunitario y social. Ya abordamos la necesidad de una Filosofía de la Comunicación y empezamos a listar las exigencias para una comunicación auténtica hablando de la escucha activa y el silencio interior con Momo. Hoy quiero compartirte otra condición necesaria para una comunicación plena: la presencia intencional. Nos ayudará a comprender su valor el ya legendario saludo zulú.

Entiendo por presencia intencional el acto consciente y libre de querer ponernos por entero en la comunicación con los demás. La voluntad de presentarnos ante el otro sin máscaras, ni ocultamientos, ni roles, desde una plena autenticidad personal (Buber). No se trata de ser espontáneos, en el sentido de no pensar lo que hacemos o decimos; más bien al contrario: se trata de ser plenamente conscientes de que estamos definiéndonos en lo que decimos y hacemos; se trata de caer en la cuenta de que nuestro destino personal consiste en quiénes somos y llegamos a ser para los otros.

Martin Buber, diciendo a un tiempo muchas más cosas, toca esta cuestión cuando explica algunas condiciones para un diálogo auténtico:
«[en el diálogo auténtico] acontece la dirección hacia el compañero, en toda verdad, como dirección hacia el ser […] Referirse a alguien significa ejercer la medida de presentificación que es posible al hablante en ese instante [y, a la inversa…] hacer presente al Otro como persona total y única [… y de esta forma] lo acepta como su compañero, y esto significa que lo confirma en su propio ser [… le dice] sí en cuanto persona […] Por lo demás, si ha de surgir un auténtico diálogo, cada uno de los que participen tiene que introducirse a sí mismo en él […] ha de prestar la contribución de su espíritu sin merma ni desviación» (Martin Buber, Diálogo y otros escritos, pp. 86-87).
Esto pasa por reconocer que dudamos, si es que dudamos; que estamos seguros de algo, si es que lo estamos; por mostrar nuestras convicciones sin miedo y respetar la palabra del otro sin negarle que discrepamos; por reconocer también nuestros acuerdos y adhesiones; etc. En definitiva, se trata de encontrar el mejor yo que llevamos dentro y que podemos ofrecer en cada momento –único e irrepetible– a quien tenemos delante. Esa voluntad de estar presentes se manifiesta ya en el modo en que escuchamos y acogemos al otro, cuando además del cuerpo traemos a la conversación toda nuestra atención, memoria, voluntad, sensibilidad, etc. Pero la presencia intencional, además de acogida, supone riesgo y disponibilidad, entrega (López Quintás). En este doble juego de acoger y entregarnos vamos descubriendo y desplegando nuestra personalidad: vamos conformando la persona que llegamos a ser.

¿Y qué tiene que ver el saludo zulú en todo esto? En torno a él se ha construido toda una leyenda muy presente en el mundo del coaching y el desarrollo personal. El zulú es una lengua bantú meridional hablada por unos nueve millones de personas, el 95% de los cuales se encuentra en Sudáfrica. El sentido comunitario de esa lengua se manifiesta en el modo en que intentamos traducir algunas de sus expresiones. Por ejemplo: «sawubona» es su forma de decir «hola», aunque en realidad significa algo así como «te veo» o «te vemos». Es decir: el saludo empieza por reconocer la presencia del otro. A ese saludo sigue esta respuesta: «sikhona», que podemos traducir como «estoy aquí (para ser visto)». Esta manera de saludarse responde a una forma muy definida de comprender qué es el ser humano: «Umuntu ngumuntu nagabantu», es decir, que «una persona es esa persona por razón de las demás».

No parece accidental que el saludo empiece por el reconocimiento de la presencia de otro, puesto que así empieza todo acto comunicativo. Este reconocimiento, además, no sólo es singular (te veo), sino comunitario (te vemos). El sujeto del «te vemos» es la comunidad viva y la pretérita. Vemos con los ojos de nuestros compañeros de hoy pero también con los del pasado y, quizá, con los ojos de los dioses. Vemos culturalmente. Cuando somos vistos por otros es reconocida nuestra existencia no sólo por parte de los otros, sino también para nosotros mismos: cobramos conciencia de que existimos como seres humanos cuando otro ser humano nos descubre, reconoce y trata como tales.

Si intentamos escudriñar lo invisible que acontece en el saludo zulú distinguiremos cuatro momentos que, por cierto, están íntimamente relacionados son los que descubrimos al analizar el dinamismo del encuentro (y el despertar de nuestra vocación) al comentar un corte de la película Veredicto final.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Protocolo socrático: el diálogo público, fuente de ejemplaridad

Bruno Barbey, The Italians, Florencia, 1964.
Sócrates es considerado uno de los padres de Occidente. La Filosofía, la Política, la Ética y la Educación, en las formas más nobles que ha dado Europa, no son concebibles sin su huella. Todas las tendencias intelectuales posteriores a él reclaman su liderazgo e inspiración. Incluso cuando Occidente se ha negado a sí mismo, ha tenido que hacerlo en combate con el ciudadano ateniense. La crisis europea -y española- es una crisis de fundamentos; y los fundamentos se recuperan actualizando su origen.

Sócrates entendía que la vida buena, creativa, justa y feliz, tanto de la persona como de la comunidad política, es fruto de analizar la consistencia de los argumentos y de examinar la propia vida. Eso le movía a escuchar al otro y a dialogar con quien piensa distinto para buscar el libre examen sobre lo que pensamos y lo que perseguimos. Por eso buscaba el debate y la discusión a corazón abierto, cuyo único límite es el juicio en conciencia sobre la verdad y el bien posibles.

El pensar crítico y creativo exige la comunicación y la deliberación públicas. Es el compromiso de muchos por el bien común de todos, a la luz de todos, con la participación de todos. Eso nos permite encontrar juntos las respuestas más eficaces y nos obliga a renunciar a las miradas particulares. En el diálogo comprometido aparecen las mejores respuestas, sean económicas o políticas, de presente o de futuro. ¿Dónde damos opción a ese diálogo?

lunes, 4 de noviembre de 2013

La tesis sobre Teoría Dialógica de la Comunicación, ya en pdf

Dicen los medievales que “el bien es difusivo de sí”. Los padres fundadores de internet sostenían este principio: “Si tienes algo bueno y crees que le puede interesar a otro, compártelo”. Aunque es discutible que todo lo que nos interesa sea bueno, creo que ambos principios están muy relacionados. El segundo (un principio moral) puede considerarse como un corolario del primero (una afirmación metafísica). Por eso, una de mis inquietudes cuando defendí mi tesis es que estuviera disponible para todo el que quisiera asomarse a ella. No precisamente porque esté seguro de que sea buena, sino más bien porque si el tema no va más allá de esta entrada tendré la convicción de que no merece la pena y podré dedicarme a otra cosa.

Personalmente no me atrevo a recomendársela a nadie, porque soy consciente de que ni es una lectura amable –tiene todas las limitaciones de un texto académico– ni es ninguna “cumbre”, no ya del pensamiento sobre comunicación, sino de mi joven vida académica. Quizá me atrevería a hacer una excepción, para aquellos que, como yo, padecen de vez en cuando de insomnio. A ellos sí les invito a probar la obra, con dos posologías alternativas: a) intentar leerla; y b) tumbarse en la cama y dejarla caer sobre la cabeza desde una altura aproximada de 25 cm.

Sin embargo, dos razones me obligan a "dar noticia" de la obra a los mortales que son capaces de dormir a pierna suelta. La primera es que, a la espera de una edición más amable, sintética y madurada, esta tesis supone un primer paso en una dirección que los estudiosos consideran urgente y prioritaria: hacer dialogar las “teorías de la comunicación” con la Filosofía. La segunda razón es que mis mayores (maestros y colegas con mucha más experiencia que yo y que se han atrevido a hincarle el diente a la tesis) insisten en que debo ponerla a disposición de los estudiosos, porque en el diálogo con la comunidad académica adquirirá su verdadera dimensión (sea esta la que sea).

La tesis, en crudo, es sencilla, y nos permite comprender la posible actualidad de la obra: hasta ahora hemos pensado la comunicación social tomando como “modelos” básicos la comunicación animal, la cibernética y los medios masivos. Sin embargo, el modelo original y más fecundo para comprender la comunicación social sólo puede ser la comunicación específicamente humana y, más concretamente, el diálogo interpersonal.

domingo, 6 de octubre de 2013

El Coaching Dialógico ya tiene un manual de referencia

Portada del libro Coaching Dialógico.
ALONSO, Susana; ABELLÁN-GARCÍA, Álvaro; AGEJAS, José Ángel; MÁRQUEZ, Natalia; PEETERS, Nadia; REVUELTA, Pilar; ÁLVAREZ CAMPILLO, Juan Carlos; MARTÍNEZ, Carmen.
Coaching Dialógico
LID Editorial, colección acción empresarial
Madrid, 2013.
[Disponible en papel y en eBook]
[Extracto]

El libro Coaching Dialógico es fruto de 10 años de experiencia en desarrollo personal y otros tres de investigación interdisciplinar para crear una escuela con una sólida fundamentación antropológica. Filósofos, psicólogos y coach de diversas escuelas hemos trabajado juntos para alumbrar un nuevo estilo de coaching, el primero gestado en España, cuyos ciclos de formación -por ahora siete ediciones- confirman su enorme potencial para acompañar a las personas en su camino de plenitud.

Ya expliqué en LaSemana.es qué me llevó a formar parte de ese equipo. Mi convicción de que es en el diálogo auténtico donde cada uno de nosotros descubrimos quiénes somos, quiénes queremos llegar ser y cómo llegar a serlo, tuvo mucho que ver. Mi tesis doctoral, que busca fundamentar una Teoría Dialógica de la Comunicación, fue un hallazgo para quienes gestaban este modelo. Su invitación a incorporarme al proyecto de investigación era una llamada que no podía dejar de escuchar. Ahora quiero compartir contigo, muy sintéticamente, el valor distintivo de esta escuela de coaching, así como lo que te puedes encontrar si adquieres el libro.

El coaching es una práctica profesional emergente que nace en el ámbito deportivo, en disciplinas donde el inner game (el juego interior), es especialmente importante: tenis, esquí, golf… El mundo de la empresa importó la idea con enorme éxito, lo que ha permeado otros ámbitos: el acompañamiento terapéutico, el coaching de equipos, educativo, familiar, life coaching, etc. El coach es una persona formada para ser un entrenador personal que acompaña al cliente o coachee en el proceso de identificar sus retos, metas e ideales, trabajar sobre su propósito vital, valorar diversas opciones y desarrollar su capacidad creativa, diseñar planes de acción, ejecutarlos, valorar los resultados y… vuelta a empezar.

martes, 30 de julio de 2013

Que la palabra sea acción y la acción, palabra

Martin Luther King, East News PPCM, 1966. ¿Hombre de palabra u hombre de acción?
«Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos», reza una expresión medieval. Con ello, denuncia la hipocresía, pero nos recuerda también algo importante: palabra y acción, en el ser humano, deben ir de la mano. Un buen ejemplo es el de Martin Luther King: ¿Fue un hombre de palabra o un hombre de acción? Decir que fue las dos cosas es verdad, pero no es todavía suficiente. No sólo es que dijera cosas y que, además, hiciera cosas. Es que sus palabras fueron una acción muy poderosa... y sus actos fueron más locuaces que los de innumerables otros.

La mentalidad moderna, de marcada actitud analítica, ha separado casi todos los órdenes de la vida. Analizar (dividir un todo en sus partes) es necesario para conocer; pero si luego no rehacemos el todo, quedamos desquiciados. Así ha ocurrido con el par de conceptos palabra-acción. Hoy parecen contrapuestos. Sin embargo, una y otra son realidades que, en cuanto humanas, resultan inseparables.

Los antiguos sabían que la palabra es una forma de acción. Muchos pensaban, incluso, que es la acción más propiamente humana, pues nos distingue de los animales. Éstos pueden ser más rápidos, más eficaces, más peligrosos, mejores supervivientes… y se comunican mediante un código infalible, unívoco, claro, sin posibilidad de error. Pero su código no es palabra. No es creativo, no inaugura mundos de posibilidades insospechadas, no crea cultura, ni ciencia, ni historia. Su palabra no es como la del hombre que «tiene palabra» (Aristóteles, Política, I), es decir, que es capaz de prometer y cumplir su promesa, de anticipar el futuro desde el presente. Mediante la palabra, y en diálogo, los hombres discernimos lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo conveniente y lo inconveniente y, de ese modo, fundamos la convivencia familiar y social, la amistad y el amor. Mediante la palabra vinculamos pasado, presente y futuro, tiempo y eternidad, burlando las exigencias del cronómetro. Por eso conviene recordarnos a nosotros mismos que las palabras no son sólo palabras, sino acción.

sábado, 13 de julio de 2013

Helen Keller: una palabra… y nace el mundo

Helen Keller, con 76 años, sostiene un libro escrito en Braille. Hulton Archive / Getty Images, 1956.
Helen Keller nació en Alabama durante el verano de 1880. A los 19 meses de vida cayó enferma y el médico determinó que no sobreviviría. Unos días después superó la fiebre y entre la alegría general que se extendió por toda su casa nadie intuyó que Helen no volvería a ver ni a oír. Helen quedó para siempre ciega y sorda.

A los cinco años, su necesidad de expresarse y comunicarse excedía sus posibilidades reales de relación, por lo que caía en constantes accesos de cólera y no pasaba ni una hora de su vida sin sufrir alguna crisis. Parientes y amigos dudaban de que Helen pudiera recibir educación o instrucción alguna. Sus padres no dudaron. Después de mucho investigar dieron con Alexander Graham Bell (sí, el del teléfono), quien se comprometió a encontrar una maestra para Helen. Así fue como Anne Sullivan apareció en la vida de Helen Keller el 3 de marzo de 1887. Maestra, cuidadora, compañera de juegos, acompañante… No podríamos entender la vida de estas dos mujeres sin ponerlas en relación mutua.

La primera tarea de Sullivan, además de acoger cariñosamente a Helen, fue la de enseñarle el lenguaje. Deletreaba palabras con su dedo en la mano de Helen, aunque ésta aún no sabía que cada palabra se correspondía con una realidad determinada. Tampoco sabía qué era eso de «una palabra». Un día, Helen se encolerizó porque no acertaba a deletrear lo que Sullivan escribía en su mano, y estampó una muñeca contra el suelo, haciéndola añicos. «Yo no había querido a la muñeca –relata Helen-. En el mundo del silencio y de tinieblas en que vivía, no existía la ternura, ni ningún sentimiento definido».

Sullivan se llevó a Helen a la calle. Alguien sacaba agua de un pozo y la maestra le colocó una mano bajo el chorro. Cogió la otra mano y sobre ella deletreó agua. Water, en realidad. Varias veces. Lentamente. Helen se concentró en el movimiento de los dedos de su maestra:
«Súbitamente –escribe Helen- me vino un confuso recuerdo, de cosa olvidada hacía mucho tiempo; de golpe, el misterio del lenguaje me fue revelado. Supe ya que agua era aquella frescura maravillosa que me bañaba la mano. Esta palabra cobró vida, hacía la luz en mi espíritu, y lo liberaba, llenándolo de júbilo y de esperanza. […] Todo objeto tenía un nombre, y todo nombre evocaba un nuevo pensamiento. Todo cuanto tocaba en el camino de vuelta a casa me parecía que palpitaba y tenía vida propia […] Al entrar en casa me vino a la mente la muñeca rota, fui a tientas a recoger los fragmentos y traté en vano de volverlos a unir. Se me llenaron de lágrimas los ojos, porque comprendí lo que había hecho y, por primera vez en mi vida, conocí el pesar y el arrepentimiento» (2012: 32).

martes, 16 de abril de 2013

Momo: maestra de escucha y silencio interior

No he encontrado al responsable de esta edición (ni al  ilustrador). Si lo conocéis, avisadme, para recomendarlo. ;)

La escucha activa es un tema recurrente tanto en las técnicas de comunicación interpersonal como en las de negociación, de convivencia familiar, etc. Sin embargo, es un tema poco trabajado en el ámbito de la comunicación social. Quizá la razón es que parece algo evidente: sin escucha no hay comunicación. El comunicador debe saber escuchar (a otros, a la realidad, a sí mismo) para poder decir algo. Dicho con radicalidad: cualquier palabra valiosa es hija de la escucha. Y esa máxima vale para un profeta y para un tuitero, pasando por un periodista, un publicitario o un guionista. Sin embargo, el tema no es tan evidente (como reflejan los estudios sobre negociación o sobre comunicación interpersonal), porque hay diversas formas de escuchar, así como diversos grados o niveles de escucha. En última instancia, la escucha radical exige algo que es muy difícil, y que está más allá de toda técnica. La escucha radical exige silencio interior.

domingo, 20 de enero de 2013

Crítica, fundamentos y corpus disciplinar para una Teoría Dialógica de la Comunicación

Fotografía: Álvaro Abellán. Metro de Nueva York.
Quiero compartir contigo la alegría de ver publicada la primera reseña académica sobre mi tesis doctoral. La autora, mi colega Elena Pedreira, presenta sintéticamente en el nº 8 de la revista Comunicación y hombre el objetivo y el contenido de la tesis. Así comienza su análisis:
«El profesor Álvaro Abellán-García Barrio afronta en este libro el estudio de su materia docente, un trabajo intelectual avalado por años de investigación en este campo. El núcleo central de la obra orienta una propuesta original e inédita. No en el tema, como podemos comprobar si nos tomamos la molestia de hacer un recorrido por la investigación sobre comunicación tanto en nuestro país como en el ámbito internacional; pero sí en el planteamiento, que resulta tan provocador como necesario. La idea central defendida por el autor es la de ofrecer una nueva Teoría de la Comunicación, superando la fragmentación en los estudios que desde inicios del siglo XX se vienen dando en la materia. Una nueva Teoría entendida en clave dialógica, abierta y dialogante, que entabla relación con otras perspectivas, capaz de dar una visión integral del hombre y de sus relaciones con el mundo, los otros y Dios; que da respuesta a las causas próximas y últimas de la comunicación; que atiende a los efectos, pero también al sentido de la comunicación sin olvidar los porqués y los cómos». [Leer la reseña completa]
Tuve el honor de que la doctora Pedreira formara parte del tribunal de mi tesis; me consta que hizo una lectura profunda y crítica de la obra y que conoce sus implicaciones como pocas teóricas en este campo.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Filosofía de la comunicación: existencialismo, personalismo y pensamiento dialógico

"Skrik" (El Grito), de Edvard Munch, 1893.
«Hasta hoy la historia se ha caracterizado por un ligamen entre los hombres, ya fuera en el seno de sociedades e instituciones o mediante un espíritu general. Incluso el solitario gozaba, por decirlo de alguna manera, de un sostén en su soledad. La actual disolución se manifiesta en el hecho de que crece la incomprensión, las personas se encuentran y se alejan unas de otras en la más absoluta indiferencia, y no queda comunidad ni lealtad digna de confianza» (Karl Jaspers, 1938). 

La primera mitad del siglo XX ve nacer una serie de obras filosóficas originales que, compuestas por diversos autores (algunos de los cuales no llegaron a conocerse ni leerse), coinciden en denunciar los excesos de la modernidad, en profetizar las terribles consecuencias políticas y sociales a las que esa forma de pensar conduciría (II Guerra Mundial) y en proponer una renovación espiritual para Europa desde categorías intelectuales muy similares. Esa paradójica comunión de espíritu y diversidad intelectual hizo que surgieran varias etiquetas para identificarlos, y que todas ellas encierren algo de ambigüedad. Ahora resulta importante destacar que todas las obras de las que hablamos nacen animadas por un espíritu de denuncia y de propuesta común que trasciende a sus autores individuales y que les vincula en un movimiento histórico que les envuelve y trasciende.

Aquellas obras eran (son) plenamente actuales en cuanto que proponen una filosofía nueva que asume los descubrimientos y desarrollos filosóficos de los últimos siglos dándolos de sí hasta configurar un vocabulario y unas categorías intelectuales que rompen los límites que la Modernidad se había auto-impuesto. Pero estas obras resultaron, también, marcadamente antimodernas por su enconada denuncia de algunos planteamientos reductivos de nuestro tiempo: empirismo, idealismo, racionalismo, materialismo, funcionalismo… Todos los ismos que denunciaron tienen en común el vaciar al hombre de su intimidad, el convertirlo en masa, de tal forma que en una aparente unidad (medios de comunicación, igualitarismo, pertenencia a una ideología...) los hombres se encontraban más solos y perdidos que nunca. Todos ellos son, aunque quizá nadie hasta ahora lo había formulado así, filósofos de la comunicación, puesto que el filósofo se enfrenta siempre a lo problemático, y lo problemático entre los hombres del último siglo ha sido «esa angustia por la falta de comunicación, y esa satisfacción única cuando ésta se produce» (Jaspers).