miércoles, 26 de junio de 2013

El dinamismo del encuentro: cuatro primeros cambios que nos abren a la plenitud



Los filósofos del diálogo sostienen que la plenitud de la vida humana se da en el encuentro. ¿Qué quieren decir con esto? Evidentemente, no se refieren a la mera conversación o trato humano, sino a una forma específica de relacionarnos con los otros que nos permite descubrir quiénes queremos ser y cómo llegar a serlo. Esa forma de encuentro no hay que buscarla en lo visible o en la superficie, sino en lo invisible. Algo que no se ve a primera vista, pero que nos revela en lo que vemos y que es lo realmente determinante para nuestra vida. ¿Cuáles son esos cuatro cambios que se dan en el encuentro con otro y que nos abren a la plenitud de nuestra vida?

El pasado sábado fui invitado para hablar de este tema con una veintena de coaches que actualmente se están formando en el Ciclo Fundamental de Coaching Dialógico® desarrollado por el IDDI de la Universidad Francisco de Vitoria. Para entrar en materia, vimos juntos esta secuencia de la película Veredicto final, protagonizada por Paul Newman y dirigida por el maestro Sidney Lumet.

El abogado Frank Galvin (Paul Newman) está desahuciado, enajenado en su propia vida, alcoholizado. Lleva años aceptando casos fáciles para pactar antes de ir a juicio, cobrar su comisión y sobrevivir, sin tener muy claro si merece la pena hacerlo. Así pretende enfrentarse a su nuevo caso: una clara negligencia médica ha dejado a una niña en cama, con muerte cerebral. Frank va al hospital, toma unas fotos de la niña y, en ese preciso momento, se re-encuentra con su vocación: “soy su abogado”, dice. Irá a juicio y tratará de que se haga Justicia. ¿Qué ha pasado? En el ámbito de lo meramente visible, nada. En el ámbito de lo estrictamente personal, todo. La secuencia, cinematográficamente hablando, es magistral, pero dejaré ese tema para el final de esta entrada. Ahora quiero centrarme en la anatomía del encuentro: el destilado de los cuatro cambios que se operan en la realidad, fruto del encuentro de este abogado con su cliente.


Cuatro transfiguraciones que elevan la vida humana a su plenitud


Primer cambio: la mirada del abogado transfigura la realidad mirada. Una paciente, un cliente, una niña con muerte cerebral, es ahora protagonista de una causa. Quien ha padecido una injusticia, se convierte en causa de la Justicia. Es para nosotros un misterio qué ha provocado la chica, o qué había en el abogado, para que surja esa posibilidad. Sí sabemos cómo entrenar nuestra mirada para fomentar esto en nuestra vida.

Una mirada abierta a la posibilidad del encuentro tiene tres características: profundidad (capacidad para ver más allá de la apariencia, de la superficie, de lo que se ve a primera vista), amplitud (capacidad para encontrar las conexiones de una realidad con uno mismo y con otras realidades sin las cuales no tiene sentido) y largo alcance (capacidad para superar el cortoplacismo y proyectar un futuro fecundo). Una mirada así es capaz de transformar lo anodino, aburrido o, en este caso, casi inerte, en fuente de riqueza, valor, desarrollo humano. En coaching, trabajar con la mirada del coachee (o cliente) es fundamental.

Segundo cambio: la realidad transfigurada transforma la actitud del abogado hacia ella. En el momento en que el abogado ve en la niña no sólo una forma de hacer dinero, sino a una víctima, un ser humano vulnerable y necesitado, una causa de Justicia, sólo entonces, deja de verla como una posibilidad de hacer dinero y pasa a tratarla con una triple actitud: respeto, estima y colaboración. Es esa actitud del abogado hacia la niña la que permite un…

Tercer cambio: al cambiar de actitud, el abogado (re)descubre su vocación. La expresión “soy su abogado” no es en esta secuencia una constatación jurídica. Es una conversión personal. Es una rehabilitación vocacional. Es un pasar del sinsentido al sentido. Frank Galvin ha sido radicalmente transfigurado por este encuentro. Literalmente, este encuentro permite a Galvin (re)conocerse y hacer ya, inmediatamente efectiva, su vocación. Su vida tiene en ese momento plenitud de sentido. Deberá cambiar muchas cosas, y eso será gradual, con dificultades y tropiezos. Pero ya ha empezado.

Solemos hacer demasiado rápido el salto de las personas a los valores, y creemos que la opción por los valores ya lo resuelve todo. Pero no es tan fácil. En sentido estricto, la vocación es siempre una llamada personal y exige una respuesta personal. En este caso, la vocación de abogado no brota de un abstracto anhelo de Justicia, sino de una realidad concreta de injusticia. Y es esa realidad concreta de injusticia la que hace brotar en Galvin el ideal que justifica su profesión.

Cuarto cambio: la relación deja de ser puramente instrumental para transformarse en un encuentro que genera unidad e intimidad y resulta liberador y enriquecedor para quienes se encuentran. Tanto la niña como el abogado han ganado mucho. Es verdad que la niña no podrá disfrutarlo, pero su padecimiento adquiere una dignidad especial para todos, que es fuente de sentido, demanda de responsabilidad, posibilidad de mejora y de reparación para todos. Frank Galvin no sólo empieza a rehabilitarse como ser humano. También ha ganado intimidad con otra persona, que casi podría ser ya su hija (algo que había perdido hace mucho), se ha liberado de su soledad muda y ciega, se sabe de nuevo importante y ha hecho las paces con el mundo. Esa intimidad, esa liberación, ese reconocimiento interior que nos pone en camino de dar lo mejor de nosotros, es ya experiencia de plenitud actual y motor para una plenitud mayor.

La secuencia dura dos minutos. En ella no pasa nada. Pero allí está, embrionariamente, todo. Hay tanto, que no me resisto a revisar algunos pares de palabras relacionados entre sí, que remiten, muchas veces, a una misma realidad, pero si la primera palabra se centra en lo visible, la segunda apunta a lo invisible y propiamente humano.

Cambiar nuestra mirada: hacerla profunda, amplia, de largo alcance. Eso nos permite cambiar nuestra actitud buscando respeto, estima, colaboración. Eso permite comprender al otro, comprendemos mejor a nosotros mismos e iniciar un camino de plenitud. En ese camino, ganamos intimidad, liberación, energía espiritual y maduramos como personas en nuestra relación con los otros. Descubrimos diversos valores que, encarnados, nos mejoran. Descubrimos, especialmente, el ideal de la unidad, que nos permite acrecentar nuestra intimidad con todo lo real.

Con esto no está dicho todo. En realidad, sólo es el principio. Pero es suficiente y fundamental porque, sin entrenarnos permanentemente en esa tarea, ningún cambio sustancial, efectivo, perdurable y a mejor, será posible.


El texto y el subtexto (o lo visible y lo que se revela en lo visible)


Al mirar esta secuencia (como podríamos mirar tantos episodios de nuestra vida) con esa mirada madura que supone profundidad, amplitud y largo alcance, descubrimos que en los hechos aparentemente insignificantes podemos encontrar un acontecimiento que cambie nuestra vida. El hecho es que un abogado va a hacer fotos a una víctima para conseguir una indemnización. El acontecimiento es el (re)nacer de una vocación.

Ante la afirmación de la enfermera de que “no se puede estar aquí”, la respuesta de Galvin “soy su abogado” tiene un significado muy preciso: “yo sí puedo estar, porque soy su abogado”. Pero, además de ese significado, la afirmación revela un sentido muy profundo: “Ya sé quién soy y al servicio de quién estoy; sé qué debo hacer con mi vida”.

Por último –por no alargarnos, ¡porque podríamos!- ni la niña ni el abogado parecen tener mucho poder. Sin embargo, uno y otro, en ese momento, y fruto de su encuentro, manifiestan una profundísima autoridad. Ella, sobre Galvin. Pues todos reconocemos autoridad en quien nos invita a dar lo mejor de nosotros mismos. Galvin, aunque aún está por conquistarla, sobre tantos otros, para quienes ya la había perdido.


¿Por qué esta secuencia de Lumet es, sencillamente, magistral?


Esta secuencia recoge el “incidente incitador” (McKee) de la historia que nos cuenta Sidney Lumet en Veredicto final. Antes de esa secuencia, en sentido estricto, no hay historia (ya sabemos lo que hace este abogado, y es algo que ni para él mismo tiene interés alguno). Esta secuencia nos revela a un tiempo al protagonista y a nosotros que sí hay Historia. Con mayúsculas. Y nos lo revela con el revelado de un rostro en una fotografía. Es decir: nos lo revela la imagen, no el discurso (como ordenan los cánones del buen drama). Y no una imagen cualquiera, sino un retrato humano. O, por ser más precisos: un rostro humano que mira el retrato de otro rostro humano.

De esta forma, Lumet preserva dos principios fundamentales del buen drama, reconocidos por Aristóteles y no superados hoy: nos habla la acción dramática (no un discurso pseudofilosófico en off o en boca del protagonista) y hace valer esa acción dramática sobre el espectáculo. Pues la acción dramática no es un conjunto de efectos especiales, ruido, pirotecnia y demás recursos de los que desconocen las profundidades del alma. La acción dramática es el presentarse de un ser humano en su proyecto vital, en su acontecer más auténtico, que es siempre una respuesta personalísima y única a los retos que le plantea su propia vida.

Una obra maestra.



Nota para los no avisados: quiero reconocer mi deuda eterna con mi maestro el profesor D. Alfonso López Quintás, a quien debo estas reflexiones sobre la mirada, sobre las cuatro transfiguraciones que hacen posible el encuentro y sobre el análisis de los pares de palabras hecho-acontecimiento, significado-sentido, poder-autoridad y tantos otros. Algo de esto puedes encontrar en sus obras Inteligencia creativa (BAC, Madrid, 2002) y Descubrir la grandeza de la vida (Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009).

6 comentarios:

  1. “Ya sé quién soy y al servicio de quién estoy; sé qué debo hacer con mi vida”. Muchas gracias, profesor Abellán.

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  2. Eres un crack Álvaro!! Felicidades y GRACIAS

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  3. Recuerdo cuando dedicamos la clase entera a este tema porque es tan amplio que siempre podemos seguir añadiendo mas detalles, pero creo que entre todos sacamos los puntos mas fuertes, y ahora leyendo este texto lo veo muy bien reflejado en mis apuntes. Este tema también lo hemos tocado en Antropología General, y lo cierto es que al leer el enlace se me han aclarado muchas dudas y me ha ayudado mucho. También hemos hablado de la mirada y proactividad en Mentoría y he de destacar que este artículo me ha servido mucho para aplicar los conocimientos aprendidos a ese trabajo de la otra asignatura.
    Considero que todos, especialmente los adolecentes, tenemos muchos encuentros en nuestra vida, y esto se aprecia muy bien en nuestras habitaciones. Casi todos los jóvenes tenemos un tablón en nuestro dormitorio en el que colgamos algún objeto o alguna foto que parece simplemente eso, algo material, y sin embargo cada una de las cosas tiene su propia Historia, y la unión de todo eso forma nuestra vida. Por ejemplo, una flor puede significar el dia que te enamoraste y empezaste una relación con tu pareja; una entrada de un concierto podría ser el día que encontraste tu vocación por la música y es el motivo de que toques algún instrumento, una foto de tu abuelo y tu de pequeño podría recordarte la persona a la que quieres parecerte o quien es tu modelo a seguir...
    Creo que es un tema y un ejercicio que todos deberíamos practicar porque significa establecer conexiones entre personas y el mundo y no es mas que comprender a la persona que tenemos al lado. Y esto podría evitarnos desde discutir por una mala contestación de alguien que quizas ha recibido una mala noticia, hasta incluso resolver problemas globales sociales como guerras porque empatizar acabaría con problemas como la discriminación.
    Claudia Ruiz Vázquez, su alumna

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