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lunes, 23 de abril de 2018

Ningún hombre es una isla (es un archipiélago)

Fotograma de Un niño grande (About a Boy, 2002)

«Ningún hombre es una isla», reza una canción de John Bon Jovi sobre la que pivota el argumento de la película Un niño grande (About a Boy, Chris y Paul Weitz, 2002). El protagonista, Will Freeman (Hugh Grant), sostiene la tesis contraria: él dice ser una isla perfecta, pues no depende de nadie ni quiere que nadie dependa de él. Vive de las rentas, al margen del mundo, pagando por todo lo que le hace tener una vida placentera y, eso sí, ligando con mujeres que no le exijan compromiso alguno. Freeman: ser hombre libre es no tener ataduras. Evidentemente, esta idea es falsa; y vivir sin ataduras, sin vínculos estables, si no fuera imposible, sería en todo caso inconveniente.

lunes, 19 de marzo de 2018

Juan Ramón Jiménez y «el trabajo gustoso»

Juan Ramón Jiménez con Natalia (una sobrina de Zenobia), en la Residencia de Estudiantes, 1929.


«Siempre he sido feliz trabajando y viendo trabajar a gusto y con respeto, y por dondequiera que he ido he ayudado y exaltado este poético trabajar a gusto. Claro es que he tenido y han tenido los buenos trabajadores que pensaban como yo que luchar contra la incomprensión o la barbarie más o menos consciente del explotador enemigo de este trabajo gustoso, que, al fin y al cabo, habría de ser honor y éxito de su industria […] Pero también he sido testigo de grandes bellezas del trabajo por el trabajo o por una relación, un enlace, una escapatoria entre el trabajo y otra circunstancia que lo acompañaba hermosamente». Son palabras de Juan Ramón Jiménez, suscitadas por sus encuentros con un jardinero sevillano y con un mecánico malagueño.

domingo, 13 de agosto de 2017

¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?

Foto: Álvaro Abellán-García. En algún lugar de León.
Una de las ventajas (o desventajas) de las redes sociales digitales es que nos permiten compartir un estado de ánimo con nuestros conocidos. A veces no pasa de un mensaje sin respuesta lanzado a un puñado de posibles lectores. Otras supone el comienzo de algo más serio. Tal vez un encuentro real para charlar, una complicidad en la respuesta, una oración por la persona afectada o incluso una reflexión. Así ocurrió cuando una antigua alumna mía lanzó esta pregunta en Facebook: «¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?». Seguramente no era más que un pensamiento al aire después de una gran experiencia que, según termina, ya echamos de menos. El caso es que ante esa confesión inocente se encendieron todos mis instintos de profesor avezado y me salió una respuesta, desde lo más hondo del corazón, dirigida expresamente a ella: «Porque estamos hechos para ello».

sábado, 30 de julio de 2016

¿Qué dicen de ti tus vacaciones?

Vacas pastando libremente en el campo. (Wallpapersxl.com).


¿Qué anhelo se esconde en nuestro deseo de vacaciones? Sin duda hay mucho de liberarnos de las obligaciones del año, de las ataduras a un ritmo, un lugar, un trabajo, unas rutinas no siempre asumidas con plena autenticidad. Todo eso puede ser verdad, pero eso es definir las vacaciones negativamente: verlas sólo como una negación, una evasión, un rechazo, una huida, un cesar. Y es cierto que allí se revela la etimología de la palabra: vacar, estar falto, carecer, abandonar un puesto. Pero en ese sentido exclusivamente negativo esto de vacar parece más propio de vacas que de hombres: todo me da igual, no me importa lo que hay a mi alrededor, allá el mundo, quiero pastar. ¿Tengo prado bien cercado y protegido? ¿Tengo hierba? ¡A pastar!

domingo, 6 de septiembre de 2015

George Steiner: «No nos quedan más comienzos»

George Steiner en una fotografía de archivo. He tratado de encontrar, sin éxito, el origen y autor 
de esta imagen, lo cuál no deja de ser un buen símbolo para esta entrada del blog.
Qué comienzo. Qué primera frase para romper el silencio. Qué confesión. Qué contradicción es comenzar un libro con las palabras: «No nos quedan más comienzos». Gramáticas de la creación. «En las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso», continúa. Sabor finisecular y pesimista. Expresa el «cansancio esencial» de Occidente, a cuyas espaldas queda un siglo XX cargado de promesas y traumatizado por las guerras mundiales y el fracaso de las utopías. Demasiadas promesas incumplidas: el milagro de la educación y la organización del estado moderno, el milagro de la ciencia y la tecnología, el milagro de la economía y el paraíso del bienestar.

La metáfora perfecta de la modernidad, dice George Steiner, es La Metamorfosis de Kafka. El hombre queda trasmutado en bicho, aplastado por la burocracia, el trabajo alienante, las relaciones puramente funcionales y el universo de cosas que ha construido. El hombre, instalado en un universo de cosas, queda reducido a mera cosa.

lunes, 31 de agosto de 2015

Nosotros, los fotógrafos

El maestro Chema Madoz retratado por Lupe, cortesía de HelloLupe.com.

«Y cómo se llamará nuestro grupo?», preguntó Jessica. «16 ISOS», bromeó Lucas. Ya era mucho decir 16, pues apenas media docena de alumnos éramos los preocupados por la fotografía a mediados de los 90 en la Universidad Francisco de Vitoria. No obstante, 16 ISO, esa mítica sensibilidad estudiada en los libros pero nunca vista en la vida real, hablaba de un grano de plata de gran calidad, impresionado a fuego lento. Han pasado algunos años y miles de fotos desde aquel principio de no se sabía muy bien qué. Pero aquel mítico carrete soñado entonces se ha revelado en las vidas de muchos de nosotros (Ramón, Willy, Áboli, Lupe... aunque toda enumeración es una memoria injusta y recuerdo ahora especialmente a las primeras generaciones).

lunes, 24 de agosto de 2015

Drácula: un original que supera todas las copias

Winona Ryder es Mina en Bram Stoker's Dracula (Francis Ford Coppola, 1992). 
A pesar del título, la película traiciona los valores y el sentido de la novela original.

Estoy seguro de que sabes quién es el conde Drácula, pero quizá no hayas leído la genial novela que dio fama mundial al personaje y que supo crear esa insuperable atmósfera romántica y pavorosa, científica y mítica, diabólica y sagrada: el Drácula de Bram Stoker. Con este libro viví la experiencia reveladora que acontece cuando te encuentras con un original radicalmente distinto –e infinitamente mejor– que sus posteriores adaptaciones.

La novela de Abraham (Bram) Stoker es una de las historias mejor construidas de las letras universales (según Luis Alberto de Cuenca) y la novela más hermosa jamás escrita (según Oscar Wilde). Sin duda, lo segundo es más exagerado que lo primero pero, en ambas afirmaciones hay algo de verdad. Incluso quien no sea un amante de la literatura quedará fascinado por la genialidad estructural de la obra, construida con retazos de diarios, recortes de periódico y notas manuscritas, y con un ritmo y juego de perspectivas que enganchan al lector de forma similar a las mejores novelas policíacas.

martes, 18 de agosto de 2015

La historia que esconden las piedras

¿Qué historia cuentan las piedras de este collar? Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001).
«Las piedras preciosas no sólo tienen quilates y leyendas, también tienen historia», enseña Gregorio Marañón (Rapsodia de las esmeraldas). Y murió al poco de advertirnos del peligro de dejarnos atrapar no por la historia, sino por la posesión de las piedras más hermosas de todas: las esmeraldas de Zobeida. Pues si algunas piedras pueden salvar vidas, otras pueden comprar almas.

Las piedras estaban aquí antes de que llegáramos nosotros. Pero no son orgullosas. Y su magia –incluso su magia negra– no es culpa de ellas. Si las escuchas el tiempo suficiente te dirán que nos estaban esperando. «¿Para qué?», les pregunté abiertamente alguna una vez. Pero ante un examen tan directo, enmudecen.

viernes, 7 de agosto de 2015

La persona detrás de la obra

«La grandeza de la vida de Menéndez y Pelayo fue precisamente el convertir su trabajo, sus libros, en su único amor. No estoy de acuerdo con los que dicen que don Marcelino es su obra, y que las anécdotas de su vida apenas tienen significación ni valor. […] Los biógrafos hablan de los largos años de meditación del maestro […] Pero, en esas horas, ¿qué pasaba en su alma? Estudiaba, meditaba, sí. Pero ¿cuáles fueron sus tentaciones, y sus luchas pera vencerlas, y sus ambiciones frustradas; cuáles fueron las voluntarias amputaciones que hizo de muchas rosas fragantes del inmenso jardín de su corazón?».

Son palabras de Gregorio Marañón meditando sobre su maestro (Tiempo viejo y tiempo nuevo). Marcelino Menéndez Pelayo, maestro de maestros. El hombre cuya ciencia fue asombrosa y cuyas exageraciones científicas merecen nuestros perdones. Aquellos defectos de la obra son fruto de la pasión de la persona, pasión que incendió el corazón de sus discípulos e hizo de la segunda mitad del XIX el segundo siglo de oro español. No tendríamos a la Generación del 98 sin el sello de Menéndez Pelayo.

Hay que mirar a la persona detrás de la obra pues, como dice Marañón, en la persona se ve mejor el dedo de la Divinidad creadora de la que brota luego la obra. Cuando uno escoge un gran libro, entra en un nuevo mundo. Detrás de ese nuevo mundo está el genio creador. Detrás de ese genio creador, está el mundo que lo vio nacer. Detrás de ese mundo, están otros genios creadores. Detrás de esos genios creadores hay otro mundo. Y así, en un juego de mundos y creadores que un Borges matemático y escéptico haría llegar al infinito, y en el que un confiado campesino intuye que ha de haber un primer Libro, y un primer Creador.

martes, 4 de agosto de 2015

¿Son las vacaciones una forma de arte?

Fotograma de El último samurái, Edward Zwick, 2003.

Seguramente ya estés inmerso en las vacaciones. No importa. Porque la vida del espíritu no sólo inspira el trazo de nuestros itinerarios, sino que renueva el modo en que los recorremos. Recuerdo ahora el modo en el que capitán Nathan Algren (Tom Cruise) viste –y es vestido– en su armadura para la batalla final (El último samurái, Edward Zwick, 2003). Cada pieza y cada movimiento son, a un tiempo, quehacer mínimo y expresión máxima de la vida, la muerte y el valor. Recuerdo ahora al zorro enseñándole al principito que los ritos son importantes, transfigurados en rutina creativa (El Principito, Antoine de Saint-Exupery). ¿Pueden ser las vacaciones una forma de arte que nos revele quiénes somos y quiénes queremos ser?

martes, 28 de julio de 2015

Los hechos y su sentido: ¿por qué el pollo cruzó la carretera?

Fotografía de Arthur Tress, San Francisco, 1964.
«¿Por qué el pollo cruzó la carretera?» El hecho incuestionable es que el pollo cruza la carretera. Pero, ¿por qué? A la hora de encontrar el sentido de dicho acontecimiento es donde, demasiadas veces, ponemos más de nuestra subjetividad que del análisis de lo real. Prueba de ello son las respuestas ficticias que personajes históricos muy reales darían a esa pregunta:

Platón: «Porque al otro lado de la carretera se encuentra la verdad».
Aristóteles: «Porque está en la naturaleza del pollo cruzar las carreteras».
Buda: «Preguntarse tal cosa es renegar de tu propia naturaleza de pollo».
Galileo: «Y, sin embargo, la cruza».
Karl Marx: «El pollo cruzó la carretera porque era dialécticamente inevitable».
Joseph Stalin: «El pollo debe ser fusilado inmediatamente, junto con los testigos de la escena y diez personas más, escogidas al azar, por no haber impedido ese acto subversivo».
Sigmund Freud: «Que preguntes por un pollo revela tus traumas sexuales».
Albert Einstein: «El hecho de que el pollo cruce la carretera o de que la carretera pase por debajo del pollo depende del punto de referencia».

Si le preguntas a Google "por qué el pollo cruzó la carretera", encontrarás muchas otras variantes de este chiste, con cientos de respuestas previsibles de personajes históricos o ficticios, y hasta de arquetipos profesionales, como "profesor de primaria", "profesor de universidad", etc.

domingo, 26 de abril de 2015

Amor y pedagogía

Retrato de don Miguel de Unamuno, Repositorio Documental de la Universidad de Salamanca.

Escribí recientemente sobre el delicioso aunque tímido ensayo Mal de escuela, en el que Daniel Pennac disertaba durante un buen puñado de páginas para atreverse a decir, finalmente, que en esto de la enseñanza, en esto de lograr el milagro de que un chiquillo perdido llegue a ser un adulto maduro y libre, más que una buena preparación el profesor necesita amar a sus alumnos.

Más de 100 años antes de que Pennac escribiera sus errabundas reflexiones, nuestro genial Miguel de Unamuno publicó su novela Amor y pedagogía. En ella, pretendía burlarse de quienes ya entonces idolatraban el positivismo aplicado a la sociología y a la pedagogía. Unamuno consideraba una verdadera amenaza a quienes creían que los medios para la felicidad social y la educación perfecta de los niños podían determinarse mediante la aplicación de leyes, procesos y herramientas que los profesores debían ejecutar como máquinas perfectas, funcionarios-operarios. Más o menos la mentalidad que inspira nuestras últimas leyes sobre educación, así como las diversas directrices de la Unión Europea sobre la aplicación del paradigma del Aprendizaje Basado en Competencias en todos los niveles de educación y en todas las instituciones educativas.

jueves, 16 de abril de 2015

El principio de Peter: un ensayo sobre jerarquiología

Este principio de Dilbert es compatible con El principio de Peter y expresa bien cómo nos sentimos
cuando la confianza de la institución está más en los procedimientos que en las personas.

Laurence J. Peter y Raymond Hull publicaron a finales de los 60 El Principio de Peter, un ensayo sobre jerarquiología de gran éxito que se convirtió en obra de referencia para conocer el funcionamiento interno de las organizaciones. El tono de ensayo y la formulación de sus tesis pueden sonar a guasa, pero está muy documentado y, en cuanto nos lo tomamos en serio y revisamos nuestra experiencia, vemos que encierra cierta sabiduría. Ahora que está de moda la formación por competencias, recordé que el concepto central del ensayo de Peter y Hull es el del nivel de incompetencia. Comparto contigo lo que escribí hace algunos años sobre este libro.

miércoles, 8 de abril de 2015

Hanna frente al homo faber

Homo faber, Max Frisch, 1957.
Walter Faber era un ingeniero, un técnico de la Unesco, que un día empezó a darse cuenta de que su vida, sencillamente, funcionaba. Al principio no era consciente de lo que le pasaba. Hubiera sido incapaz de formularlo así, pero, sin duda, algo iba mal, y lo que le ocurrió en el aeropuerto encerraba una metáfora perfecta de su situación.

Estaba en el duty free, esperando su transbordo. Se dio cuenta de que no quería seguir viajando, no quería ir al destino final marcado en su billete. Era una impresión irracional, pero se sintió agobiado y dirigido. Decidió no subir al avión. Fue a un bar. «Plane is ready for departure», escuchó, pero hizo oídos sordos. Su retraso era tan notable que la megafonía empezó a llamarlo por su nombre. «Your attention, please… Passenger Faber, Passenger Faber».

Aunque era evidente que ninguno de los presentes en el bar sabía que él era Faber, se sintió incómodo y fue a esconderse en el cuarto de baño. La llamada continuó insistentemente. Le martilleaba. Le mareaba. Llegó a tener un ataque de pánico y casi pierde el conocimiento. Después de un rato largo, el megáfono dejó de sonar. Algo de paz. Regresó a la barra del bar. Al poco, apareció una azafata: «There you are!. We’re late, Mister Faber, we’re late». El pobre Faber sólo pudo decir: «I’m sorry». Encogió los hombros y subió al avión.

La tecnología, la seguridad, los transportes… esas cosas que para él habían sido hasta entonces su fe, su vocación, su destino, su trabajo, su vida… le atrapaban y dirigían sin que él fuera capaz de controlar la situación. Hemos confiado tanto en las máquinas y los procesos para no tener que confiar en el hombre y ahora, cuando el hombre trata de ser humano, de ser él mismo, queda automáticamente fuera del sistema y juzgado como irracional.

jueves, 12 de febrero de 2015

Escribimos y leemos

María Zambrano. Fotografía de Raúl Cancio

«Escribir es defender la soledad en la que estamos», escribía María Zambrano. Lo escribía sola, lo leí solo, lo trascribo solo, lo publico solo. Y, sin embargo, María, tú y yo, «estamos». Ahora. Solos. Solos los tres. Juntos.

jueves, 22 de enero de 2015

«Cuando el hombre empezó a pensar», la ciencia tenía que ver con las personas

Fotograma de la serie Bones: la mejor ciencia forense al servicio del bien común.

«Cuando el hombre empezó a pensar». Así se refiere una amiga mía al tiempo en que los griegos abandonaron la explicación mítica del mundo para dar respuestas racionales sobre la naturaleza, el mundo y Dios. Luego, los mismos griegos empezaron a reflexionar sobre el hombre y las actividades humanas: Economía, Política, Arte, Sociedad, Estado, etc. Aquel periodo se llamó Humanismo porque la reflexión partía del hombre y estaba orientada al bien del hombre. Por ejemplo: el modelo básico de la economía y de la organización de las relaciones sociales era la familia. Sí, lees bien: la economía y la política no giraban en torno a la optimización del beneficio o a la obsesión por conseguir y mantener el poder, sino que atendían al bien de la familia como fundamento del bien social.

jueves, 1 de enero de 2015

La primera impresión: frases que inauguran las grandes obras literarias

Keira Knightley encarna la Anna Karenina de Joe Wright, 2012.

La primera impresión no tiene por qué ser definitiva, pero es muy importante, porque orienta los siguientes pasos; y lo cierto es que hay una primera impresión en casi todos los órdenes de la vida: la primera impresión que recibimos -o que damos- al conocer a otra persona, al empezar un nuevo año, al encontrarnos con un libro e, incluso, al iniciarnos en el mundo de la lectura.

Acerca del buen leer hay demasiados mitos y muchos de ellos son culpables de la desafección por la lectura de demasiadas personas. Cuando repaso con mis alumnos los consejos que dan los grandes lectores, se quedan estupefactos. «Hay que leer poco», es siempre el primero. El segundo consejo rompe otro gran mito: «Hay que saber escoger los libros y en los libros». Es decir, que como debemos leer poco, no sólo conviene evitar muchísimas lecturas, sino que además tampoco es conveniente leer siempre libros enteros.

domingo, 21 de diciembre de 2014

El mandamiento cero: «Escucha, Israel»

Foto: Álvaro Abellán-García Barrio, 2012.
Sobre la escucha se ha escrito desde el principio de los tiempos. Sin embargo, la tradición nos ha legado pocas palabras. Importantes, pero pocas. Como estas de Pitágoras: «El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría». O las primeras palabras de la Regla de San Benito: «Escucha, hermano...» Seguramente no era necesario decir más porque escuchar era algo que el hombre antiguo hacía más o menos habitualmente. O quizá lo hacía poco, pero muy intensamente, pues era un privilegio tener la posibilidad de dedicarse sólo a escuchar. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la escucha se ha vuelto un asunto problemático.

El primer monográfico dedicado al tema -aunque sea indirectamente- del que tengo constancia es El arte de callar, del abate Dinouart. Lo escribe en tiempos revueltos: cuando la imprenta permite la proliferación de cientos de libros y la burguesía encuentra placer –y negocio– en la lectura. Sin esos factores, gran cantidad de libros no se hubieran escrito o no se hubieran difundido, pues las dificultades previas a la aparición de la imprenta hacía que sólo las mejores obras merecieran el esfuerzo de ser dictadas y copiadas por los monjes.

La aparición de El arte de callar nos da dos pistas. La primera: que cuando se empieza a escribir mucho sobre algo que anteriormente apenas merecía atención es porque ese algo se ha vuelto problemático. La segunda: que aprender a escuchar se convierte en un reto dificilísimo cuando nos sobran los estímulos informativos. Recientemente ha aparecido un tema de investigación y divulgación con igualmente pocos aunque notables antecedentes, muy relacionado con la escucha: la necesidad de atención (véase, por ejemplo, Focus, de Daniel Goleman).

martes, 16 de diciembre de 2014

Las "mates" no son como la vida

«El señor Jeavons decía que a mí me gustaban las matemáticas porque son seguras. Decía que me gustaban las matemáticas porque consisten en resolver problemas, y esos problemas son difíciles e interesantes, pero siempre hay una respuesta sencilla al final. Y lo que quería decir era que las matemáticas no son como la vida, porque al final en la vida no hay respuestas sencillas».

Este fragmento está tomado del best-seller de Mark Haddon El curioso incidente del perro a media noche. El libro cuenta la historia de Christopher Boone, un chico de 15 años con una mente prodigiosa para las matemáticas y nula para lo social y emocional. La aparición de un perro muerto en el jardín de su vecina le hará esforzarse por salir de sus rutinas y por enfrentarse a un mundo que odia.

Las reflexiones del chaval no dejan de ser curiosas. La inocencia con la que mira el mundo puede descubrirnos algunas cosas sobre nosotros mismos que no podríamos explicar así, porque llevamos demasiadas capas e interpretaciones a cuestas. En este párrafo escogido, el chico tiene razón. Las cosas que nos gustan y nos entretienen, los hobbies con los que perdemos horas y nos evadimos de lo cotidiano, nos gustan porque, al final, tienen solución. Tal vez nos cueste mucho llegar a ella, pero tienen solución.

Algo similar expresaba Andy, protagonista de Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet, 2007), respecto de la contabilidad: «¿Sabes una cosa? Lo bueno de la contabilidad inmobiliaria es que puedes… puedes sumar al final de una página o en medio de una página y todo encaja, al final del día todo encaja. El total es siempre la suma de las partes. Es limpio, claro, impecable, indiscutible. Pero mi vida no es… no encaja, es… nada está conectado con el resto, no. Yo no soy la suma de las partes. Todas las partes juntas no suman un único yo, supongo». Como comentamos entonces, los seres humanos no podemos ajustar cuentas con la vida. Nunca nos salen las cuentas.

domingo, 5 de octubre de 2014

La medicina socrática: palabras y miradas que curan

Detalle de La muerte de Sócrates, Jacquez-Louis David, 1787.
Cuando el joven Cármides preguntó a Sócrates si conocía un remedio para su dolor de cabeza, éste le respondió que así era, pero que, para aplicarlo, primero debía conocer el alma de quien sufría el dolor. El método para conocer el alma y el ensalmo que nos cura de todas las dolencias resultaron ser lo mismo: el diálogo. Cuerpo y alma están interconectados, y una dolencia física puede ser síntoma de otra espiritual. Así fue como el viejo ateniense, interrogado sobre una lesión del cuerpo, supo proporcionar una respuesta a la vida entera de aquel joven, una respuesta de vida feliz y en plenitud.

Algunos ven en este ingenioso diálogo un precedente de la Medicina Centrada en la Persona: es un error tratar una dolencia particular sin preguntarse por las conexiones que ésta tiene con la totalidad del paciente. Los clásicos sabían que tanto el médico como el enfermo son personas integrales, no una suma de habilidades, ni un conjunto de órganos. Así, sabemos que Sócrates curaba mediante el diálogo y solía decirse de Hipócrates que «tiene una mirada que cura», pues no curan sólo sus manos, ni su ciencia, aunque ésta le es de sobra reconocida.