domingo, 13 de agosto de 2017

¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?

Foto: Álvaro Abellán-García. En algún lugar de León.
Una de las ventajas (o desventajas) de las redes sociales digitales es que nos permiten compartir un estado de ánimo con nuestros conocidos. A veces no pasa de un mensaje sin respuesta lanzado a un puñado de posibles lectores. Otras supone el comienzo de algo más serio. Tal vez un encuentro real para charlar, una complicidad en la respuesta, una oración por la persona afectada o incluso una reflexión. Así ocurrió cuando una antigua alumna mía lanzó esta pregunta en Facebook: «¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?». Seguramente no era más que un pensamiento al aire después de una gran experiencia que, según termina, ya echamos de menos. El caso es que ante esa confesión inocente se encendieron todos mis instintos de profesor avezado y me salió una respuesta, desde lo más hondo del corazón, dirigida expresamente a ella: «Porque estamos hechos para ello».

En pocos segundos me di cuenta de que, como ocurre casi siempre, cuando una respuesta personal va al corazón de las cosas no es sólo personal, sino universal. Ese es seguramente el secreto de la gran Literatura: un clásico lo es no sólo porque responde a las preguntas más importantes que golpean a un autor o una época, sino porque golpea al hombre de todo tiempo y circunstancia. La pregunta de aquella alumna nos la hacemos todos. La respuesta, la necesitamos todos. Yo se la dirigí a ella, pero pronto supe que yo también la necesitaba.

El tema de estas notas, ¿Tú también?, hace referencia justo a eso, al maravilloso descubrimiento de que otra persona, amiga o desconocida, vibra con lo mismo que tú, se pregunta por lo mismo que tú y sólo descansa con el mismo tipo de respuestas. «¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?», nos preguntamos todos. «Porque estamos hechos para ello» creo que es la única respuesta consoladora. Cualquier otra es trágica, terrible, inadmisible, absurda.

Decía Albert Camus que la única cuestión filosófica verdaderamente importante es la del suicidio: si la vida merece o no la pena ser vivida. Si creemos que no estamos hechos para lo bueno, a pesar de acostumbrarnos rápidamente a ello, la vida es una burla del destino. Si renunciamos a la pregunta, ya nos hemos suicidado, pues lo que nos hace hombres es la capacidad de preguntarnos por el sentido de las cosas, especialmente por el sentido de nuestra vida.

Si nos acostumbramos rápido a lo bueno, lo razonable es que estemos hechos para lo bueno. Que lo bueno perseguimos, que en lo bueno descansamos. Que al final de la vida seremos juzgados por lo bueno que alcanzamos y seremos consolados en lo bueno a lo que estamos llamados. Si estamos hechos para lo bueno hay esperanza para el hombre. Sólo tenemos que trabajar por lo bueno, siempre, respondiendo así al anhelo que llevamos dentro. Cuando los hombres entregan su vida para alcanzar su bien y el de sus semejantes edifican ese lugar donde la vida se ensancha.

Este artículo de la serie Tú también fue publicado por vez primera en LaSemana.es.

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