miércoles, 8 de abril de 2015

Hanna frente al homo faber

Homo faber, Max Frisch, 1957.
Walter Faber era un ingeniero, un técnico de la Unesco, que un día empezó a darse cuenta de que su vida, sencillamente, funcionaba. Al principio no era consciente de lo que le pasaba. Hubiera sido incapaz de formularlo así, pero, sin duda, algo iba mal, y lo que le ocurrió en el aeropuerto encerraba una metáfora perfecta de su situación.

Estaba en el duty free, esperando su transbordo. Se dio cuenta de que no quería seguir viajando, no quería ir al destino final marcado en su billete. Era una impresión irracional, pero se sintió agobiado y dirigido. Decidió no subir al avión. Fue a un bar. «Plane is ready for departure», escuchó, pero hizo oídos sordos. Su retraso era tan notable que la megafonía empezó a llamarlo por su nombre. «Your attention, please… Passenger Faber, Passenger Faber».

Aunque era evidente que ninguno de los presentes en el bar sabía que él era Faber, se sintió incómodo y fue a esconderse en el cuarto de baño. La llamada continuó insistentemente. Le martilleaba. Le mareaba. Llegó a tener un ataque de pánico y casi pierde el conocimiento. Después de un rato largo, el megáfono dejó de sonar. Algo de paz. Regresó a la barra del bar. Al poco, apareció una azafata: «There you are!. We’re late, Mister Faber, we’re late». El pobre Faber sólo pudo decir: «I’m sorry». Encogió los hombros y subió al avión.

La tecnología, la seguridad, los transportes… esas cosas que para él habían sido hasta entonces su fe, su vocación, su destino, su trabajo, su vida… le atrapaban y dirigían sin que él fuera capaz de controlar la situación. Hemos confiado tanto en las máquinas y los procesos para no tener que confiar en el hombre y ahora, cuando el hombre trata de ser humano, de ser él mismo, queda automáticamente fuera del sistema y juzgado como irracional.

martes, 31 de marzo de 2015

La historia de Marie Hertuin: un canto a la Educación

Fotograma de La historia de Marie Hertuin (Jean Pierre Améris, 2014).
La película, basada en hechos reales acontecidos a finales del XIX, cuenta la historia de una sordomuda ciega de 14 años que vive sumida en las tinieblas, en un universo limitado por el tacto y los olores. Su padre, desoyendo los consejos médicos que sugerían enviarla al manicomio, acude al instituto Larnay, cerca de Poitiers (Francia), en el que unas religiosas se encargan de la formación de mujeres sordomudas. La directora del instituto declinó acoger a Marie, ya que no estaban preparadas para educar a una persona en estado salvaje, incapaz de comunicarse con el mundo. Sin embargo, una joven religiosa descubrió en aquella niña su vocación educadora y decidió encargarse personalmente de Marie.

lunes, 30 de marzo de 2015

Proyecto Blog: ¿Sueñan los periodistas digitales con mundos virtuales?

Ilustración de P. Miller, tomada de su Proyecto blog.

El hombre moderno ha vivido acomplejado por los éxitos de las ciencias naturales y aplicadas. Esa peligrosa fascinación ha sido denunciada por la mejor literatura desde el Frankenstein de Mary Shelley, homenajeada en la inolvidable Blade Runner. Recuerdo ahora, sin olvidar Un mundo feliz, a nuestro querido Miguel de Unamuno, atrapado por esa obsesión y luchando ferozmente contra ella en Amor y pedagogía. Esa fascinación por la ciencia lleva aparejada el gusto por la neutralidad, la objetividad y los datos. A esa obsesión no escapó el Periodismo, quien hizo de la información –datos objetivos, estilo impersonal, neutralidad moral– un templo divino: «Los hechos son sagrados; las opiniones, libres».

Sin embargo, hasta los puristas del lenguaje, en plena moda de las distinciones analíticas, reconocieron (véase la confesión de John L. Austin) que en la comunicación humana todo acto informativo es inevitablemente perlocutivo, es decir, que busca y provoca efectos. El Nuevo Periodismo fue una primera reacción –tan moral y epistemológica como estilística– a esas pretensiones. Tom Wolfe y compañía nos recordaron que el periodista es persona que habla de personas, que el relato es la mejor forma de comprender el corazón humano y que el periodismo o es comprometido o es inhumano.

jueves, 19 de marzo de 2015

Calidad en la universidad: de los cuestionarios de satisfacción a las bodas

Boda de un antiguo alumno de la Universidad Francisco de Vitoria (14-03-2015).

La evaluación de la calidad docente es uno de los grandes retos de la universidad española y el primer indicador relevante se obtiene a partir de los cuestionarios de satisfacción de los alumnos. Es razonable: los cuestionarios son una forma de evaluación a bajo coste que proporciona datos estadísticos fácilmente comparables entre grados, tipos de asignaturas, profesores, resultados de años anteriores y datos de otras universidades.

viernes, 27 de febrero de 2015

¿Qué sentido tienen los exámenes en la universidad?

Principiteando en el examen de la vida, 1º de Periodismo, Universidad Francisco de Vitoria, febrero de 2015.

El tema de los exámenes escritos es una de las patatas calientes en el debate de la pedagogía contemporánea. He cursado varias formaciones sobre evaluación impartidas por reconocidos pedagogos en que se identificaban los exámenes escritos con el tecnicismo vacío de «prueba escrita de contenidos». Para estos pedagogos los exámenes escritos no tienen sentido, porque consisten en volcar información memorizada mecánicamente y, además, generan un estrés y una tensión en los alumnos que es contraproducente. Yo asentía con cara de pasmarote, mientras trataba de recordar si alguna vez, en mi vida de estudiante universitario, yo había sufrido alguna prueba escrita de contenidos que se pareciera a lo que me decían. La verdad es que recuerdo alguna, pero, sinceramente, muy pocas. Y, desde luego, no recuerdo haber vivido ningún examen –ni ningún suspenso– como algo traumático, ni me dejé reducir nunca en esos exámenes a mero reproductor de contenidos.

Ese análisis de los expertos en pedagogía me pareció siempre muy simplón, desde el modo en que miran los ejercicios escritos (los lastres que el positivismo y la teoría matemática de la información imponen a la Pedagogía) hasta el modo de confundir el diagnóstico. Si buena parte de los jóvenes de 18 sufren crisis nerviosas por enfrentarse a un examen, algo mucho más básico está fallando, y corregir con rotus verdes en vez de rojos, o suprimir los exámenes escritos es mirar hacia otro lado.