lunes, 4 de abril de 2016

La camaradería y las sociedades “vitales”

Antz no encuentra su lugar ni en la sociedad de masas (el hormiguero), ni en la sociedad del "nosotros", 
ni entre camaradas, ni en esa sociedad vital tan amable como Insectopía. (Antz, Tim Johnson y Eric Darnell, 1998).

Explicamos en la nota anterior dos formas imperfectas de comunidad humana: la sociedad de masas y la sociedad del “nosotros”. Hoy repasaremos la camaradería y las sociedades vitales. De esta forma damos cuenta de cuatro de los seis grados de vida comunitaria que expone Emmanuel Mounier en “Revolución personalista y comunitaria” (21-372) y “Manifiesto al servicio del personalismo” (363-539), ambos escritos recopilados en El personalismo. Antología esencial. Sígueme, Salamanca, 2002.


La camaradería y el compañerismo


«Una forma más flexible, más viva, de las sociedades del nosotros» es la que nos ofrece «la camaradería y el compañerismo». Describe así Mounier esta forma de asociación como una especie de «nosotros» íntimo dentro de un «nosotros» más amplio y anónimo. A la conciencia colectiva, la necesidad de autoafirmación y la intencionalidad común se une ahora «una vida privada, abundante» entre sus miembros (423). Llamaríamos a esta forma de asociación «amistad», y así haría C.S. Lewis, subrayando luego que es una amistad imperfecta, la de un grupo cerrado sobre sí mismo en el que sus miembros están juntos más por los intereses que les unen que por ser quienes son. Los ejemplos que cita Mounier son: «Un equipo de trabajo, un club deportivo, una escuadra, un grupo de jóvenes». Añadiríamos hoy: una tribu urbana.

La camaradería, por permitir poner en común cierta intimidad personal, es una «comunidad mucho más humana que las precedentes». «Efervescente y animada, puede ilusionar sobre su propia solidez. La vida, el dinamismo, habrán sido tomados por una realidad más profunda» (423).

En esta forma de asociación ve Mounier el principio de lo que puede llegar a ser una auténtica comunidad espiritual, pero nos advierte del riesgo de creer que esta forma de comunidad responde plenamente a los anhelos de la persona:
«Compañerismo, espíritu de grupo, lejos de nosotros la idea de rechazar esta invitación a la vida comunitaria. Pero considerémoslos realmente en lo que son, como un ejercicio para “entrenar la máquina”, romper hábitos, sugerir otros, un medio material para crear una atmósfera» (87). «Entrenamiento maravilloso, no pasa de ser una comunidad de superficie donde se corre el riesgo de apartarse de sí mismo, sin presencia y sin relación verdadera» (423).

Las sociedades “vitales”


Al hablar de sociedades vitales parece Mounier dar un paso atrás en esta gradualidad de la vida comunitaria: «Las sociedades fundadas en “nosotros” pueden ser superiores a las sociedades vitales por su intención: las une una vaga espiritualidad» (95-96). Sin embargo, estas sociedades vitales son «superiores en organización» y además responden a una necesidad esencial: «Aquí la unión reside en el hecho de llevar una vida en común y de organizarse para vivirla lo mejor posible» (423).
«Llamaremos sociedad vital a toda sociedad cuyo vínculo está constituido por el solo hecho de vivir en común un cierto flujo vital a la vez biológico y humano, y de organizarse para vivirlo lo mejor posible. Los valores que la dirigen son lo agradable, la tranquilidad, el bienestar, la felicidad; o lo útil, por otra parte más o menos dirigido a lo agradable. […]

Las sociedades vitales siguen el desarrollo de la vida. Se organizan con ella. Se distribuyen funciones. Pero, y esto es lo principal, si individualizan a los que las reciben, ellas no los personalizan de ninguna manera. […] Cada uno en ellas cumple una función, pero no es irremplazable. Con un corto aprendizaje, si fuera necesario, desempeñaría también la función de otro» (96).
Las sociedades vitales son inferiores a las sociedades del “nosotros” por carecer de esa causa que va más allá de organizar cómodamente nuestra vida. Son también inferiores al compañerismo por no necesitar de un espacio para la intimidad compartida o la vida privada. Puede parecer contradictorio, por lo tanto, que Mounier las explique en cuarto lugar, en una lista en la que se supone que el primer lugar lo ocupa el grado cero de comunidad y el sexto la comunidad perfecta. Creo que, en el fondo, aunque el filósofo francés critique la falta de tensión espiritual de muchas comunidades vitales, las coloca aquí porque reconoce que ellas apuntan ya a una gran verdad: que la verdadera comunidad se agrupa no en torno a causas, ni siquiera en torno a afinidades, sino en torno a la misma vida.

Ahora bien, Mounier tiene razón en que la simple agrupación para organizar la vida práctica no es todavía suficiente: allí las funciones de cada persona son intercambiables, lo que equivale a decir que cualquier persona es prescindible. Además, por falta de tensión espiritual, «toda sociedad vital tiende a sociedad cerrada, egoísta; si no está animada desde su interior por una verdadera comunidad espiritual, tiende a cerrarse en una vida cada vez más mezquina, en una afirmación cada vez más agresiva […] Ahí la vida no es capaz de universalidad, sino sólo de afirmación y de expansión, que no son sino formas ofensivas de egoísmo». Aquí cita Mounier como ejemplos algunas familias, rivalidades sindicales, regionalismos, racismo, etc. (Cf. 97, 423).

Camaradería y compañerismo, sociedades vitales… estas dos formas de asociación, frente a las anteriores (masas y sociedades del “nosotros”) nos presentan imágenes más humanas, más a la medida del hombre, aunque sólo sea porque remiten a la experiencia directa de la vida y a formas de relación en la que conocemos el rostro del otro. Son, quizá, estos dos grados de vida comunitaria los más peligrosos, en el sentido de que son los que con mayor facilidad los podemos confundir con una plena comunidad humana. Recordemos que hacemos esta exploración sobre los grados de comunidad porque quizá no sabemos lo que decimos cuando hablamos de vivir en comunidad. Es fácil, entre compañeros y en un entorno vital en el que la vida resulta fácil y agradable, pensar que ya está todo logrado. Despertar mal y tarde de esa falsa ilusión puede ser terrible.

En nuestra próxima nota hablaremos de la “sociedad razonable” en sus dos formas típicas: la comunión de los espíritus y la sociedad contractual. Reconoceremos allí los rasgos fundamentales que organizan la vida social en el siglo XX y todavía en estos primeros años del siglo XXI. También allí veremos, por último, la forma plena de vida comunitaria, que Mounier llama «comunidad personalista».

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