lunes, 4 de mayo de 2020

¿A qué demonios nos referimos cuando definimos a alguien como un «héroe»?

Frodo, en el Monte del Destino, a punto de renunciar a cumplir su misión.
Fotograma de El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (Peter Jackson, 2003)
Después de la histórica frase «el heroísmo consiste también en lavarse las manos y quedarse en casa» (Pedro Sánchez dixit),  me ha conmovido re-encontrarme con este párrafo:

«He sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca, y ha sido salvada, pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven».

Así queda descrita la verdadera relación del héroe con el conjunto de la comunidad a la que pertenece. Esta descripción sí nos permite identificar con piadoso respeto a los verdaderos héroes de estos primeros meses de pandemia; y habrá otros, de otros gremios, en los meses por venir.

He aprovechado estas semanas de confinamiento para consumir un tipo de producto que se cuenta entre los menos perecederos que jamás ha producido el hombre. Tengo varios de ellos, desde hace años, en mi despensa, esperando el momento oportuno. Los abro ahora y están en su punto. Hablo, claro está, de buenos libros. En concreto, hoy me refiero a El viaje del Anillo, de Eduardo Segura (EUG, 2016).

Es cierto que este libro de investigación se beneficia de la calidad del libro investigado, obra de creación: El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien. Pero hay libros infumables sobre Tolkien y su mitología. Este se disfruta por dos razones: primera, es una buena investigación; segunda, te ayuda a comprender la genialidad de la obra estudiada, es decir, te ayuda a amarla más y mejor.

Indirectamente, El viaje del Anillo es también una lección de teoría de la Literatura y de análisis literario. En el Capítulo 1, Segura nos cuenta la compleja y peculiar génesis literaria de El Señor de los Anillos. En adelante, Segura adopta como marco general el planteado por el narratólogo Gérard Genette (Figuras III). Así, distingue entre la historia (los acontecimientos al final de la Tercera Edad que culminan con la destrucción del Anillo Único), el relato (el texto) y la narración (la acción de contar la historia mediante el relato). Estas distinciones nos permiten descubrir la originalidad de El Señor de los Anillos, obra maestra de la literatura, en tres aspectos concretos, cada uno de ellos tratado en su correspondiente capítulo: el 2, sobre la voz narrativa; el 3, sobre el tiempo narrativo; y el 4, sobre el modo narrativo.

Finalmente llega la exposición de las conclusiones. La primera subraya el dominio que Tolkien tenía en el campo de la Literatura y la Filología comparadas en el área de la mitología y la épica del norte de Europa, así como el efecto de esa literatura en la sensibilidad y personalidad del autor. Otras ocho conclusiones, que repasan pormenorizadamente los frutos de la investigación, nos conducen a la última: Tolkien ha integrado el estilo de la épica con la arquitectura del relato novelesco, renovando así uno de los estilos literarios más antiguos.

Voy a confesarte algo, ahora que no nos oyen los estetas: si sólo supusiera una renovación literaria, yo creo que la cosa no sería para tanto. Pero ocurre que la literatura, cuando es leída por muchos y releída con frecuencia, enseña y contagia un modo de vivir. De forma que al renovar el estilo épico Tolkien hace otra cosa: actualiza para el hombre contemporáneo, postmoderno y descreído el sentido perenne de la verdadera heroicidad.

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