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domingo, 14 de septiembre de 2014

Tales de Mileto: una nobleza mayor que la riqueza y el poder

Imagen capturada de un vídeo de la serie Continuum, de Josué J. Ruíz, vídeo-artista e investigador en la UFV.

El primero de los siete grandes sabios de la antigüedad griega sólo estaba interesado por los movimientos de los astros. Cuenta Gerardo Vidal Guzmán (en Retratos de la antigüedad griega, Rialp, 2006) que la madre de Tales intentó casarle en numerosas ocasiones. Durante años el griego puso como excusa «todavía es pronto». Cuando esa dejó de servir, utilizó otra: «Ya es tarde». Su formación y logros muestran que tuvo contacto con Egipto, donde aprendió geometría; y que viajó a Babilonia, de donde además de importar el uso de la Osa Menor como huella del Norte aprendió bastante astronomía. Los babilonios, no obstante, aún leían los astros bajo la clave de interpretar designios divinos (como el de la estrella a la que siguieron los magos hasta Belén). Tales fue el primero en estudiar los astros con mentalidad científica.

A él debemos el famoso «paso del mito al logos», realidad a la que estamos tan acostumbrados que ya no nos sorprende. Imaginemos lo que supuso. En el año 585 a. C. estaba anunciada una guerra entre Lidia y Media, pero cuando un eclipse de sol oscureció el que en breve sería un campo de batalla, los reyes de ambas ciudades decidieron retirarse, pues leyeron, asustados, en el eclipse, una señal de que los dioses no aprobaban la contienda. Tales había previsto y anunciado ese eclipse como un hecho puramente natural un año antes.

jueves, 7 de agosto de 2014

Homero: el ciego que nos trajo la luz

Troya (Wolfgang Petersen, 2004), inspirada en el relato de Homero, 
no supo captar algunos valores esenciales de la obra original. 
Algunas fuentes populares nos informan de que el divino Homero, padre de La Ilíada y La Odisea, era ciego. Casi con seguridad eso no es cierto, pero la sabiduría del pueblo gusta más de las anécdotas -reales o no- que nos ayudan a entender una realidad o un personaje, que del puro dato objetivo y descontextualizado. Al común de los mortales nos inspira mucho más la imagen de un hombre ciego que hacía ver grandes batallas a los nobles de su tiempo que el dato de que Homero nació en la Jonia del siglo VIII a. C.

viernes, 16 de agosto de 2013

Somos enanos encaramados a hombros de gigantes

Laberinto de la Catedral de Chartres
Canciller de la catedral de Chartres a principios del siglo XII, ejerció allí su magisterio de Teología y Filosofía. Fue maestro de universidad medieval antes de que existieran las universidades. Hombres de todas partes del continente recorrían los peligrosos caminos de Europa en busca de Bernardo de Chartres, aquel que enseña lo que aprendió de su Maestro: esa Verdad que hace libres (Jn 8, 32). Bernardo gustaba de leer a los clásicos, pues el trato con ellos ilumina nuestra inteligencia y ensancha nuestro corazón. Sintetizaba su pretensión en esta genial frase: «Somos enanos encaramados a hombros de gigantes. De esta manera, vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda sino porque ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca».
[«Dicebat Bernardus Carnotensis nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre, non utique proprii visus acumine, aut eminentia corporis, sed quia in altum subvenimur et extollimur magnitudine gigantea», en Melalogicon III, 4, obra de su discípulo Juan de Salisbury].
Semejante afirmación, que no parece ser sino una metáfora, encierra muchas lecciones:
  • Nos revela la humildad intelectual propia de un auténtico maestro: cuando leemos a los clásicos, debemos reconocerles como gigantes y sabernos enanos.
  • Nos invita a dialogar con los grandes, a «escuchar con los ojos a los muertos» (que diría Quevedo), pues si queremos afinar nuestra mente y fortalecer nuestro corazón, no hay mejor modo de hacerlo que arrimarse a quienes tienen una inteligencia fina y un corazón fuerte.
  • Nos enseña el secreto del aprendizaje: antes de juzgar, debemos ver lo que vieron los grandes y, al ver lo que vieron varios de los grandes y sumar su mirada a la nuestra, lograremos ver más y más lejos que ellos.
  • Nos recuerda que todo aprendizaje es fidelidad y diálogo con la tradición: si queremos que cada generación supere en conocimiento a la anterior, tendrá que asumir y situarse a la altura donde llegó la anterior. Si pretendemos rehacer siempre el conocimiento al margen de nuestros mayores, nunca seremos más que enanos.
La frase de Bernardo de Chartres cobró tal fortuna que la repitieron después otros grandes, especialmente físicos como Isaac Newton y Stephen Hawking. Debemos al sociólogo Robert K. Merton una indagación a fondo sobre el tema en su libro A hombros de gigantes (1990).