miércoles, 7 de enero de 2015

Carta al ‘yo futuro’: escribir nuestra historia y vivir con esperanza


Durante sus primeros días de vida universitaria, allá por el mes de octubre, pido a mis alumnos que escriban una carta a su yo futuro, al yo que serán cuando terminen sus primeros exámenes finales. Me quedo con esa carta –y la leo con su permiso– hasta que se la devuelvo puntualmente al comenzar el segundo semestre, a principios de febrero.

Los objetivos generales de este ejercicio son siempre los mismos. Cuando la escriben, espero que se imaginen a sí mismos al finalizar el primer gran hito de la aventura universitaria que entonces comienzan. Cuando la leen, les invito a reflexionar sobre cómo encarnan en el calendario o tiempo cronológico su tiempo biográfico, su propia vida.

Los objetivos específicos varían según el año y la asignatura que comparta con ellos, como puede variar también el tiempo entre el yo presente y el yo futuro al que les pido que escriban. Todas esas variantes ofrecen posibilidades interesantes, pues los frutos de dedicar un tiempo a pensar en nosotros, a imaginar quiénes seremos y a decirle, al que seremos, quiénes somos hoy, son incontables y pueden ser muy fecundos. Por eso la carta al yo futuro es también un recurso interesante en la práctica del Coaching Dialógico.

jueves, 1 de enero de 2015

La primera impresión: frases que inauguran las grandes obras literarias

Keira Knightley encarna la Anna Karenina de Joe Wright, 2012.

La primera impresión no tiene por qué ser definitiva, pero es muy importante, porque orienta los siguientes pasos; y lo cierto es que hay una primera impresión en casi todos los órdenes de la vida: la primera impresión que recibimos -o que damos- al conocer a otra persona, al empezar un nuevo año, al encontrarnos con un libro e, incluso, al iniciarnos en el mundo de la lectura.

Acerca del buen leer hay demasiados mitos y muchos de ellos son culpables de la desafección por la lectura de demasiadas personas. Cuando repaso con mis alumnos los consejos que dan los grandes lectores, se quedan estupefactos. «Hay que leer poco», es siempre el primero. El segundo consejo rompe otro gran mito: «Hay que saber escoger los libros y en los libros». Es decir, que como debemos leer poco, no sólo conviene evitar muchísimas lecturas, sino que además tampoco es conveniente leer siempre libros enteros.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Elogio de la teoría II: la forma más elevada de práctica


Entre muchos hombres de acción existe un discurso generalizado acerca de la «inutilidad de la teoría»; lo que podríamos llamar una teoría sobre el desprecio a la teoría, lo cual resulta contradictorio, equivocado y un poco divertido. La razón de esta contradicción la apuntamos en Elogio de la teoría I: origen y perversión del concepto:
«Una de las esquizofrenias del hombre moderno es la oposición entre la “teoría” y la “práctica”. Hoy, ambas actividades nos parecen asuntos radicalmente distintos y así los tratamos, generando discursos, disciplinas científicas, sistemas educativos, obras culturales, profesiones, formas de organizar la vida social, etc., que fragmentan y separan aún más ambas dimensiones de la vida humana, produciendo consecuencias traumáticas en el interior de cada persona y en todos los órdenes ya mencionados».
En aquella nota recordamos también que la expresión griega theorein remite a la práctica de observar; y que el verdadero teórico no es el que hace castillos intelectuales, sino quien sale de su pequeño mundo y de sus prejuicios hacia el encuentro con lo real, lo cual le lleva no sólo a observar, sino a asumir la disciplina propia del observante. Como Mark Knopfler, a la escucha y al servicio de la música. Desde ese ángulo conviene mirar lo que ahora sigue.

domingo, 21 de diciembre de 2014

El mandamiento cero: «Escucha, Israel»

Foto: Álvaro Abellán-García Barrio, 2012.
Sobre la escucha se ha escrito desde el principio de los tiempos. Sin embargo, la tradición nos ha legado pocas palabras. Importantes, pero pocas. Como estas de Pitágoras: «El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría». O las primeras palabras de la Regla de San Benito: «Escucha, hermano...» Seguramente no era necesario decir más porque escuchar era algo que el hombre antiguo hacía más o menos habitualmente. O quizá lo hacía poco, pero muy intensamente, pues era un privilegio tener la posibilidad de dedicarse sólo a escuchar. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la escucha se ha vuelto un asunto problemático.

El primer monográfico dedicado al tema -aunque sea indirectamente- del que tengo constancia es El arte de callar, del abate Dinouart. Lo escribe en tiempos revueltos: cuando la imprenta permite la proliferación de cientos de libros y la burguesía encuentra placer –y negocio– en la lectura. Sin esos factores, gran cantidad de libros no se hubieran escrito o no se hubieran difundido, pues las dificultades previas a la aparición de la imprenta hacía que sólo las mejores obras merecieran el esfuerzo de ser dictadas y copiadas por los monjes.

La aparición de El arte de callar nos da dos pistas. La primera: que cuando se empieza a escribir mucho sobre algo que anteriormente apenas merecía atención es porque ese algo se ha vuelto problemático. La segunda: que aprender a escuchar se convierte en un reto dificilísimo cuando nos sobran los estímulos informativos. Recientemente ha aparecido un tema de investigación y divulgación con igualmente pocos aunque notables antecedentes, muy relacionado con la escucha: la necesidad de atención (véase, por ejemplo, Focus, de Daniel Goleman).

martes, 16 de diciembre de 2014

Las "mates" no son como la vida

«El señor Jeavons decía que a mí me gustaban las matemáticas porque son seguras. Decía que me gustaban las matemáticas porque consisten en resolver problemas, y esos problemas son difíciles e interesantes, pero siempre hay una respuesta sencilla al final. Y lo que quería decir era que las matemáticas no son como la vida, porque al final en la vida no hay respuestas sencillas».

Este fragmento está tomado del best-seller de Mark Haddon El curioso incidente del perro a media noche. El libro cuenta la historia de Christopher Boone, un chico de 15 años con una mente prodigiosa para las matemáticas y nula para lo social y emocional. La aparición de un perro muerto en el jardín de su vecina le hará esforzarse por salir de sus rutinas y por enfrentarse a un mundo que odia.

Las reflexiones del chaval no dejan de ser curiosas. La inocencia con la que mira el mundo puede descubrirnos algunas cosas sobre nosotros mismos que no podríamos explicar así, porque llevamos demasiadas capas e interpretaciones a cuestas. En este párrafo escogido, el chico tiene razón. Las cosas que nos gustan y nos entretienen, los hobbies con los que perdemos horas y nos evadimos de lo cotidiano, nos gustan porque, al final, tienen solución. Tal vez nos cueste mucho llegar a ella, pero tienen solución.

Algo similar expresaba Andy, protagonista de Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet, 2007), respecto de la contabilidad: «¿Sabes una cosa? Lo bueno de la contabilidad inmobiliaria es que puedes… puedes sumar al final de una página o en medio de una página y todo encaja, al final del día todo encaja. El total es siempre la suma de las partes. Es limpio, claro, impecable, indiscutible. Pero mi vida no es… no encaja, es… nada está conectado con el resto, no. Yo no soy la suma de las partes. Todas las partes juntas no suman un único yo, supongo». Como comentamos entonces, los seres humanos no podemos ajustar cuentas con la vida. Nunca nos salen las cuentas.