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sábado, 13 de agosto de 2022

La aportación de 'Patria' a la "gran conversación" sobre el terrorismo de ETA

Apoyado en los trabajos de Mijaíl Bajtín, abordamos en este artículo académico el estudio de Patria (Fernando Aramburu, 2016) respetando su singularidad como obra literaria y, a un tiempo, atendiendo a su ineludible referencia a la historia del País Vasco. 

La hipótesis es que Patria aprovecha los recursos del género para constituirse como una gran novela dialógica, aportando un valioso enfoque a la “gran conversación” sobre el terrorismo de ETA. Para confirmar esta hipótesis, analizamos la macroestructura narrativa de la novela, así como la polifonía y dialogía en sus diversas voces narrativas al nivel de la microestructura narrativa del relato. Estos análisis sugieren la importancia de la noción de "mímesis de vigencias sociales" para dar cuenta del tipo de realismo que procura la novela.

Este trabajo se enmarca en el Proyecto de investigación El valor especulativo y práctico de los mundos ficcionales: Patria (el pueblo, la novela, la serie) de la convocatoria de proyectos de Investigación del año 2020 financiada por la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid.

Referencia: ABELLÁN-GARCÍA, Álvaro.  "La aportación de 'Patria' a la "gran conversación sobre el terrorismo de ETA", en Araucaria, vol. 24, nº 50, 08.2022, pp. 135-157.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Narración, testimonio y argumentación: el ‘realismo eminente’ de la información periodística

El Seminario Bibliográfico de Aedos reúne a un grupo interdisciplinar de académicos en torno a una novedad editorial. El acto comienza con una presentación de la obra por parte del autor; continúa con un comentario crítico de otros investigadores que examinan la obra desde su disciplina particular. Entonces el autor toma de nuevo la palabra, dando paso a un animado debate sobre los asuntos que trata la obra comentada.

La primera vez que asistí como invitado a una sesión me pareció un ejercicio muy universitario y un privilegio para los autores del libro comentado. Desde hace unos años, cuando se presente un libro próximo a mi área de estudio, el presidente de Aedos, Fernando Fernández Rodríguez, me invita a ser uno de los comentaristas. Así ocurrió el pasado 26 de octubre de 2019, con el libro de GALDÓN LÓPEZ, Gabriel. Infoética. El periodismo liberado de lo políticamente correcto. CEU Ediciones, Madrid, 2019. Fue en la Sala Institutos de la Universidad CEU San Pablo, en el campus de Julián Romea, 20 (Madrid). A continuación, transcribo el contenido de mi disertación.

lunes, 12 de febrero de 2018

¿Desde dónde pensamos? Mentalidad dialéctica vs. mentalidad dialógica




La palabra «dialéctica» tiene en la antigua Grecia en un sentido técnico. El método, en lo esencial, consiste en que alguien defiende la razonabilidad de una afirmación o una postura al tiempo que otro trata de refutar la validez de esa afirmación o de esa postura. El objetivo final sería llegar a conclusiones que validan, invalidan o matizan el planteamiento inicial.

Aristóteles aclara en su Organum que la dialéctica no es un método adecuado para la ciencia (si el agua hierve a 100 grados centígrados o si el hombre es un animal racional no es algo que se discuta, sino algo que se muestra o se demuestra). Sin embargo, la dialéctica es el método válido para discutir sobre los asuntos humanos: si una interpretación de los hechos (en un caso judicial) es más razonable que otra, o si la aprobación de una determinada ley será conveniente o inconveniente para el conjunto de la ciudad. También subraya Aristóteles que la dialéctica exige cierta actitud y aptitud entre las partes.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Aristóteles, sobre Twitter: «No hay que discutir con todo el mundo»

Viñeta de @mlalanda.

Escuchar es para el alma lo que comer es para el cuerpo. Esta idea, al menos tan antigua como Sócrates, debería orientar nuestra dieta mediática. Pero no se trata sólo de cuidar lo que recibimos, sino también de cuidar con quién hablamos. En principio, y por principio, conviene abrirse al diálogo con cualquiera. Esta es para mí una máxima o, si se quiere, una aplicación de esa máxima moral por la que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal. Ahora bien, ocurre que los principios no siempre pueden alcanzar una aplicación a la altura de nuestros anhelos, y que el mejor bien posible en cada caso, el deber ser de cada situación, no siempre responde a nuestras expectativas (explicar el porqué de esto, habrá que dejarlo para otra ocasión).

La Ética más exigente recoge algunas claves para el discernimiento sobre el mayor bien –o el menor mal- realmente posible en cada caso, mediante fórmulas como la del «mal menor» o, en este caso, como la «defensa propia». Es por cuidado de uno mismo –por evitar recibir mal, o por evitar realizar un mal no querido- por lo que conviene no leer, escuchar o exponerse a algunas cosas o personas, y por lo que Aristóteles explica, en sus escritos sobre dialéctica, que «no hay que discutir con todo el mundo». En Twitter encontramos a diario decenas de ejemplos en los que convendría atender al consejo de Aristóteles.

lunes, 20 de marzo de 2017

«Nuestro sistema educativo se basa en el engaño»: la falsa dialéctica de lo antiguo y lo nuevo en Educación

Captura de pantalla del programa Chester in love emitido el 26 de febrero de 2017 en Cuatro.

Santiago Moll (@smoll73) lanzaba en Twitter una pregunta puñetera, cosa que gusta de hacer y que yo le agradezco. Pocos estímulos educativos e intelectuales hay tan notables como las preguntas puñeteras, aunque le cuesten la vida a quien pregunta, cosa que aprendimos con Sócrates. Esta fue su provocación:

A lo que yo respondí:

Soy muy fan de las nuevas metodologías docentes, pero cuando estas se afirman acríticamente y con desprecio sobre las viejas, me empiezo a poner nervioso. Lo reconozco: soy muy duro con la ignorancia educativa de los nuevos educadores. Entiendo bien lo que la frase quiere decir, en el buen sentido de la misma, pero tiene un mal sentido tan irrespetuoso con nuestros mayores que no podía callarme, entre otras cosas porque la falta de respeto con nuestros mayores y con la tradición (en la familia, en la escuela, en la vida pública) es una de las carencias más graves de la nueva educación. Sin contar con la tradición, aunque sólo sea para enmendarla, no podemos empezar a hablar. Por lo demás, no es extraño escuchar a nuevos educadores condenar la lección magistral empleando torpemente el método de la lección magistral, lo cual no deja de parecerme una triste ironía.

miércoles, 15 de julio de 2015

Discutir: esa es la tradición

Profesores de la Universidad Francisco de Vitoria discuten sobre el sentido del atrio de los gentiles en Jerusalén.
Septiembre de 2011. Foto: Álvaro Abellán-García.
Dos jóvenes rabinos discutían sobre si la tradición apoyaba unos u otros ritos. Fueron a exponer su disputa a uno de los más sabios. «Yo creo que la tradición es…», dice el primero. «No, esa no es la tradición», contesta el viejo rabino. Entonces el otro, envalentonado, espeta: «Claro que no es esa; la tradición es…». Pero el anciano contesta: «No, esa no es la tradición». Confusos, ambos piden la respuesta al sabio, para así evitar seguir discutiendo. «¡Ah! Discutir. ¡Esa es la tradición!», contestó el anciano.

Hay quien relata esta anécdota como un chiste sobre la cultura judía, pero otros saben que es verdad. Es propio de judíos discutir entre ellos el sentido correcto de sus tradiciones. Es propio de griegos discutir el origen de cada cosa y el sentido de las decisiones a tomar. Es propio de romanos discutir sobre política, derecho y guerras. Es propio de cristianos discutir de todo, incluso de Teología y aun cuando durante un tiempo se jugaran la vida al hacerlo. Es, en definitiva, propio de Occidente, creer que existe la verdad, que no la inventamos nosotros –ni como personas, ni como pueblos– y que está en nuestras manos, gracias al debate, llegar a certezas sólidas que dirijan nuestra vida, y no dejar ésta al capricho, la opinión o la moda.

martes, 7 de julio de 2015

Francisco: «Una nueva síntesis que supere falsas dialécticas»

Fotograma de Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006).

Me escribe mi mujer por WhatsApp una cita del papa Francisco: «Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos siglos» (Laudato si’, 121). Aunque esta encíclica me despierta mucho interés por innumerables motivos, aún no he podido trabajarla a fondo. En casa hemos comprado un solo ejemplar –criterio ecológico en el seno de una economía integral– y está en poder de Amalia. Aunque las encíclicas están todas digitalizadas y disponibles gratuitamente en la web del Vaticano, prefiero el libro. Los libros no son principalmente almacenes de palabras, sino objetos culturales que nos invitan a relacionarnos con la palabra con unas actitudes y no otras. Por eso, espero.

Mi mujer intuía que aquellas palabras me iban a interesar, y acertó: «Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos siglos». Ya está. Eso era. Para eso escribo este blog. A ratos, para lograrla en mi mente y mi vida; a ratos, para lograrla en algunos campos académicos, especialmente en la Universidad y en la Comunicación; a ratos, para persuadirnos entre todos de la necesidad y fecundidad de esa síntesis. Muchos ratos y acentos para una sola misión. Esa es la síntesis. Mi fuente es la vida; mi método, la filosofía de la comunicación.

De pronto, me doy cuenta de que he dicho todo con pocas palabras. Mucho habrá que dejarlo para otra ocasión, pero analicemos un poco, vayamos por partes. El artículo más radical en el que propongo el paso de las «falsas dialécticas» a una «nueva síntesis», que llamo dialógica –por fundamento, método y actitud personal–, quizá sea este: De la dialéctica a la dialógica. Pero no se lo recomiendo. Es droga dura. Hice un experimento con varios colegas y provoca mareos y nauseas. Mola, porque parece que uno sabe de cosas de las que nadie más sabe y eso da cierto prestigio académico -sobre esto, volveremos luego-.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Elogio de la teoría I: origen y perversión del concepto

El peine de los vientos. "Este lugar es el origen de todo. Él es el verdadero autor de la obra. Lo único que hice fue descubrirlo. Es imposible hacer una obra como ésta sin tener en cuenta el entorno. Sí, es una obra que he hecho yo y que no he hecho yo" (Eduardo Chillida). Fotografía de Álvaro Abellán.
Somos más herederos de Descartes de lo que pensamos. Entre los frutos de su modo de pensar al hombre y al mundo está el desarrollo de las ciencias naturales y exactas modernas y, con ellas, la tecnología que nos rodea y que articula en buena medida nuestra vida cotidiana. Entre las desgracias de su planteamiento está la hipertrofia de la razón, de la mentalidad analítica, que plantea casi como dilemas irreconciliables algunos ámbitos de la vida que, antes del siglo XVI, mantenían una relación armónica y orgánica mucho más humana.

sábado, 29 de noviembre de 2014

La mentalidad dialéctica, en las aulas

Diarios de la calle (Freedom Writers, 2007), película basada en hechos reales y en el libro homónimo de Erin Gruwell.
Esta historia relata la transformación de sus protagonistas al pasar de una mentalidad dialéctica a una mentalidad dialógica.
La historia que sigue es pura ficción, pero está basada en hechos reales. Hechos que yo viví como alumno en el colegio y, en menor grado, en la universidad. Hechos que quizá tú también has vivido. Cuento esta historia con tres objetivos:

  • Explorar hasta qué punto la mentalidad dialéctica, centrada en el conflicto, es la mentalidad dominante –en muchos casos de modo inconsciente– en la cultura occidental contemporánea.
  • Incidir en que la lucha contra la corrupción, que ahora nos preocupa tanto, no es una batalla contra un estamento concreto (la casta, los políticos, los banqueros), sino contra una mentalidad que anida en el corazón del hombre contemporáneo.
  • Proponer una mentalidad alternativa, que llamo dialógica, que no sólo es más auténtica, sino también más práctica, constructiva y creativa.

La historia empieza en un aula de enseñanza media. De un vistazo es fácil distinguir en ella dos roles o papeles muy distintos: el primero es el de profesor, ejercido por una sola persona. El otro es el de alumno, ejercido por 25 adolescentes. Entre estos últimos, si nos fijamos bien y escuchamos sus conversaciones, hay como pequeños sub-roles, etiquetas, casi como profecías auto-cumplidas, que a quien las sufre le hacen más o menos gracia: el payaso, calculín, el abusón, la chupap*ll*s, el chulo… En cualquier caso, por mal que estén las cosas, todos saben que ellos son alumnos y pertenecen la misma casta, a la que desde luego no pertenece el profesor, que tiene otros intereses, que es como “de otro planeta”, que nos es “de los nuestros”. Cuando hay que elegir –y siempre hay que hacerlo–, todos saben de qué lado deben estar.

sábado, 16 de agosto de 2014

Cometas en el cielo: del éxito profesional al examen de la vida

Fotograma de Cometas en el cielo.
El buen cine aún le debe mucho a la literatura; y ambas artes, a las experiencias importantes de la vida. Es el caso de la cruda aunque esperanzadora Cometas en el cielo (2007), inspirada en la novela del afgano Khaled Hosseini. Esta película, dirigida por Marc Forster (Descubriendo Nunca Jamás, Más extraño que la ficción, ambas recomendables), nos cuenta la historia de Amir, un escritor afgano felizmente casado y que acaba de publicar su primer libro. El éxito en su vida esconde el fracaso de un corazón herido por el pasado. Una extraña llamada desde el otro lado del mundo le dará la oportunidad de cerrar sus heridas.

En 1978 Amir era un niño que apenas entendía lo que estaba a punto de pasar en su país. Aunque su padre quiso educarle en el respeto por los distintos, y aunque su mejor amigo (Hassan) era también el hijo de su sirviente, en la calle aprendió que las creencias religiosas y la procedencia social marcan el territorio y dividen a los hombres. Si Hassan era valiente y leal, Amir era muy imaginativo, pero inhábil y cobarde. Quizá las debilidades de Amir les distanciaron más que lo social o lo religioso, hasta el punto de que cualquier reconciliación parecía imposible.

martes, 22 de julio de 2014

Salvador de Madariaga: «Los problemas nos solucionan»

Salvador de Madariaga. 
Fotografía de autor desconocido.
Salvador de Madariaga Rojo habló para TVE en 1978, recién estrenada nuestra democracia, desde su retiro en Locarno (Suiza), poco antes de fallecer. Le preguntaron por los problemas que debería afrontar España y los problemas que debían afrontar los propios españoles durante lo que se ha dado en llamar años de la Transición.

De España dijo lo siguiente: el vasquismo y el comunismo. Porque los independentistas vascos no admitían ninguna postura que pudiera aceptar el resto de los españoles y porque el comunismo no es lo que parece y, por lo tanto, es peligroso. Su visión me parece ahora providencial.

De los españoles dijo una cosa aún más profunda y universal: «Los problemas del hombre son siempre los mismos, y duran mientras el hombre piensa que debe solucionarlos; pues lo cierto es que más bien esos problemas están para solucionarnos a nosotros» [cito de memoria]. Entre esos problemas de «siempre», explicó tres:

  • «El hombre piensa y quiere que todos los hombres sean iguales, sean como él; pero la realidad es que cada hombre es distinto de otro».
  • «El hombre piensa y quiere creer que es autónomo, que es independiente, que su libertad es individual y que no necesita de los demás; pero lo cierto es que el hombre, desde que nace hasta que muere, necesita de los otros hombres para sobrevivir, para madurar y para crecer en humanidad».
  • «En toda sociedad, en toda convivencia, es necesario un mínimo de orden, y el orden exige el ejercicio del poder; pero es fácil que quien ejerza el poder se deje corromper y tienda a abusar de ese poder».

Esos tres problemas «del hombre» se dan hoy en nuestra democracia. Supongo que también en cada familia, en cada empresa, en cada equipo de fútbol… en cada comunidad humana. Y, verdaderamente, son problemas que no podremos solucionar jamás pero que, sin duda, están ahí para solucionarnos a nosotros.

jueves, 10 de julio de 2014

«¿Tú también?» Ese lugar donde la vida se ensancha

Fotograma de La vida secreta de Walter Mitty (Ben Stiller, 2013). Una película 
en la que los "tú también" ensanchan la vida del protagonista.
«La amistad surge fuera del mero compañerismo cuando dos o más compañeros descubren que tienen en común algunas ideas o intereses o simplemente algunos gustos que los demás no comparten y que hasta ese momento cada uno consideraba que era su propio o único tesoro, o su cruz. La típica expresión para empezar una amistad podría ser algo así: ¿Cómo, tú también? Yo pensaba ser el único». (C. S. Lewis, Los cuatro amores).

Cuando un grupo de amigos, profesores y alumnos, leímos juntos el libro de C. S. Lewis Los cuatro amores hubo algunos pensamientos del autor que se nos quedaron grabados para siempre. El citado en el párrafo que inaugura esta nota fue uno de ellos. Desde aquel día, son muchas las discusiones entre amigos -y entre copas- en las que nos hemos reconocido, mirándonos a los ojos y pensando: «¡Tú también!».

El «¡Tú también!» de Lewis y todo el desarrollo que hace en ese capítulo sobre la amistad ofrece una formulación brillante de la experiencia de encuentro, categoría filosófica que me ha acompañado desde hace años y que está en la base de la Teoría Dialógica de la Comunicación. La definición de Lewis nos permite también ordenar nuestras amistades. No es lo mismo decir «tú también te fumas la clase para jugar unas manitas de mus» que decir «tú también quieres cambiar el mundo». Al atender no sólo a lo bien que lo pasamos, sino al valor de lo que compartimos, aprendemos a valorar mejor cada una de nuestras amistades.

Todas estas razones vividas y meditadas me animaron en enero de 2008 a empezar una serie de columnas en LaSemana.es con el título Tú también, en las que relaté diversas experiencias de encuentro –especialmente con autores de obras culturales y personajes públicos– que terminaban siempre con una misma frase: «ese lugar donde la vida se ensancha», pues entre las consecuencias de la amistad y del encuentro está el distenderse de nuestra intimidad, la recarga de energía espiritual y la ampliación del horizonte de nuestra vida. Dicho en breve: una vida cuajada de experiencias de «¡Tú también!» es una vida grande. Una vida que no es capaz del «¡Tú también!» es una vida que se agosta y se marchita.

jueves, 27 de febrero de 2014

‘Gravity’: mejor película estrenada en España en 2013

Imagen promocional de la película Gravity (Alfonso Cuarón, 2013).

Ir al cine ya no es necesariamente una inversión que merezca la pena. Quizá por eso, una buena selección de lo mejor estrenado en salas cada año es un recurso muy valioso. Elaborar esa lista, reconociendo el mejor cine estrenado en España cada año natural, es uno de mis objetivos como miembro del jurado de los Premios Alfa y Omega de cine.

La gran ganadora en 2013 ha sido Gravity, una de esas experiencias cinematográficas que, sin duda, merecen la pena. Las virtudes técnicas de la película son muchas. Lo más emocionante para mí fue comparecer ante el reto logrado de un director que quiere sostener la acción dramática con apenas dos actores, o una y medio, pues Ryan Stone (Sandra Bullock) es la protagonista solitaria durante casi todo el metraje. Lo más logrado, sin embargo, me pareció el modo en el que Alfonso Cuarón logra articular forma y fondo, argumento y tema, con una planteamiento profundamente dialógico.

Todas las historias, por definición, tienen un planteamiento o sustrato dialógico, es decir: relatan la acción dramática de un personaje como su respuesta a una realidad que no le puede dejar indiferente. Pero no en todas las películas el corazón de la historia es la estructura constitutivamente dialógica del ser humano, cosa que ocurre en Gravity.

jueves, 20 de febrero de 2014

Trabajo manual vs. trabajo intelectual


Este cuadro distingue con claridad dos tipos de trabajo: el trabajo manual o fabril que se adquiere por instrucción y el trabajo intelectual, propio de los profesionales y fruto de la educación liberal. Puestos a valorar críticamente esta distinción, yo diría que el «trabajo manual» es menos manual de lo que parece, en cuanto que el protagonista no es una máquina, sino un ser humano. El vs. del título de esta nota, por lo tanto, puede traducirse mejor como «hacia» que como «contra».

miércoles, 1 de enero de 2014

El diálogo: la aventura por un «logos compartido»

Antiguas bicicletas, Art Postman.
Cuando alguien pronuncia la palabra "bicicleta", nuestra memoria
recupera un concepto o imagen mental asociado a nuestras
experiencias pretéritas con bicicletas reales o representadas por otros.
«Supongamos, por ejemplo, que tú y yo estamos caminando hacia la biblioteca y que, de repente, yo te señalo unas bicicletas apoyadas contra la pared del edificio. Muy probablemente, me dirás: “¿Qué pasa?” [...] Sin embargo, si algunos días antes te peleaste con tu novio de manera especialmente desagradable y los dos conocemos este hecho y, además, una de las bicicletas es la del susodicho –cosa que también reconocemos los dos-, entonces el mismo gesto de señalar, en la misma situación física, puede querer decir algo muy complejo como, por ejemplo, “tu ex novio está en la biblioteca (de modo que mejor no entremos)”. Por el contrario, si una de las bicicletas es la que te robaron no hace mucho y los dos conocemos este hecho, el mismo gesto de señalar tendrá un significado totalmente diferente. También podría suceder que nos hubiéramos preguntado el uno al otro si la biblioteca estaría abierta tan tarde, y entonces mi gesto de señalar la presencia de muchas bicicletas en el exterior indicaría que sí está abierta» (Michael Tomasello, Los orígenes de la comunicación humana, Katz Editores, Madrid, 2013, p. 14).

¿Cómo es posible que un mismo gesto, el de señalar una determinada realidad física, pueda significar cosas tan distintas y, sin embargo, la comunicación –salvo en el primer caso– resulte clara y efectiva? Algunos autores dirán que esto se debe al contexto físico. Y es verdad. Toda comunicación se da en un contexto concreto, y sin él, no comprendemos nada. Sin embargo, en estos ejemplos el contexto espacio-temporal es exactamente el mismo. Es otro tipo de contexto el que hemos sido capaces de poner en común para que ese gesto logre su sentido comunicativo. El contexto común que resultaba necesario es el de una experiencia previa que ya habíamos compartido -“la pelea con el novio” o “el robo”- y que habíamos interpretado más o menos de forma similar –“no te apetece en este momento ver a tu ex novio “ o “quieres recuperar tu bicicleta”-. Es decir, para que ese gesto mío de señalar la bicicleta adquiera pleno sentido, y yo debemos:
  1. Hacernos cargo de la realidad que estoy señalando,
  2. interpretar por qué eso que estoy señalando es significativo para nosotros y 
  3. comprender el gesto mío como el medio expresivo por el cuál te quiero compartir mi interpretación sobre esa realidad.
Los griegos tenían una expresión para referirse a estas tres cuestiones: logos. El logos remite, en su sentido más fuerte, al «orden y sentido de la realidad». En un segundo sentido, los griegos llamaron logos al «orden y sentido de nuestro pensamiento», en la media en que este es capaz de interpretar adecuadamente el logos de lo real. De ahí que hoy llamemos a algunas ciencias bio-logía, zoo-logía, teo-logía, etc. Por último, logos significaba también para los griegos «orden y sentido de nuestra expresión», y puede usarse como sinónimo de «palabra», «verbo» o «discurso».

viernes, 27 de diciembre de 2013

Los «innumerables otros» que llevamos dentro

Notas para un autorretrato (Álvaro Abellán).
Mi amigo Salvador me habló el otro día de «los innumerables otros, que decía Irene». Es verdad que Irene quería escribir sobre los innumerables otros de C. S. Lewis, aquellos a los que el escritor debía en buena medida el llegar a ser quien había llegado a ser, algunos de los cuales eran amigos notables y otros, admiradores con quienes el autor se carteaba. Lo que supongo que Salvador no sabía es que esa expresión la tomó Irene de mí.

El caso es que no tengo ningún derecho a reclamar la autoría porque, aunque llevo años hablando de los innumerables otros que llevo dentro, el otro día re-descubrí de quién la tomé yo. Al ver el texto –pero sólo después de verlo– caí en la cuenta de que debo esa genial expresión a mi querido Benedetti. Ahí no acaba la cosa: don Mario reconoce su deuda con Fernando Pessoa. Y aquí, ya sí, pierdo el rastro. Fernando->Mario->Álvaro->Irene->Salvador. Con dos rupturas ya subsanadas en este camino... y cuánto invisible e irrecuperable habrá pasado antes, después y durante esta cadena causal que ahora hemos señalado.

El contenido de la expresión «innumerables otros» sufre diversas mutaciones al ser asimilado por cada uno de nosotros. En Pessoa el drama está en afirmar su voz y callar al resto, en tratar de ser él mismo. Benedetti, a pesar del caos y las peleas que eso conlleva, agradece -con su ironía- la presencia de sus «innumerables otros», gracias a los cuales no se queda «solitario y poquito». Irene me tomó prestada la idea en el sentido que ya te he contado. Aún debo entender mejor de qué habla Salvador.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Lograr nuestra presencia para el mundo: el saludo zulú

Fuentes: Foto1, Foto2, Foto3, Foto4.
«¿Vivir en diálogo significa ajustarnos a la plena condición humana?» Esta es la pregunta radical a la que debemos enfrentarnos cuando abordamos el papel que juega la comunicación en la vida de las personas y en el desarrollo comunitario y social. Ya abordamos la necesidad de una Filosofía de la Comunicación y empezamos a listar las exigencias para una comunicación auténtica hablando de la escucha activa y el silencio interior con Momo. Hoy quiero compartirte otra condición necesaria para una comunicación plena: la presencia intencional. Nos ayudará a comprender su valor el ya legendario saludo zulú.

Entiendo por presencia intencional el acto consciente y libre de querer ponernos por entero en la comunicación con los demás. La voluntad de presentarnos ante el otro sin máscaras, ni ocultamientos, ni roles, desde una plena autenticidad personal (Buber). No se trata de ser espontáneos, en el sentido de no pensar lo que hacemos o decimos; más bien al contrario: se trata de ser plenamente conscientes de que estamos definiéndonos en lo que decimos y hacemos; se trata de caer en la cuenta de que nuestro destino personal consiste en quiénes somos y llegamos a ser para los otros.

Martin Buber, diciendo a un tiempo muchas más cosas, toca esta cuestión cuando explica algunas condiciones para un diálogo auténtico:
«[en el diálogo auténtico] acontece la dirección hacia el compañero, en toda verdad, como dirección hacia el ser […] Referirse a alguien significa ejercer la medida de presentificación que es posible al hablante en ese instante [y, a la inversa…] hacer presente al Otro como persona total y única [… y de esta forma] lo acepta como su compañero, y esto significa que lo confirma en su propio ser [… le dice] sí en cuanto persona […] Por lo demás, si ha de surgir un auténtico diálogo, cada uno de los que participen tiene que introducirse a sí mismo en él […] ha de prestar la contribución de su espíritu sin merma ni desviación» (Martin Buber, Diálogo y otros escritos, pp. 86-87).
Esto pasa por reconocer que dudamos, si es que dudamos; que estamos seguros de algo, si es que lo estamos; por mostrar nuestras convicciones sin miedo y respetar la palabra del otro sin negarle que discrepamos; por reconocer también nuestros acuerdos y adhesiones; etc. En definitiva, se trata de encontrar el mejor yo que llevamos dentro y que podemos ofrecer en cada momento –único e irrepetible– a quien tenemos delante. Esa voluntad de estar presentes se manifiesta ya en el modo en que escuchamos y acogemos al otro, cuando además del cuerpo traemos a la conversación toda nuestra atención, memoria, voluntad, sensibilidad, etc. Pero la presencia intencional, además de acogida, supone riesgo y disponibilidad, entrega (López Quintás). En este doble juego de acoger y entregarnos vamos descubriendo y desplegando nuestra personalidad: vamos conformando la persona que llegamos a ser.

¿Y qué tiene que ver el saludo zulú en todo esto? En torno a él se ha construido toda una leyenda muy presente en el mundo del coaching y el desarrollo personal. El zulú es una lengua bantú meridional hablada por unos nueve millones de personas, el 95% de los cuales se encuentra en Sudáfrica. El sentido comunitario de esa lengua se manifiesta en el modo en que intentamos traducir algunas de sus expresiones. Por ejemplo: «sawubona» es su forma de decir «hola», aunque en realidad significa algo así como «te veo» o «te vemos». Es decir: el saludo empieza por reconocer la presencia del otro. A ese saludo sigue esta respuesta: «sikhona», que podemos traducir como «estoy aquí (para ser visto)». Esta manera de saludarse responde a una forma muy definida de comprender qué es el ser humano: «Umuntu ngumuntu nagabantu», es decir, que «una persona es esa persona por razón de las demás».

No parece accidental que el saludo empiece por el reconocimiento de la presencia de otro, puesto que así empieza todo acto comunicativo. Este reconocimiento, además, no sólo es singular (te veo), sino comunitario (te vemos). El sujeto del «te vemos» es la comunidad viva y la pretérita. Vemos con los ojos de nuestros compañeros de hoy pero también con los del pasado y, quizá, con los ojos de los dioses. Vemos culturalmente. Cuando somos vistos por otros es reconocida nuestra existencia no sólo por parte de los otros, sino también para nosotros mismos: cobramos conciencia de que existimos como seres humanos cuando otro ser humano nos descubre, reconoce y trata como tales.

Si intentamos escudriñar lo invisible que acontece en el saludo zulú distinguiremos cuatro momentos que, por cierto, están íntimamente relacionados son los que descubrimos al analizar el dinamismo del encuentro (y el despertar de nuestra vocación) al comentar un corte de la película Veredicto final.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Protocolo socrático: el diálogo público, fuente de ejemplaridad

Bruno Barbey, The Italians, Florencia, 1964.
Sócrates es considerado uno de los padres de Occidente. La Filosofía, la Política, la Ética y la Educación, en las formas más nobles que ha dado Europa, no son concebibles sin su huella. Todas las tendencias intelectuales posteriores a él reclaman su liderazgo e inspiración. Incluso cuando Occidente se ha negado a sí mismo, ha tenido que hacerlo en combate con el ciudadano ateniense. La crisis europea -y española- es una crisis de fundamentos; y los fundamentos se recuperan actualizando su origen.

Sócrates entendía que la vida buena, creativa, justa y feliz, tanto de la persona como de la comunidad política, es fruto de analizar la consistencia de los argumentos y de examinar la propia vida. Eso le movía a escuchar al otro y a dialogar con quien piensa distinto para buscar el libre examen sobre lo que pensamos y lo que perseguimos. Por eso buscaba el debate y la discusión a corazón abierto, cuyo único límite es el juicio en conciencia sobre la verdad y el bien posibles.

El pensar crítico y creativo exige la comunicación y la deliberación públicas. Es el compromiso de muchos por el bien común de todos, a la luz de todos, con la participación de todos. Eso nos permite encontrar juntos las respuestas más eficaces y nos obliga a renunciar a las miradas particulares. En el diálogo comprometido aparecen las mejores respuestas, sean económicas o políticas, de presente o de futuro. ¿Dónde damos opción a ese diálogo?

lunes, 4 de noviembre de 2013

La tesis sobre Teoría Dialógica de la Comunicación, ya en pdf

Dicen los medievales que “el bien es difusivo de sí”. Los padres fundadores de internet sostenían este principio: “Si tienes algo bueno y crees que le puede interesar a otro, compártelo”. Aunque es discutible que todo lo que nos interesa sea bueno, creo que ambos principios están muy relacionados. El segundo (un principio moral) puede considerarse como un corolario del primero (una afirmación metafísica). Por eso, una de mis inquietudes cuando defendí mi tesis es que estuviera disponible para todo el que quisiera asomarse a ella. No precisamente porque esté seguro de que sea buena, sino más bien porque si el tema no va más allá de esta entrada tendré la convicción de que no merece la pena y podré dedicarme a otra cosa.

Personalmente no me atrevo a recomendársela a nadie, porque soy consciente de que ni es una lectura amable –tiene todas las limitaciones de un texto académico– ni es ninguna “cumbre”, no ya del pensamiento sobre comunicación, sino de mi joven vida académica. Quizá me atrevería a hacer una excepción, para aquellos que, como yo, padecen de vez en cuando de insomnio. A ellos sí les invito a probar la obra, con dos posologías alternativas: a) intentar leerla; y b) tumbarse en la cama y dejarla caer sobre la cabeza desde una altura aproximada de 25 cm.

Sin embargo, dos razones me obligan a "dar noticia" de la obra a los mortales que son capaces de dormir a pierna suelta. La primera es que, a la espera de una edición más amable, sintética y madurada, esta tesis supone un primer paso en una dirección que los estudiosos consideran urgente y prioritaria: hacer dialogar las “teorías de la comunicación” con la Filosofía. La segunda razón es que mis mayores (maestros y colegas con mucha más experiencia que yo y que se han atrevido a hincarle el diente a la tesis) insisten en que debo ponerla a disposición de los estudiosos, porque en el diálogo con la comunidad académica adquirirá su verdadera dimensión (sea esta la que sea).

La tesis, en crudo, es sencilla, y nos permite comprender la posible actualidad de la obra: hasta ahora hemos pensado la comunicación social tomando como “modelos” básicos la comunicación animal, la cibernética y los medios masivos. Sin embargo, el modelo original y más fecundo para comprender la comunicación social sólo puede ser la comunicación específicamente humana y, más concretamente, el diálogo interpersonal.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Más allá de la lógica del consumo

Francisco de Goya, Saturno devorando a su hijo, 1819-1823.
Occidente ha sustentado su desarrollo del último siglo en la lógica del consumo. Para ello, la política, la economía y los medios de comunicación se pusieron de acuerdo: si la premisa es fomentar el consumo, debemos vincular consumo y felicidad mediante la rueda de las satisfacciones. Nos vendieron que la felicidad consiste en satisfacer nuestros deseos y necesidades y, para eso, pusieron en nuestras manos el sistema de consumo. La rueda ha funcionado durante décadas y todavía hoy, en plena crisis sistémica, la única receta posible que nos venden los estudiosos es la de re-activar el consumo.

No es ya una cuestión de felicidad individual, sino de supervivencia global. Pero dudo de que esa solución sea algo más que un parche. No porque sepa mucho de esa abstracción fantasmal que nos mantiene a todos preocupados, sino porque algo sé de los hombres, que somos los que creamos aquel sistema y los supuestos beneficiarios del mismo. Ésta es mi tesis: si la lógica del sistema que inventamos no es la lógica del verdadero desarrollo humano, algo terminará por romperse: o el sistema, o los hombres que lo sustentan.

La lógica del actual sistema presupone -contra toda evidencia- que la felicidad se identifica con la satisfacción de necesidades. No es necesario decir que la satisfacción es un valor. La cuestión es si es el valor supremo. Los seres humanos quedamos satisfechos por nuestros logros, o cuando alcanzamos los resultados esperados, cuando recibimos un salario justo, cuando lo recibido se ajusta a nuestra demanda, etc. Todo eso nos deja satisfechos, pero nada de eso nos hace felices. Por el contrario, cuando no tenemos lo que queremos y estamos insatisfechos creemos que obtenerlo nos dejará satisfechos... pero... ¿nos hará felices? Cuando satisfacemos una necesidad o un deseo no aparece la felicidad... sólo desaparece la inquietud y, en su lugar, queda un vacío. Si no superamos esa lógica, todo se limita a encontrar o inventar nuevas insatisfacciones que satisfacer. Y la rueda es cada vez más pesada. Y el vacío es cada vez mayor.