domingo, 6 de septiembre de 2015

George Steiner: «No nos quedan más comienzos»

George Steiner en una fotografía de archivo. He tratado de encontrar, sin éxito, el origen y autor 
de esta imagen, lo cuál no deja de ser un buen símbolo para esta entrada del blog.
Qué comienzo. Qué primera frase para romper el silencio. Qué confesión. Qué contradicción es comenzar un libro con las palabras: «No nos quedan más comienzos». Gramáticas de la creación. «En las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso», continúa. Sabor finisecular y pesimista. Expresa el «cansancio esencial» de Occidente, a cuyas espaldas queda un siglo XX cargado de promesas y traumatizado por las guerras mundiales y el fracaso de las utopías. Demasiadas promesas incumplidas: el milagro de la educación y la organización del estado moderno, el milagro de la ciencia y la tecnología, el milagro de la economía y el paraíso del bienestar.

La metáfora perfecta de la modernidad, dice George Steiner, es La Metamorfosis de Kafka. El hombre queda trasmutado en bicho, aplastado por la burocracia, el trabajo alienante, las relaciones puramente funcionales y el universo de cosas que ha construido. El hombre, instalado en un universo de cosas, queda reducido a mera cosa.

Para Steiner, es la noción de esperanza la que hoy resulta más problemática. La esperanza está cargada de futuro. La esperanza es una palabra hacia un oyente. La esperanza es un acto del espíritu humano que se enfrenta a la muerte y la banalidad. Cuando el hombre no cree en el futuro, la esperanza se queda sin munición. Cuando el hombre no obtiene respuesta del otro, la esperanza queda suspendida. Cuando el hombre no tiene esperanza, nada frena a la muerte ni a la banalidad. No hay esperanza, dice Steiner, por «el eclipse de lo mesiánico», que hace que se resienta «el tiempo futuro».

Así queda Occidente. Cabe preguntarnos qué pasa con Oriente. Marruecos, Egipto, Líbano, Siria, Afganistán, Irak, China… Países que no hace mucho historiadores y politólogos consideraban dormidos, países que hoy parecen haber despertado, aunque muchos nos preguntamos si no serán países que han caído en otro sueño, agitado por revolucionario, justo el sueño del que Occidente despertó a fuerza de mucha sangre en el siglo XX.

El quid se encuentra, insiste Steiner, en el concepto de comienzo. Por eso la esperanza no puede ser nunca sólo una cuestión de futuro. Ha de serlo de pasado, de origen fundante de una realidad valiosa. La esperanza se alimenta del tesoro que ya nos ha sido dado y que debemos conservar y alimentar como podamos. Y ha de vertebrarse y encarnarse en el presente. No encarnar ya, aquí y ahora, con todas las limitaciones y con toda la fuerza posible, las razones de nuestra esperanza, es matar ya esa semilla.

Sacrificar el presente por un sueño futuro es matar ese sueño, pues para la generación venidera ese sueño, sólo pronunciado y no vivido, no será ya más que palabra. Utopía. Razón hueca. Un mal chiste. Una mueca sardónica y cruel que promete todo sin dar nada. Ese fue el error revolucionario de Occidente. Matar el pasado y despreciar el presente. Y el movimiento pendular nos ha llevado al movimiento contrario: matar el futuro y perder la esperanza, quedarnos temblorosos con los logros alcanzados… y matar la pregunta por el futuro. «Virgencita, virgencita, que me quede como estoy»… o como estaba justo antes de la crisis.

Volver al origen, hacerlo presente y sembrarlo para que crezca en el futuro. Quizá no nos quedan más comienzos. Pero es cierto que algunos comienzos muy hermosos se nos han revelado eternos. Así, presente, pasado y futuro se presentan como lugares y tiempos donde la vida se ensancha.



Este artículo pertenece a la serie #TúTambién y fue publicado originalmente en LaSemana.es.

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