domingo, 15 de diciembre de 2013

Lograr nuestra presencia para el mundo: el saludo zulú

Fuentes: Foto1, Foto2, Foto3, Foto4.
«¿Vivir en diálogo significa ajustarnos a la plena condición humana?» Esta es la pregunta radical a la que debemos enfrentarnos cuando abordamos el papel que juega la comunicación en la vida de las personas y en el desarrollo comunitario y social. Ya abordamos la necesidad de una Filosofía de la Comunicación y empezamos a listar las exigencias para una comunicación auténtica hablando de la escucha activa y el silencio interior con Momo. Hoy quiero compartirte otra condición necesaria para una comunicación plena: la presencia intencional. Nos ayudará a comprender su valor el ya legendario saludo zulú.

Entiendo por presencia intencional el acto consciente y libre de querer ponernos por entero en la comunicación con los demás. La voluntad de presentarnos ante el otro sin máscaras, ni ocultamientos, ni roles, desde una plena autenticidad personal (Buber). No se trata de ser espontáneos, en el sentido de no pensar lo que hacemos o decimos; más bien al contrario: se trata de ser plenamente conscientes de que estamos definiéndonos en lo que decimos y hacemos; se trata de caer en la cuenta de que nuestro destino personal consiste en quiénes somos y llegamos a ser para los otros.

Martin Buber, diciendo a un tiempo muchas más cosas, toca esta cuestión cuando explica algunas condiciones para un diálogo auténtico:
«[en el diálogo auténtico] acontece la dirección hacia el compañero, en toda verdad, como dirección hacia el ser […] Referirse a alguien significa ejercer la medida de presentificación que es posible al hablante en ese instante [y, a la inversa…] hacer presente al Otro como persona total y única [… y de esta forma] lo acepta como su compañero, y esto significa que lo confirma en su propio ser [… le dice] sí en cuanto persona […] Por lo demás, si ha de surgir un auténtico diálogo, cada uno de los que participen tiene que introducirse a sí mismo en él […] ha de prestar la contribución de su espíritu sin merma ni desviación» (Martin Buber, Diálogo y otros escritos, pp. 86-87).
Esto pasa por reconocer que dudamos, si es que dudamos; que estamos seguros de algo, si es que lo estamos; por mostrar nuestras convicciones sin miedo y respetar la palabra del otro sin negarle que discrepamos; por reconocer también nuestros acuerdos y adhesiones; etc. En definitiva, se trata de encontrar el mejor yo que llevamos dentro y que podemos ofrecer en cada momento –único e irrepetible– a quien tenemos delante. Esa voluntad de estar presentes se manifiesta ya en el modo en que escuchamos y acogemos al otro, cuando además del cuerpo traemos a la conversación toda nuestra atención, memoria, voluntad, sensibilidad, etc. Pero la presencia intencional, además de acogida, supone riesgo y disponibilidad, entrega (López Quintás). En este doble juego de acoger y entregarnos vamos descubriendo y desplegando nuestra personalidad: vamos conformando la persona que llegamos a ser.

¿Y qué tiene que ver el saludo zulú en todo esto? En torno a él se ha construido toda una leyenda muy presente en el mundo del coaching y el desarrollo personal. El zulú es una lengua bantú meridional hablada por unos nueve millones de personas, el 95% de los cuales se encuentra en Sudáfrica. El sentido comunitario de esa lengua se manifiesta en el modo en que intentamos traducir algunas de sus expresiones. Por ejemplo: «sawubona» es su forma de decir «hola», aunque en realidad significa algo así como «te veo» o «te vemos». Es decir: el saludo empieza por reconocer la presencia del otro. A ese saludo sigue esta respuesta: «sikhona», que podemos traducir como «estoy aquí (para ser visto)». Esta manera de saludarse responde a una forma muy definida de comprender qué es el ser humano: «Umuntu ngumuntu nagabantu», es decir, que «una persona es esa persona por razón de las demás».

No parece accidental que el saludo empiece por el reconocimiento de la presencia de otro, puesto que así empieza todo acto comunicativo. Este reconocimiento, además, no sólo es singular (te veo), sino comunitario (te vemos). El sujeto del «te vemos» es la comunidad viva y la pretérita. Vemos con los ojos de nuestros compañeros de hoy pero también con los del pasado y, quizá, con los ojos de los dioses. Vemos culturalmente. Cuando somos vistos por otros es reconocida nuestra existencia no sólo por parte de los otros, sino también para nosotros mismos: cobramos conciencia de que existimos como seres humanos cuando otro ser humano nos descubre, reconoce y trata como tales.

Si intentamos escudriñar lo invisible que acontece en el saludo zulú distinguiremos cuatro momentos que, por cierto, están íntimamente relacionados son los que descubrimos al analizar el dinamismo del encuentro (y el despertar de nuestra vocación) al comentar un corte de la película Veredicto final.

Vamos con esos cuatro momentos:

  1. Mirarse directa y mutuamente a los ojos: querer ofrecer nuestra alma y encontrar el alma del otro. Acoger al otro y entregarnos a él. Apertura y disponibilidad. 
  2. Decir «sawubona» (te vemos) expresa el respeto y el reconocimiento de la dignidad que nos es propia a ambos, como seres capaces de reconocer y de ser reconocidos.
  3. Decir «sikhona» (estoy aquí para ser visto) expresa el riesgo de la entrega, de la exposición, del querer habitar el aquí y ahora (hic et nunc) con integridad, presencia plena, sin máscaras ni armaduras. Significa estar dispuesto al en-frentamiento, al estar frente a otro.
  4. Al interiorizar los pasos anteriores, re-conocemos que somos quienes somos por nuestra referencia a otras personas o, dicho de otra forma: ganamos intimidad y comprensión sobre nosotros mismos por referencia a los otros.

Debo reconocer que este análisis del saludo zulú no me parece completo si, de vuelta, no nos preguntamos por nuestra forma originaria de saludarnos. Normalmente, quien explica este saludo lo contrapone con la falta de atención del hombre occidental, como si los zulúes atesoraran una sabiduría desconocida para el resto de los mortales. Yo creo que eso no es verdad. Deberíamos examinar con atención qué significa el romano gesto de darse la mano (paz y vulnerabilidad) o la castellana expresión «adiós» (gracias a-Dios por este encuentro; o demos gracias a-Dios por habernos visto), similar a otra ya en desuso, pero todavía más explícita: «(Vaya usted) con Dios». Igual descubrimos que en Occidente tuvimos una sabiduría que no tiene nada que envidiarle a la zulú. En otro lugar habremos de preguntarnos por qué la olvidamos.

Quizá si nos entregáramos a este ejercicio de forma continuada, pueblo a pueblo, descubriríamos que todas las culturas de todas las épocas –mientras no quedaron ciegas para lo profundo– supieron reconocer en la presencia del ser humano y en su mutuo reconocimiento y colaboración (en el aparecer de la comunicación entre los hombres) una misteriosa conexión con lo trascendente. En todo caso, creo que el análisis del saludo zulú y el testimonio de Martin Buber nos permiten radicar suficientemente la cuestión de la presencia intencional entre una de las condiciones necesarias para una comunicación plena.

¿Sigues aquí? Sawubona.

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