jueves, 12 de septiembre de 2013

La dialéctica de los malos empleados y las malas empresas

Aplicar la "lógica para controlar las cosas" a las relaciones humanas 
genera esclavos, monstruos, tiranos y mundos inhabitables.
El 75 por ciento de los empleados trabaja con “resignación” e “indiferencia”; el 78 por ciento afirma que son tratados por los jefes como “máquinas y números”, reconoce “no estar a gusto” en su puesto de trabajo y admite que si sigue ahí es porque “no le queda otra”. Son datos que arroja una investigación de Koerentia (Abc.es, 04/04/2012).

La primera vez que consulté estos datos pensé: “Si el 75 por ciento de las personas empleadas en este país trabajan resignados y con indiferencia, bastante bien le va a nuestra economía”. De hecho, me sorprendo a menudo por la desidia e incompetencia manifiesta de muchas personas que trabajan de cara al público. También me ha pasado al revés: cuando una de estas personas se muestra educada, servicial y manifiesta saber de lo que habla, me dan ganas de pedirle su tarjeta, porque la llevaría conmigo a cualquier aventura empresarial.

Escuchar detenidamente las razones de esa desidia nos permite plantear una nueva perspectiva, que no invalida la anterior: “Si las empresas tratan a las personas como máquinas y números, matarán su iniciativa personal, su sentido de la responsabilidad y desperdiciarán sus talentos y capacidades”. Las empresas grandes buscan la estandarización de productos y servicios en su búsqueda febril de maximizar el beneficio y, con ello, reducen a sus empleados al anonimato y a lo impersonal, lo que denigra la dignidad tanto de sus empleados como de sus clientes.

La desvergüenza y vileza moral de las empresas de telefonía móvil es paradigmática tanto en el trato que ofrecen sus teleoperadores como por el ninguneo a sus clientes más fieles. Las pequeñas empresas, aunque más humanas, permanecen ancladas en un modelo de mando demasiado jerárquico -recordemos la grandeza de los marinos del Dechaineux-, que revela desconfianza en los empleados, y demasiado rígido -horarios, procedimientos, instructivos, tareas-, que aplasta la innovación, el talento y la creatividad personal.

Ambas actitudes –de jefes y empleados- se retroalimentan y potencian mutuamente. Es imposible confiar a fondo en quien no se muestra enamorado de su trabajo; es imposible enamorarse del propio trabajo si no podemos dejar nuestro sello personal en él. Ambas actitudes reflejan no entender en qué consiste la responsabilidad creativa. Las claves para superar esta situación están descritas desde antiguo, aunque todos los best-sellers para salir de la crisis las repiten como un mantra: objetivos claros y comunes, motivadores, confianza mutua, comunicación, trabajo en equipo, reconocimiento mutuo… Las respuestas son evidentes y están más que probadas. Algunos lo saben, pero saben también que no pueden practicarlas solos: la sociedad entera debe caminar por esos senderos.

Pero la sociedad no camina por allí… porque sigue presa de una creencia falsa y dominante que nos ha conducido a esta crisis y nos mantiene en ella. Una creencia que tiene dos rostros distintos e idénticos presupuestos maquiavélicos: la dialéctica marxista y el liberalismo ideológico. Seguimos creyendo que el egoísmo es fuente de riqueza. Seguimos creyendo que cuidar de mí y sólo de mí es la respuesta. En clave colectiva: seguimos creyendo que “nosotros” –seamos jefes o empleados- somos los buenos; y que “los otros” son los malos. [Un estudio riguroso sobre esta mentalidad, en De la dialéctica a la dialógica]

Sea en clave individualista o colectivista, nuestra lectura del trabajo, de la economía, de la crisis… de toda la realidad social, es dialéctica: unos contra otros, en la defensa de “lo propio” y desconfiados o en conflicto abierto con “lo otro”. Sin embargo, la única respuesta posible a esta crisis, el único modelo de negocio viable para lo social es el mismo que sabemos que funciona en nuestra vida personal: la confianza, el diálogo, el reconocimiento mutuo, el amor, la responsabilidad creativa… lo que muchos autores, desde ya casi hace un siglo, vienen llamando dialógica, que es el movimiento personal y comunitario que, consciente o inconscientemente, ha impulsado los grandes acontecimientos personales e históricos de los que todos los hombres podemos sentirnos legítimamente satisfechos, felices y agradecidos.

No saldremos de esta crisis con recetas, aunque podamos autoengañarnos con una salida en falso. Sólo saldremos de esta crisis mutando el paradigma dialéctico en dialógico, porque no son el egoísmo ni el poder los que nos unen y nos hacen mejores, sino la estima y la colaboración recíprocas. Esas son, hoy y siempre, las actitudes y acciones de aquellos a quienes todos reconocemos como los mejores.

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Este artículo, de la serie #CrearEnUnoMismo, fue publicado originalmente en LaSemana.es.

2 comentarios:

  1. Ah! Así que la que eleva el contador de visitas eres tú! :D
    Gracias, también por tu blog, en el que os dejas participar de tu mirada alegre y creativa.

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