sábado, 30 de agosto de 2014

Daniel Pennac, contra «la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende»

Daniel Pennac es guionista de la entrañable Ernest & Celestine (2012).
«A todos los que hoy imputan la constitución de bandas sólo al fenómeno de los suburbios, les digo: tenéis razón, sí, el paro, sí, la concentración de los excluidos, sí, las agrupaciones éticas, sí, la tiranía de las marcas, la familia monoparental, sí, el desarrollo de una economía paralela y los chanchullos de todo tipo, sí, sí, sí… Pero guardémonos mucho de subestimar lo único sobre lo que podemos actuar personalmente y que además data de la noche de los tiempos pedagógicos: la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende, perdido en un mundo donde todos los demás comprenden». 
Éste es el primero de muchos párrafos memorables de Mal de escuela (2008), un ensayo en el que Daniel Pennac repasa los problemas de la educación actual y recuerda sus experiencias como alumno zoquete y, más tarde, como veterano profesor de instituto francés.

miércoles, 27 de agosto de 2014

La mayor obra que tienes entre manos eres tú mismo

Fuente: Arqueo, nº 8. RBA Revistas, Barcelona, 2002. Visto en Sofiaoriginals.

Cuenta San Agustín en sus Confesiones que de pequeño y adolescente aborrecía el saber, y que sólo le interesó la elocuencia «con el fin condenable y vasto de satisfacer la vanidad humana». No obstante, al leer sobre tales temas se encontró con el muy recomendable Hortensio, «de un cierto Cicerón».«“Semejante libro -escribe- cambió mis afectos y mudó hacia ti, Señor, mis súplicas […] De repente apareció a mis ojos vil toda esperanza vana, y con increíble ardor mi corazón suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría, y comencé a levantarme para volver a ti».

Sin duda, el Hortensio fue decisivo para que San Agustín no fuera sólo un orgulloso orador, sino el padre intelectual de un modo de comprender el mundo que configuró Occidente durante casi mil años. Curiosamente, el libro del pagano resultó ser un hito fundamental para la conversión de Agustín al cristianismo. Nos gustaría saber qué encontró el de Hipona en esa obra y leerlo también nosotros, pero aquel opúsculo al que indirectamente tanto le debemos se ha perdido.

sábado, 23 de agosto de 2014

Antes que el diablo sepa que has muerto: ¿podemos "ajustar cuentas" con la vida?

Fotograma de Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet, 2007).
«¿Sabes una cosa? Lo bueno de la contabilidad inmobiliaria es que puedes… puedes sumar al final de una página o en medio de una página y todo encaja, al final del día todo encaja. El total es siempre la suma de las partes. Es limpio, claro, impecable, indiscutible. Pero mi vida no es… no encaja, es… nada está conectado con el resto, no. Yo no soy la suma de las partes. Todas las partes juntas no suman un único yo, supongo».

Así se desahoga el protagonista de Antes que el diablo sepa que has muerto (2007), hablándole al camello que le proporciona droga, una vez que su plan perfecto para hacerse rico destroza la vida de las personas a las que quiere. Sidney Lumet nos ofrece otra película cuya excesiva crudeza no deja de regalarnos reflexiones interesantes.

La contabilidad es un artificio, una abstracción, un juego exacto de nuestra inteligencia para cuadrar las cuentas de otro artificio milenario: el dinero. La vida humana es otra cosa. No entiende de fórmulas matemáticas, no puede reducirse a un puñado de variables y ni siquiera es la suma de todo lo que hacemos con ella. Cuando aplicamos las reglas de la contabilidad a nuestra vida, ésta se rebela. Y, como toda rebelión, trae consigo gran violencia. A veces, física; otras, moral; pero, las más de las veces, estallan las dos juntas.

martes, 19 de agosto de 2014

Jiménez Lozano: «Está el lenguaje oficial y técnico; y luego está el lenguaje verdadero»

Retrato de José Jiménez Lozano, tomada de su página web oficial: JimenezLozano.com.
«Está el lenguaje oficial y técnico, el de “esto es una copa” o “tráeme esto”. Y luego está el lenguaje verdadero, el literario, el de la oración, el del amor». Así sintetizó José Jiménez Lozano, premio Cervantes 2002, la distinción entre las obras bien escritas y las mal escritas. Curioso en un gran literato, sobre todo porque respondió con esas palabras a una universitaria que se quejaba de cuánto se venden buenas historias mal escritas y de cuántos libros hay sintácticamente perfectos que nadie leía. Así, aunque el mismo autor se lamenta de lo mal escrito de muchos libros, puso el acento en lo más importante: ni los temas, ni las historias, ni las reglas gramaticales, sino la hondura de las palabras y la intencionalidad de quien las pronuncia.

sábado, 16 de agosto de 2014

Cometas en el cielo: del éxito profesional al examen de la vida

Fotograma de Cometas en el cielo.
El buen cine aún le debe mucho a la literatura; y ambas artes, a las experiencias importantes de la vida. Es el caso de la cruda aunque esperanzadora Cometas en el cielo (2007), inspirada en la novela del afgano Khaled Hosseini. Esta película, dirigida por Marc Forster (Descubriendo Nunca Jamás, Más extraño que la ficción, ambas recomendables), nos cuenta la historia de Amir, un escritor afgano felizmente casado y que acaba de publicar su primer libro. El éxito en su vida esconde el fracaso de un corazón herido por el pasado. Una extraña llamada desde el otro lado del mundo le dará la oportunidad de cerrar sus heridas.

En 1978 Amir era un niño que apenas entendía lo que estaba a punto de pasar en su país. Aunque su padre quiso educarle en el respeto por los distintos, y aunque su mejor amigo (Hassan) era también el hijo de su sirviente, en la calle aprendió que las creencias religiosas y la procedencia social marcan el territorio y dividen a los hombres. Si Hassan era valiente y leal, Amir era muy imaginativo, pero inhábil y cobarde. Quizá las debilidades de Amir les distanciaron más que lo social o lo religioso, hasta el punto de que cualquier reconciliación parecía imposible.

martes, 12 de agosto de 2014

Punset: ¿el amor es un instinto de supervivencia?

Retrato de Eduard Punset, por Ramón Mascarós.
El divulgador científico Eduard Punset me resulta bárbaro en dos sentidos bien distintos de la expresión. ¡Bárbaro!, que diría un hermano argentino, por su inquietud intelectual, por su capacidad de sorpresa, por su afán de responder a las preguntas importantes de la vida –unas, por implicarnos existencialmente y, otras, por el placer de saber más– y por su capacidad para comunicar no tanto su saber, como sus ganas de aprender. Sin duda es de esas personas que alimenta la curiosidad intelectual de muchos otros y, en eso, veo a un compañero de viaje divertido, valiente, conversador y muy agradable.

Sin embargo, a veces tengo la impresión de que Punset es un bárbaro en el sentido orteguiano del término: un observador con anteojeras que cree que puede interpretar toda la realidad desde una mirada científica, que todo lo explica la física, la química, la fisiología, etc. Así, el hermoso camino que podemos iniciar con él no nos lleva, lamentablemente, a ningún sitio en el que merezca la pena quedarse demasiado tiempo. Cuando nos mira, podemos estar seguros de que no ve a una persona –un ser único e irrepetible, dotado de libertad y cuya dignidad remite a la ciudadanía divina–, sino a un individuo de la especie humana –un conjunto de fosfatos determinado por las leyes físicas–.

jueves, 7 de agosto de 2014

Homero: el ciego que nos trajo la luz

Troya (Wolfgang Petersen, 2004), inspirada en el relato de Homero, 
no supo captar algunos valores esenciales de la obra original. 
Algunas fuentes populares nos informan de que el divino Homero, padre de La Ilíada y La Odisea, era ciego. Casi con seguridad eso no es cierto, pero la sabiduría del pueblo gusta más de las anécdotas -reales o no- que nos ayudan a entender una realidad o un personaje, que del puro dato objetivo y descontextualizado. Al común de los mortales nos inspira mucho más la imagen de un hombre ciego que hacía ver grandes batallas a los nobles de su tiempo que el dato de que Homero nació en la Jonia del siglo VIII a. C.

domingo, 3 de agosto de 2014

Ratatouille: «Cualquiera puede cocinar»

Fotograma de la película Ratatouille, (Brad Bird, 2007).

Además de persecuciones, golpes, humor y todo lo que necesita para convertirse en la favorita de los niños, Ratatouille (Brad Bird, 2007), nos regala reflexiones para todas las edades, especialmente para los jóvenes y adultos que aún quieren sentirse vivos. Es habitual que muchas de sus secuencias y frases aparezcan en cursos sobre comunicación, trabajo en equipo, coaching y desarrollo personal. Por ejemplo: cuando uno recibe un don, por absurdo que parezca -en el caso de esta rata, es su olfato-, debe aprovecharlo. En orden a la supervivencia y gracias a su olfato, Remy salva la vida a su padre y se convierte en el olfateador oficial, capaz de detectar cualquier alimento envenenado. En orden a algo mucho más valioso y creativo que sólo comer sin morir, Remy usa su olfato para cumplir su vocación de ser un gran chef.

«Cualquiera puede cocinar», sostiene el gran Gusteau, quien, incluso ya fallecido, inspiró con su arte y consejo a Remy, una sencilla rata de campo, hasta convertirla en chef del más reputado restaurante de París. En un primer sentido, esta frase viene a decir que con buena voluntad, constancia y un buen maestro cualquiera puede llegar a cocinar dignamente. Sin embargo, la frase tiene un sentido más profundo, que nos revelará el exigente crítico Anton Ego hacia el final de la película: «No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista sí puede provenir de cualquier lado».