jueves, 27 de diciembre de 2012

Filosofía de la comunicación: existencialismo, personalismo y pensamiento dialógico

"Skrik" (El Grito), de Edvard Munch, 1893.
«Hasta hoy la historia se ha caracterizado por un ligamen entre los hombres, ya fuera en el seno de sociedades e instituciones o mediante un espíritu general. Incluso el solitario gozaba, por decirlo de alguna manera, de un sostén en su soledad. La actual disolución se manifiesta en el hecho de que crece la incomprensión, las personas se encuentran y se alejan unas de otras en la más absoluta indiferencia, y no queda comunidad ni lealtad digna de confianza» (Karl Jaspers, 1938). 

La primera mitad del siglo XX ve nacer una serie de obras filosóficas originales que, compuestas por diversos autores (algunos de los cuales no llegaron a conocerse ni leerse), coinciden en denunciar los excesos de la modernidad, en profetizar las terribles consecuencias políticas y sociales a las que esa forma de pensar conduciría (II Guerra Mundial) y en proponer una renovación espiritual para Europa desde categorías intelectuales muy similares. Esa paradójica comunión de espíritu y diversidad intelectual hizo que surgieran varias etiquetas para identificarlos, y que todas ellas encierren algo de ambigüedad. Ahora resulta importante destacar que todas las obras de las que hablamos nacen animadas por un espíritu de denuncia y de propuesta común que trasciende a sus autores individuales y que les vincula en un movimiento histórico que les envuelve y trasciende.

Aquellas obras eran (son) plenamente actuales en cuanto que proponen una filosofía nueva que asume los descubrimientos y desarrollos filosóficos de los últimos siglos dándolos de sí hasta configurar un vocabulario y unas categorías intelectuales que rompen los límites que la Modernidad se había auto-impuesto. Pero estas obras resultaron, también, marcadamente antimodernas por su enconada denuncia de algunos planteamientos reductivos de nuestro tiempo: empirismo, idealismo, racionalismo, materialismo, funcionalismo… Todos los ismos que denunciaron tienen en común el vaciar al hombre de su intimidad, el convertirlo en masa, de tal forma que en una aparente unidad (medios de comunicación, igualitarismo, pertenencia a una ideología...) los hombres se encontraban más solos y perdidos que nunca. Todos ellos son, aunque quizá nadie hasta ahora lo había formulado así, filósofos de la comunicación, puesto que el filósofo se enfrenta siempre a lo problemático, y lo problemático entre los hombres del último siglo ha sido «esa angustia por la falta de comunicación, y esa satisfacción única cuando ésta se produce» (Jaspers).

El diálogo de algunos de estos autores con la filosofía perenne, sus intentos por unirse en torno a un proyecto comunitario (Mounier crea la revista Esprit) y la re-elaboración de algunas categorías filosóficas fundamentales que les debemos a varios de ellos son pistas que nos permiten valorar a estos autores como algo más que una moda o una reacción. Empiezan a configurar una tradición filosófica en el sentido clásico de la expresión, y son reconocibles no sólo por sus aportaciones teóricas y por su lenguaje propio, sino también por recuperar esa relación entre pensamiento y vida, esa coherencia entre el discurso y la acción que siempre caracterizó a los filósofos, pero que dejó de ser un rasgo significativo entre los modernos.

Los autores de estas obras han sido etiquetados de forma ambigua bajo los términos de existencialistas, personalistas y dialógicos. Esa ambigüedad puede llevar a equívocos, puesto que sus propuestas no son uniformes y cabe leer contradicciones entre ellos. Por otro lado, esa ambigüedad permite algo que es propio de estos autores: la aceptación de que la filosofía conforma un corpus de reflexión vivo que exige de participación, insistencia, diálogo, tensión y convivencia constante entre autores e ideas. Esta visión de su propio quehacer se opone a la pretensión moderna de lograr una filosofía sistemática, acabada y completa que se comunica mediante la transmisión de una cabeza a otra mediante conceptos claros y distintos, evidentes (por sí mismos, o por demostración) para todos.

En líneas generales, estos autores denuncian:
  • Los excesos del pensamiento moderno y sus consecuencias devastadoras en la vida personal y social
  • El idealismo y el racionalismo alejados de la vida real y de la existencia concreta de cada persona
  • La grosería del empirismo y el materialismo que lo reduce todo a datos, hechos, objetos y funciones
  • La mirada meramente problemática y dialéctica (conflictiva, de lucha y supervivencia de los fuertes) a la realidad
Y estos autores proponen:
  • Una filosofía vivida: unidad de pensamiento y vida, el examen sobre uno mismo, el testimonio personal
  • Un "retorno a las cosas", a lo real-concreto, al "hombre de carne y hueso" que ríe, llora, sufre...
  • Situar el desarrollo de la persona y de su dimensión comunitaria en el centro de la reflexión y la acción
  • Revalorizar la palabra y el diálogo como formas primarias de desarrollar la inteligencia y el amor
  • Fomentar una mirada profunda, amplia y de largo alcance, capaz de transformar creativamente la realidad
Entre los autores existencialistas conviene distinguir a un muy peculiar Jean-Paul Sartre (quien se arrogó esa etiqueta para sí mismo en El existencialismo es un humanismo) de otra serie de pensadores con planteamientos muy distintos. De ahí que nosotros (con otros autores, como López Quintás) prefiramos dejarle a él esa denominación y utilicemos la de filósofos existenciales para referirnos, entre otros, a Albert Camus, Gabriel Marcel, Romano Guardini, Karl Jaspers y Martin Heidegger (quien formalizó públicamente el abismo entre sus planteamientos y los de Sartre en su famosa Carta sobre el humanismo). Es característico de estos autores revalorizar el sentido de la existencia concreta frente a la abstracción de las ideas puras (el materialismo sería otra “idea” más, tan alejada de la existencia como el idealismo) o la reducción de la realidad a puro dato. La existencia, según estos autores (Sartre aparte, como es evidente), cobra densidad precisamente porque en ella se manifiesta lo misterioso, lo inobjetivo, lo trascedente, lo que nos es dado… y también porque en ella se resuelve nuestra respuesta responsable a esa manifestación. De ahí el carácter netamente dramático de la vida humana –y la cuestión central de la libertad personal- que también recogen filósofos españoles como José Ortega y Gasset.

El Personalismo es otra etiqueta con nombre propio, el de Emmanuel Mounier, aunque él trató de aunar fuerzas y sensibilidades en su revista Esprit, en la que publicaron muchos de los hoy llamados filósofos dialógicos y personalistas. El concepto de persona encuentra ecos en el humanismo clásico y es desarrollado por la filosofía cristiana, por lo que estos autores encuentran referentes importantes ya en la Antigüedad. Podemos llamar filósofos personalistas a Max Scheler, Charles Péguy, Dietrich von Hildebrand, Paul Ricoeur y Karol Wojtyla. En España debemos nombrar, al menos, a Pedro Laín Entralgo, Julián Marías y Juan Manuel Burgos. Define a estos autores su pretensión de revalorizar a la persona humana y, para ello, tratan de afinar la categoría filosófica de “persona”, en su dignidad inalienable, en su condición de sujeto y en su dimensión comunitaria y trascendente. Varios de ellos acusan a la Metafísica tradicional de identificar como módulo desde el que leer la realidad la categoría de cosa, y proponen releer la Metafísica desde la categoría de persona. Aún estamos explorando las implicaciones de este giro metafísico.

La filosofía dialógica tiene por fundador indiscutible a Martin Buber y por referencia inevitable a Sócrates. Si el personalismo pone el énfasis en el sujeto, el pensamiento dialógico lo pone en la relación. Buber no pretende disolver al individuo en sus relaciones. Más bien lo que sostiene es que al poner la mirada en la relación atendemos simultáneamente a los seres que se relacionan (en lugar de considerarlos, erróneamente, de forma aislada); y que el tipo de relación entre esos seres funda en ellos diversos modos de existencia. Entre los autores dialógicos debemos recordar el nombre de Romano Guardini, y añadir los de Peter Wust, Ferdinand Ebner, Emmanuel Lévinas y los españoles Xabier Zubiri y Alfonso López Quintás. Por lo que ya hemos dicho, podemos intuir que el diálogo no es, para estos autores, una simple conversación, sino un modo de estar en el mundo. Es más: es el modo específico en el que el hombre aprende a estar en el mundo, a instalarse en él, a convertirlo en su hogar y en un campo de juego para su relación de encuentro con el radicalmente Otro. Para estos autores, «vivir en diálogo significa ajustarse plenamente a la propia condición humana», ya que «toda la grandeza del hombre se gesta en el diálogo» (López Quintás).

La centralidad de la existencia concreta y de nuestra respuesta personal a los retos que nos plantea el entorno, la defensa de la dignidad inalienable de cada persona como un ser único e irrepetible y apuesta del diálogo interpersonal como fuente de luz y camino de realización interpersonal y social siguen siendo hoy las tres convicciones filosóficas fundamentales desde las que enfrentarnos a esta crisis del sistema que antes fue, como ya anticiparon estos autores, una crisis de humanidad.

Artículo académico:
"Teoría Dialógica de la Comunicación: devolver al hombre con el hombre al centro de la investigación", en Comunicación y hombre, nº 7, noviembre de 2011, pp. 213-222.

Nota relacionada:
Repensar la comunicación

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