Es importante saber historia, entre otras cosas, para superar nuestro
provincianismo histórico. El provincianismo histórico es una variante del geográfico: es esa limitación por la cual tendemos a pensar que no es posible que las cosas sean ni de otra forma, ni mejores, a como las hacemos o conocemos hoy. Es verdad que no hace falta salir del propio pueblo para ser universal, pero ayuda, sobre todo a algunas mentalidades.
En la asignatura de Teoría de la Comunicación que imparto a periodistas y comunicadores audiovisuales, precisamente para alentar a mis alumnos a pensar el futuro en este momento de cambio tecnológico y cultural, invierto varias clases en repasar con ojos nuevos la Historia de la Comunicación. Mi planteamiento parte de la idea de que si los animales viven inmersos en la naturaleza, los hombres también, con la diferencia de que el medio natural del hombre incluye eso que llamamos cultura. La cultura es para el hombre lo que el agua para el pez: el medio ambiente en el que alimenta su vida, en concreto, su vida espiritual.
Pues resulta que las tecnologías que usamos para comunicarnos –y no sólo el contenido que comunicamos- forman parte de ese medio ambiente y configuran, como medios, nuestras percepciones, procesos, hábitos y acciones. Mi colega
Carlos Romero, sabedor de esa obsesión mía, me recomendó un pequeño librito que repasa la historia de la lectura desde una perspectiva similar a la mía, escrito además por un autor cuya erudición me supera con creces. Me refiero a
La metamorfosis de la lectura, de
Román Gubern, Anagrama, Barcelona, 2010.