lunes, 14 de enero de 2019

«Escuchar con los ojos a los muertos»

D. Francisco de Quevedo, copia de el retrato original pintado por Velázquez, que se ha perdido. 
Conocer esa pérdida y el contenido de esta nota me han incitado a publicar la imagen en blanco y negro. 

«Algunos años antes de su prisión última me envió este excelente soneto desde La Torre», nos cuenta el editor de Francisco de Quevedo. «La Torre» es La Torre de Juan Abad, pueblecito entre Ciudad Real y Jaén, al pie de la sierra de Segura. Quevedo «reescribe los tópicos de la selección frente a la abundancia, del coloquio y la enseñanza de los que ya murieron, de la experiencia adquirida con la historia, de la vida como sueño», apunta Pablo Jauralde García (Francisco de Quevedo, Antología poética, Austral, Madrid, 2005, 110). En última instancia, es el tema del beatus ille, oda a la vida retirada, sencilla, campestre… e intelectual.

En pocos versos, Quevedo nos comparte el placer de la lectura retirada y reposada y del contacto con los genios. Nos explica el sentido de la lectura para la propia vida y su efecto terapéutico sobre la muerte. Por sobrevivir al autor y por abordar temas eternos, los libros son un portal por el que escapamos del sueño de esta vida, de este reino, al despertar propio de la otra vida, el Reino de los Cielos.

Leerlo es aprender a leer, tanto por su contenido como porque al hacerlo comprendemos la necesidad de una pequeña hermenéutica, de una interpretación que nos abra a la grandeza esbozada moderadamente en estos versos. Pensé en este soneto como continuidad al comentario de Una invitación a leer... mejor, que ha tenido una especial aceptación en redes.

Desde la perspectiva de un estudioso de la comunicación creo que este soneto ejemplifica bien lo que significó cultural e históricamente la tecnología conocida como libro. En principio, nada obsta para que otros soportes nos traigan al presente la sabiduría del pasado; o para que otros formatos, como el cine, al sueño de la vida hablen despiertos. Pero algo físico tienen los libros que no tienen otros soportes. No se trata sólo de un canal, o un contenedor de contenido.

Mucha verdad hay en eso que decía McLuhan de que el medio es el mensaje. El modo en que suena en nosotros la voz del autor, confundida con la nuestra; el coloquio íntimo con los genios por el que nos enseñan a pensar, nos abren su alma, con quienes nos identificamos, a quienes preguntamos por qué nos cuentan lo que nos cuentan… El ritmo que impone la lectura y la pausa que facilita… Las condiciones ambientales que nos sugiere…
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

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