lunes, 5 de febrero de 2018

María Zambrano, educadora: "razón mediadora"

Fotografía tomada de FundaciónMaríaZambrano.org.

Llegué a María Zambrano gracias a los Reyes Magos, que me dejaron en Burgos, allá por 2006, La confesión: género literario (Siruela, 2004). Allí , entre otras cuestiones, compara la autora las confesiones de San Agustín con las de Jean Jacques Rousseau. Pero hace algo más. Ofrece una particular visión de la vida y de la filosofía.
«Una vida que acata la existencia, la sola existencia de la verdad, es una vida en la que se ha operado algún cambio; es ya una vida transformada, convertida, pues que a toda verdad, por evidente y grande que sea, cabe responder con un “¿qué me importa?” –indiferencia o desafío» (14). «Mas, entre la vida y la verdad ha habido un intermediario […] Es el amor, quien dispone y conduce la vida hacia la verdad» (15). 
Cuando leí estas palabras supe que volvería a habérmelas con esta pensadora.

lunes, 29 de enero de 2018

Prensa y posverdad: «Los archivos del Pentágono»

Fotograma de Los archivos del Pentágono (The Post), de Steven Spielberg, 2017.

La palabra «posverdad» está de moda. Con ella se subraya «la circunstancia de que los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las llamadas a la emoción y la creencia personal» (Diccionario de Oxford). Los académicos aún discuten si esta circunstancia se ha dado siempre o si estamos en una nueva fase de la historia de las democracias modernas. Y en mitad de este debate… llega la última genialidad de Steven Spielberg, Los archivos del Pentágono (The Post, 2017).

martes, 23 de enero de 2018

La indistinción entre el mundo real y el ficcional (confesiones de un creador de mundos)

Portada de Travels in the Scriptorium, Paul Auster, 2006.
Cuenta Thomas C. Foster en Leer como un profesor que detrás de todas las obras literarias «hay solo una historia», «incluso aunque (como pasa a menudo) los escritores no tengan conciencia de ello». ¿De qué va esa historia?: «Trata de nosotros mismos, de lo que significa pertenecer al género humano». Y esto sirve tanto para las historias basadas en hechos reales como para lo que solemos llamar «ficción».

Entre las historias de ficción, aquellas que implican sucesos, personajes o lugares sin correlato en nuestro mundo actual, siempre me han atraído aquellas en las que el escritor se cuestiona a sí mismo como escritor, que es tanto como cuestionarse los fundamentos teológicos de la ficción. Porque si hablamos de un mundo inventado, y nos mantenemos en los límites internos que configuran dicho mundo, ¿qué otro nombre sino «Dios» merece el creador de ese mundo?

jueves, 28 de diciembre de 2017

Aristóteles, sobre Twitter: «No hay que discutir con todo el mundo»

Viñeta de @mlalanda.

Escuchar es para el alma lo que comer es para el cuerpo. Esta idea, al menos tan antigua como Sócrates, debería orientar nuestra dieta mediática. Pero no se trata sólo de cuidar lo que recibimos, sino también de cuidar con quién hablamos. En principio, y por principio, conviene abrirse al diálogo con cualquiera. Esta es para mí una máxima o, si se quiere, una aplicación de esa máxima moral por la que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal. Ahora bien, ocurre que los principios no siempre pueden alcanzar una aplicación a la altura de nuestros anhelos, y que el mejor bien posible en cada caso, el deber ser de cada situación, no siempre responde a nuestras expectativas (explicar el porqué de esto, habrá que dejarlo para otra ocasión).

La Ética más exigente recoge algunas claves para el discernimiento sobre el mayor bien –o el menor mal- realmente posible en cada caso, mediante fórmulas como la del «mal menor» o, en este caso, como la «defensa propia». Es por cuidado de uno mismo –por evitar recibir mal, o por evitar realizar un mal no querido- por lo que conviene no leer, escuchar o exponerse a algunas cosas o personas, y por lo que Aristóteles explica, en sus escritos sobre dialéctica, que «no hay que discutir con todo el mundo». En Twitter encontramos a diario decenas de ejemplos en los que convendría atender al consejo de Aristóteles.

jueves, 14 de diciembre de 2017

¿Por qué Filosofía?

Portada del libro ¿Por qué filosofía?
«Si preguntamos a un arquitecto “¿para qué sirve la Arquitectura?”, o a un médico “¿para qué sirve la Medicina?”, nuestras preguntas resultarán impertinentes y pareceremos ignorantes. Sin embargo, esas eran las preguntas típicas de Sócrates, quien hacía gala de su ignorancia y resultaba tan impertinente que sus conciudadanos decidieron condenarle a muerte. El martirio es, desde antiguo, una posibilidad con la que el humanista debe contar y no son pocos los que resumen la historia de la Filosofía, con Miguel García-Baró, como una gran meditación en torno a la muerte de Sócrates.

Si preguntamos a un filósofo “¿para qué sirve la Filosofía?”, lo más probable es que alce las cejas, aclare su voz e improvise una conferencia no ya sobre el sentido de la Filosofía, sino también sobre el sentido de la Medicina e, incluso, de la Arquitectura. La razón de esto es que la eterna pregunta sobre la utilidad de la filosofía encierra una trampa semántica.

Si la expresión para qué sirve la filosofía significa algo así como qué efectos, resultados o cambios voy a lograr filosofando, mi respuesta sería, como la de innumerables sabios: “La filosofía no sirve para nada”. Preguntado desde esta actitud, que Romano Guardini llamaba “voluntad de dominio”, yo defendería la inutilidad de la Filosofía. Porque cuando convertimos la ideas en “una palanca de transformación social” (Daniel Bell) es muy posible que ya no estemos haciendo Filosofía, sino ideología. Sin embargo, si entendemos la expresión para qué sirve desde una “voluntad de sentido”, es decir, si preguntamos: “¿Tiene sentido hacer filosofía?” Mi respuesta es, como la de los ya invocados sabios, “sí, tiene todo el sentido”.