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jueves, 21 de enero de 2016

Ficción y realidad en torno a la figura de Kapuscinski

Ryszard Kapuscinski, captura de pantalla del reportaje Poet on the front line (Gabrielle Pfeiffer, 2004).
Ryszard Kapuscinski ha sido reconocido como «el mejor reportero del siglo XX». En España se puso de moda a finales de los 90 y desde entonces hasta su muerte, en enero de 2007, su leyenda fue creciendo en los círculos periodísticos y universitarios. Quizá el momento cumbre de su popularidad en nuestro entorno lo alcanzó en 2003, cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

En el año 2010 llegó a España Kapuscinski, non-fiction, una biografía del maestro escrita por uno de sus discípulos, Artur Domoslawski. Un aforismo latino atribuido a Aristóteles reza así: Amicus Plato, sed magis amica veritas (algo así como «Amigo de Platón, pero aún más amigo de la verdad»). Pues bien, Domoslawski parece compartir esa idea y no tiene inconveniente –con ciertos apuros– en desmentir algunas imprecisiones y leyendas que Kapuscinski construyó no sólo en sus reportajes, sino en torno a su propia persona.

martes, 23 de junio de 2015

Ryszard Kapuscinski: el buen periodismo y el pensamiento dialógico

Ryszard Kapuscinski y sus fotografías en Oviedo, con motivo de 
la recepción del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003.

La reflexión académica sobre el periodismo está gravemente lastrada por planteamientos cientificistas, funcionalistas y cibernéticos que nublan la dimensión personalísima de este quehacer profesional. La sociedad es entendida como una gran maquinaria y el periodismo es una función más al servicio del gran engranaje social.

Las noticias han de ser objetivas, no ya en el sentido de veraces –cosa evidente–, sino en el de impersonales, asépticas, neutrales, liberadas de toda pretensión de moralidad y de personalidad. Como los análisis clínicos o las pruebas de laboratorio. Durante años se ha considerado un rasgo del estilo noticioso lo que propiamente es ausencia de estilo, es decir, el estilo impersonal. La noticia pura no debía ser firmada, para subrayar que no importa quién la escribe, pues sólo importan los hechos y los datos, científicamente ordenados conforme a la pirámide invertida.

Durante mis estudios de doctorado traté de buscar otros fundamentos en los que asentar una Teoría de la Comunicación con un rostro más humano. Encontré en el pensamiento dialógico esa fuente. Supe entonces que el modelo básico para comprender la comunicación social no es la comunicación entre máquinas (Modelo matemático de la información) ni la comunicación entre animales (Modelo funcionalista, fórmula de Lasswell), sino el diálogo interpersonal. Y supe que la filosofía del diálogo es la matriz desde la que comprender la comunicación social.

lunes, 25 de abril de 2016

Kapuscinski: «Hallar la palabra certera»

Ryszard Kapuscinski, foto del Archivo de la familia Kapuscinski.

«Hallar la palabra certera
en plenitud de sus fuerzas
tranquila
que no caiga en la histeria
que no tenga fiebre
ni una depresión

miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Qué es la filosofía? ¿Y para qué sirve?

Ponencia presentada en las X Jornadas de la AEP, 6 de mayo de 2016.

«¿Para qué sirve la filosofía? Sospechaba ayer el profesor Juan José García Norro que esta pregunta puede contender una trampa metodológica. Así lo creo. Creo que encierra una trampa semántica. Si entendemos la expresión “para qué sirve” desde una voluntad de dominio, es decir, si preguntamos “qué efectos, resultados o cambios voy a lograr si filosofo”, entonces mi respuesta es, tímidamente: “No. La filosofía no sirve para nada”. Preguntado desde la voluntad de dominio yo defendería –como tantos otros antes que yo– la inutilidad de la filosofía, porque cuando las ideas son un medio para lograr algo, es muy posible que ya no estemos haciendo filosofía, sino ideología o sofística. Sin embargo, si entendemos la expresión “para qué sirve” desde una voluntad de sentido, es decir, si preguntamos: ¿tiene sentido filosofar? Mi respuesta es, rotundamente: “Sí”. Y en esa perspectiva voy a situarme durante toda mi exposición».

lunes, 14 de abril de 2014

Sólo la sencillez salva

The Prayer, de Adrian McDonald.

«Estaba al borde de la desesperación total, de la depresión profunda, me veía en un callejón sin salida. Entonces me pongo a buscar la frase más simple, la cosa más sencilla, porque es lo que me puede salvar. Siempre he sabido que sólo la sencillez salva. No existe nada más simple que un vaso de agua o un mendrugo de pan. ¡Y con eso se salvan vidas!» (Conversación con Marek Miller para su programa de televisión, citado por Pascual Serrano en Contra la neutralidad, Península, Barcelona, 2011).

Así contaba Ryszard Kapuscinski cómo se enfrentó al síndrome de la página en blanco cuando trataba de escribir El emperador, una novela periodística sobre el líder de Etiopía Haile Selasie I. Nos revela, de esta forma, uno de sus principios literarios que, como en todo creador coherente, es también un principio de vida.

Muchos de sus reportajes destilan, quién sabe si consciente o inconscientemente, este principio: el ahogo entre las riquezas, lo barroco o la complejidad y el aire puro de lo simple, lo sencillo, lo esencial. La opresión del palacio y la liberación de la noche abierta entre las calles en un barrio humilde.

G. K. Chesterton predicó también un elogio de la sencillez en sus ensayos Lo que está mal en el mundo. Relata, entre cómico y sorprendido, la dificultad en que nos vemos envueltos entre los objetos del mundo moderno, en contraste con la sencillez de los objetos antiguos. Pone como ejemplos clásicos el fuego, el bastón, el cuchillo o la cuerda de pita. Como ejemplos modernos, el sacapuntas, la lámpara eléctrica o el calefactor. Y eso que, en su tiempo, no tuvo que lidiar con media docena de mandos a distancia para poder proyectar una película en el salón de su casa.

lunes, 13 de marzo de 2017

Saint-Exupéry: un periodista francés en la guerra de España

Antoine de Saint-Exupery junto al avión que pilotó, gracias al diario parisino L'Intransigeant, para cubrir la guerra civil española.

«Esta tarde he asistido al bombardeo desde la misma ciudad [de Madrid]. Alguien juzgó necesario dejar caer un rayo sobre la Gran Vía para descuajar una vida, una sola. Algunos viandantes se sacudían los escombros; otros corrían; el humo ligero se disipaba; pero aquel joven, salvado milagrosamente sin un rasguño, tenía a su novia, a la misma que segundos antes llevaba cogida del brazo con su ternura, a sus pies, convertida en una esponja de sangre, en un amasijo de carne y jirones. Mientras se arrodillaba, sin entender nada todavía, movía la cabeza lentamente, de arriba abajo, como si pensara: “Qué extraño es esto”. En aquella flor derramada no había nada que le recordara a su amiga. […] A medida que el grito, diferido no sé por qué razones, se formaba en su garganta, el joven tenía la ocasión de comprender que el verdadero objeto de su amor no habían sido esos labios, sino el gesto, la sonrisa de esos labios. No esos ojos, sino su mirada. No ese pecho, sino su delicado movimiento marino. Tenía la oportunidad de comprender, en definitiva, la causa de la angustia que le provocaba su amor. ¿Acaso no había perseguido lo inaprensible? No se trataba de estrechar su cuerpo, sino la suavidad, la luz, el ángel ingrávido que lo cubría…» Saint-Exupery, Antoine, La guerra de España, trad. de Andoni Eizaguirre Ugarte, KEN Nueva, Mutilva (Navarra), 2016, 60-61.

domingo, 29 de septiembre de 2013

¿Quién puede curar la vocación de un periodista?




The Newsroom cierra su primera temporada con tres posibles dimisiones. La más sonada, la del conductor del programa, Will McAvoy. Los motivos de esas decisiones mezclan aspectos estrictamente personales con otros profesionales, pero estos últimos parecen ser los más relevantes. Mejor dicho: los motivos profesionales, en este caso, resultan ser más hondamente personales que los no profesionales.

Al conflicto sentimental de Will se suma un varapalo profesional de primer orden: la portada de la revista New York le tilda de El más tonto. Llevaba un año tratando de hacer un buen programa, comprometido, independiente, riguroso… y sus colegas de otros medios le tildan de idealista, de quijote, de tonto trasnochado. El millonario presentador no sabe aguantar la presión, acaba hospitalizado y toma la determinación de abandonar el Periodismo.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Los extremos del periodista y la aportación del becario: entre el más cínico y «el más tonto»


The Newsrroom termina su primera temporada retomando los dos encuentros que desencadenaron toda la trama. Ya analizamos en Veredicto final cómo en el encuentro con el otro despierta la propia vocación. En esta ocasión son dos mujeres las culpables de que Will McAvoy abandonara la comodidad de un Periodismo neutral y sin compromisos y consagrara su vida a que Estados Unidos vuelva a ser «el mejor país del mundo». Puedes revisar la primera secuencia de la serie, con el conocido discurso de Will, para volver de nuevo a este corte y disfrutar mejor de un cierre de temporada redondo.

Disfrutar de un final de temporada a la altura de toda la serie es razón suficiente para recoger este vídeo. Pero tengo otras dos razones para hacerlo. Con ellas, terminamos el primer ciclo de ‘The Newsroom’, una lección de periodismo, a la espera de retomar las lecciones con la segunda temporada. Esas dos razones son: clarificar qué quiere decir la expresión «el más tonto» y reflexionar sobre el papel de los becarios en una redacción.

martes, 18 de diciembre de 2012

El periodismo como un juzgado: ¿neutralidad o contrapoder?


Will McAvoy, empujado por su feje Charlie Skinner, ha decidido convertir Noticias Noche en un juzgado. La idea de la prensa como Cuarto Poder entronca con la separación de poderes propuesta por Montesquieu en El Espíritu de las leyes. En ese planteamiento, la prensa se erige en vigilante de los tres poderes del Estado: Legislativo (Parlamento o Congreso), Ejecutivo (Gobierno) y Judicial.

Algunos periodistas y teóricos prefieren sostener que la prensa no es el Cuarto Poder, sino un “contrapoder”. En ese juego de palabras se deja entrever cierta mojigatería marxista mal disimulada, como si erigirse en poder fuera algo moralmente malo. Ser “contrapoder”, en el imaginario de la izquierda, nos pone del lado de los débiles y oprimidos y frente a los poderosos y opresores. La idea es clara: conquistar una autoridad moral... que luego se traduzca en poder de transformación social.