viernes, 25 de marzo de 2016

Quizá no sabemos lo que decimos cuando hablamos de “comunidad”

Captura de pantalla de un capítulo de la serie The Big Bang Theory (2007-2015) ¿Forman estos chicos una comunidad?

La vida comunitaria fue una realidad, incluso una necesidad, durante siglos. En un sentido, lo que llamamos Modernidad puede leerse como el ejercicio por el que el individuo se hacía más autónomo, liberado de las ataduras comunitarias. Hoy estamos, en parte, de vuelta de todo eso, pues hemos sufrido las consecuencias del individualismo y, en la sociedad de la comunicación, nos sentimos más solos que nunca. En ámbitos filosóficos, empresariales, familiares, políticos y, por supuesto, en el mundo del coaching, se empieza a expresar un anhelo de comunión: debemos recuperar el sentido de comunidad.

Sin embargo, estamos muy desentrenados; por lo que ni sabemos qué es una comunidad, ni contamos con las fuerzas morales y espirituales para vivir de esa forma. Desde el punto de vista intelectual, contamos, por supuesto, con los escritos de los antiguos, quienes escribieron bastante sobre el tema, aunque lo hicieron desde ciertas evidencias, cierta experiencia compartida que daban por supuesta, de la que nosotros carecemos. No es fácil, por lo tanto, para nosotros, extraer entre aquellas páginas lo esencial Del mismo modo, las virtudes que ellos aplaudieron como fortalezas comunitarias han sido deformadas por nuestro individualismo, quien las ha tematizado como debilidades: servicialidad, vulnerabilidad, dependencia, olvido de sí, ascesis…

A esta labor de distinguir entre diversas formas de asociación humana, imperfectas respecto del ideal de comunidad que anhelamos, se dedicaron muchos filósofos personalistas del siglo XX. De la mano de Emmanuel Mounier vamos a repasar seis formas de asociación humana, en grado creciente de intensidad comunitaria, que nos ayudarán en esta tarea de clarificar lo que anhelamos. Veremos, en este recorrido, que esa clarificación intelectual corre pareja a un compromiso moral fuerte: no se puede vivir, ni siquiera comprender, qué es una auténtica comunidad de personas sin un gran esfuerzo de superación del individualismo y sin precipitarnos en la otra cara de esa misma moneda: el colectivismo impersonal. Entre el colectivismo y el individualismo sí nos hemos movido en el siglo XX. Pero ni lo propio del individuo es todavía lo esencial de la persona, ni el colectivo equivale a la comunidad.

Esos seis grados de comunidad son los siguientes: las masas o sociedades impersonales; las sociedades del “nosotros”; la camaradería y el compañerismo; las sociedades “vitales”; la sociedad razonable, entre la comunión del entendimiento y la sociedad contractual; y, por último, la comunidad perfectamente espiritual, que Mounier llama la “comunidad personalista”. Una vez clarificados estos grados, convendrá examinar las disposiciones esenciales para la vida comunitaria, agrupadas en tres apartados: la conversión del “otro” en “prójimo”; pasar de la comunicación de contenidos a la comunicación personal; y clarificar los criterios de discernimiento para la integración armónica entre el bien de la persona y el bien de la comunidad.

A esta labor de exploración consagraremos las próximas notas de nuestro blog. Los textos que repasaremos en este recorrido pertenecen a las publicaciones “Revolución personalista y comunitaria” (21-362), “Manifiesto al servicio del personalismo” (363-539) y “El personalismo” (673-773), todas recogidas en MOUNIER, Emmanuel. El personalismo. Antología esencial. Sígueme, Salamanca, 2002.

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