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miércoles, 1 de febrero de 2023

Camino hacia la titularidad

Mi querida decana, Paula Puceiro, lleva años proponiéndome como candidato a la Titularidad en la asignatura de Teoría de la Comunicación, en el grado de Comunicación Audiovisual de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV). Yo, por mi parte, llevo años rechazando esa invitación. ¿Mis razones? Quería primero recibir más avales objetivos y externos de mi quehacer docente e investigador (trienios de docentia, sexenio de investigación, algún eco o fruto de mis trabajos en antiguos alumnos y otros investigadores, dirección de varias tesis doctorales); y quería también cerrar un pequeño ciclo en el que estaba inmerso: la puesta en marcha del Grupo Estable de Investigación Imaginación y Mundos Posibles (GEI IyMP).

Además, me horrorizaba tener que defender públicamente mi curriculum, como me enferma moralmente tener que recolectar certificados que avalan mis méritos para vender en hueco y abstracto, conforme a criterios estándar –es decir, impersonales– mi supuesta competencia docente e investigadora. Show me, don't tell me. Los frutos de nuestro trabajo, y no nuestra palabrería, son la mejor retórica. Esta venta, sin embargo, insertada en el sistema tecno-capitalista, es necesaria hoy para hacer carrera docente. Aunque yo recomiendo atender a la posología mínima e imprescindible, para evitar intoxicarnos de yoísmo y eficientismo y evitar contribuir, en lo posible, a extender la pandemia de infoxicación o sobreabundancia de información mediocre.

viernes, 24 de noviembre de 2023

Sagasti: de padres e hijos

Calle Mártires concepcionistas, 1. Madrid.

Me recuerda un doctorando —y hace bien— que no estoy cumpliendo la promesa de compartir por esta vía mi #CaminoATitular, aunque algo más lo he hecho en Ig. Lo cierto es que he avanzado mucho en las lecturas y el plan de trabajo y pronto daré cuenta de eso. Pero no así en la escritura. Acumulo más de 100 páginas que habrán de tener otro uso —futuros papers—. Pero sí, ya he encontrado el tono, al menos para la primera parte del proyecto que es, en realidad, memoria. Son ya unas 40 páginas. Comienza así...

Sagasti: de padres e hijos

Colegio Calasancio, antigua cárcel de Porlier, finales de los 80. «Es listo, pero muy vago», repetían los profesores a mis padres. Tomaban como evidencia la evaluación continua. Primeros parciales: 0, 2, 4, 3… Hacia mitad de trimestre: 7, 6, 8, 10… Nota final: aprobado. Los datos eran ciertos. La interpretación, errada. No es que yo pasara las tardes tumbado en la cama con la mirada fija en el techo, que también. Es que prefería hacer otras cosas que mis preocupados profesores no veían, pues lo las recogían los números. Jugar al baloncesto, practicar judo, escuchar música, leer y escribir, ojear láminas y dibujar, repasar atlas y trazar mapas de islas imaginarias, diseñar aventuras de Dungeons & Dragons para meter en problemas a mis amigos y ver cómo los superaban. El plan era el siguiente: gastar poco tiempo y esfuerzo en memorizar datos sin contexto o en solucionar problemas artificiales que ya estaban resueltos. Invertir el tiempo y esfuerzo ahorrados en entrenar el cuerpo, la mente y el corazón. Disfrutar con amigos de actividades estimulantes; entrar en contacto directo con los grandes pensadores, escritores, artistas; inventar situaciones realmente nuevas y tratar de solventarlas creativamente.