El retorno del hijo pródigo, Rembrandt, hacia 1662. |
«Si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos, es mía». Suele decirse de esta frase que es un proverbio árabe, aunque Eduardo Palomo en su Cita-logía se la atribuye a Anaxágoras. Sea como fuere, la frase viene a subrayar dos ideas complementarias. Por un lado, que la confianza debe ser un a priori de la comunicación y de las relaciones humanas. Dicho en modo negativo: constatamos con facilidad que la desconfianza torna el encuentro interpersonal prácticamente imposible. Por otro lado, la frase subraya también que ese a priori de confianza debe ser refrendado en la experiencia. Si el otro se revela no-veraz o no-confiable, darle nuestra confianza no sería ya virtud, sino imprudencia.
Ocurre a menudo que las personas nos equivocamos. Las equivocaciones no culpables se superan, con cierta facilidad, con una dis-culpa: el reconocimiento de que, en realidad, no había culpa, sino error. Que el error sea puntual o pertinaz es ya otra cuestión, que deriva nuestra confiabilidad en el otro no ya a su moralidad, sino a su pericia.
Ocurre también, con más frecuencia de la que nuestra mentalidad nos permite reconocer, que no sólo nos equivocamos, sino que mentimos, engañamos, ocultamos, ofendemos, agredimos o eludimos nuestras responsabilidades. Entonces no basta una disculpa, pues no se trata ahora de superar un error, sino una traición, ofensa o agresión. Eso es lo que, según el proverbio citado, no podemos obviar mirando hacia otro lado como si no hubiera pasado nada. Si lo hiciéramos seríamos imprudentes o ilusos.