domingo, 10 de marzo de 2013

Steve Jobs y el sentido de la vida (sobre su discurso en Stanford, 2005)


Steve Jobs' 2005: Stanford Commencement Address
Lección magistral del 12 de junio de 2005 a los universitarios de Stanford.

En esta entrada quiero reflexionar junto con Steve Jobs, un referente ineludible en nuestra época, sobre el sentido de la vida. Lo primero que debo decir es que tomo a Jobs como un referente, alguien con quien medirnos, un compañero en el misterioso viaje de la vida, no necesariamente un modelo a imitar.

Steve Jobs pronunció una lección magistral el 12 de junio de 2005 en la ceremonia de graduación de Stanford. El vídeo de la misma se convirtió pronto en uno de esos virales que llegan a todos los rincones del planeta. Con un mensaje, además, que merece mucho la pena. Sin duda, gran parte del éxito se debe al carisma del propio Jobs, y a la historia de éxito que envuelve a su biografía. Pero esa explicación no es suficiente. Él ha dado otros discursos, mucho más espectaculares y proféticos en el contexto de lo tecnológico.

El éxito especial de este discurso está en el contexto (una graduación universitaria), en el contenido (habla del sentido de la vida) y en el público al que va dirigido (los jóvenes, que son quienes con más urgencia y dramatismo viven la necesidad de responder a las preguntas importantes de la vida).

Al final del artículo te dejo varios enlaces. Los dos primeros, a los textos de su discurso en inglés y en castellano. Te recomiendo que los leas, por puro disfrute retórico. Los otros dos enlazan artículos que escribí al poco de su muerte, que explican algunas claves de su éxito que, a mi juicio, han sido poco exploradas. En esta entrada me limito, como anuncié, a comentar las que considero sus ideas más importantes sobre el sentido de la vida.

Los puntos se conectan hacia atrás

Jobs estructura su discurso en torno a tres historias. La primera versa sobre cómo se conectan los puntos. Las experiencias importantes de la vida, dice Jobs, se descubren mirando hacia atrás. El sabía qué cosas le atraían –en qué cosas gastaba su tiempo-, pero no tenía ninguna certeza de que eso le fuera a servir en el futuro. Jobs pone el acento en que no nos dejemos paralizar por no haber descubierto aún el sentido de lo que estamos haciendo, pero, indirectamente, nos regala otras dos reflexiones. La primera es que nuestra historia –lo que nos ha marcado, para bien o para mal- nos habla de quiénes somos y de quiénes podemos llegar a ser. La segunda es que aquello que realmente le marcó en su juventud tiene que ver con la belleza (la caligrafía), y con el sacrificio (vender vidrio, dormir en el suelo del piso de algún compañero), es decir, con lo que fue capaz de dejar atrás para ocuparse de lo que realmente llenaba su vida, aunque no le viera entonces un sentido práctico.

A su atracción por la belleza -constante en su biografía- añadiría yo otras dos fuerzas igual de poderosas que han polarizado la vida de muchos otros grandes hombres: la verdad, el bien o la justicia y el amor. Verdad, bien, justicia, amor y belleza, en sus infinitas formas particulares (ciencia, filosofía, civilización, derechos humanos, arte, humanidades, e infinitas historias de vidas felices y plenas que no recogen los libros de historia), son probablemente los mejores motores del hombre: los más fuertes y los que le llevan a lo mejor de sí mismo. Es verdad que, muchas veces, los puntos sólo se conectan “hacia atrás”, pero no es menos cierto que en todos los puntos significativos que encontramos al hacer esa conexión, pusimos en juego, con especial intensidad, alguno de estos valores.

En el fondo, Jobs se enfrenta a la evidencia de que el sentido de nuestra vida es un misterio para nosotros mismos. Es verdad que tenemos pistas. Lo que, una vez probado y tomado en serio, no nos dice nada, seguramente es que no es para nosotros. Al revés: lo que nos atrae y nos gusta, y más nos atrae y nos gusta cuanto más tiempo invertimos en ello, seguramente tiene que ver con nuestra vocación. Ahora bien, eso sólo nos da pistas. El hecho es que tenemos que elegir y andar el camino a partir de esas tenues intuiciones, y sólo la prueba y el error, la experiencia, y el examen de lo vivido, nos permite conectar esos puntos hacia atrás y confirmarnos en que vamos por buen o mal camino.

Sobre el amor y la pérdida

Jobs reconoce que tuvo la suerte de saber muy pronto (a sus 20) lo que quería hacer con su vida. Se enamoró de su trabajo, de un proyecto de futuro, y estar enamorado, vivir entusiasmado, saberse ilusionado por una meta (que no es lo mismo que ser un iluso), es señal de que no andamos desencaminados en nuestra búsqueda de sentido. Pero Jobs perdió a su criatura amada (Apple).

Lo importante de esta historia es que él seguía enamorado, y que encontró colegas (Packard y Noyce) que le ayudaron a superar la vergüenza y las tentaciones de abandonar. Y encontró también nuevos compañeros de equipo (Bird, fundamental en la creación de Pixar). Y encontró a la única mujer capaz de pasar junto a él el resto de su vida. Gracias a todo lo que pasó en esos años, gracias a quienes le acompañaron y a quienes encontró en el camino, recuperó Apple. Pero regresar a Apple es sólo uno de esos caprichos del destino, una de esas cosas que no podía ni siquiera soñar y que encuentra su gracia, de nuevo, conectando los puntos hacia atrás. Lo esencial de esta segunda historia, vital para el tema que nos ocupa (la pregunta por el sentido de la vida aquí y ahora), es que siguió enamorado y que encontró compañeros de viaje para proyectar su vida y su trabajo.

Sobre la muerte

“Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”. Desde que Jobs se encontró con esta frase, dice, se preguntaba cada mañana ante el espejo: “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?” y, cuando la respuesta era “no” durante demasiados días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo. Aquí resulta fundamental entender ese “quiero” con todo el peso de su significado. No como capricho y apetencia, sino como voluntad firme, decidida, fruto de la convicción de que la vida no le puede presentar nada mejor para sí mismo que lo que ese día le ponía delante.

Debemos creerle cuando dice que recordar que iba a morir fue la mejor herramienta que tuvo para enfrentarse a las decisiones importantes de su vida. Él supo que iba a morir pronto. La muerte para él no era una idea, sino una realidad acechante. También tiene razón al afirmar que esa conciencia de la muerte te deja desnudo y hace palidecer cualquier respuesta superficial y caprichosa, cualquier seguridad terrena, cualquier posesión material.

Tenemos poca vida como para vivir con piloto automático, en segundo plano, aburridos, haciendo cosas que no queremos hacer, viviendo de oídas, siguiendo los dictados de otro, claudicando nuestra conciencia y nuestros sueños a los dogmas de quienes nos dictan qué tenemos que hacer.

Debo discrepar de él cuando dice que nuestra vida es nuestra. Nosotros no nos dimos la vida a nosotros. Los seres humanos no somos islas. No somos individuos. No estamos ni somos solos, sino con innumerables otros. Es inhumano no responder con amor y entrega al amor y la entrega que ha hecho posible que estemos donde estamos. Pero sí es verdad que nuestra vida nos es entregada a nosotros, y nuestra es la responsabilidad decidir en conciencia qué hacemos con ella. Esto no lo supo o no lo quiso ver Jobs, y a esta ceguera debemos las páginas más oscuras, terribles e inhumanas de su historia.

Tampoco puedo estar de acuerdo con él en que la muerte sea el mejor invento de la vida. La muerte, él lo sabía bien, es una putada. Sí, es la primera vez que digo “una palabra malsonante” en este blog, pero es que hay que llamar a las cosas por su nombre. La muerte es una putada, y punto. Es verdad que el modo en que nos enfrentamos a la muerte puede hacernos grandes. Pero también es verdad que esa grandeza ya no nos sirve una vez muertos. Ni nos sirve la grandeza de aquellos a quienes queremos cuando ya han muerto. O en esta vida nos jugamos un destino mayor que el de dejar el iPhone a las futuras generaciones, o esta vida es un mal chiste. Y sí, algunos de los que creen en el cielo dicen aquello de “muero porque no muero”, porque su esperanza, su fe y su amor exigen algo más que una tipografía bella en una pantalla.

Por último, creo que conviene matizar algo. Puede dar la impresión, en el discurso, de que Jobs desprecia la tradición. No es verdad. Su innovación está llena de aromas clásicos. Él sabía bien que es absurdo renunciar a la experiencia de quienes nos precedieron (y nos es dada esa sabiduría de los siglos en lo que llamamos tradición y cultura). Pero tiene razón en algo: en esos otros sólo puede haber inspiración y consejo. La decisión y la responsabilidad es nuestra.

Seguid hambrientos, seguid alocados

Jobs conecta la muerte y el tomarnos en serio nuestra propia vida con la idea de “seguid hambrientos, seguid alocados” (Stay Hungry. Stay Foolish). Lo primero es evidente, y estoy completamente de acuerdo: el medirnos con la muerte exige hambre de vida. Lo segundo puede tener varias lecturas. La menos amable, es que Jobs nos invita a inventarnos nuestro propio mundo, huyendo de las realidades difíciles (como la de la muerte) a las que debemos enfrentarnos. Esto era muy propio de él. Hay otra: vivir alocados como sinónimo de vivir enamorados, entusiasmados, fuera de nosotros. Foolish como sinónimo de imprudente, cuando la prudencia se (mal)entiende como sinónimo de miedo, de abrazarse a falsas seguridades. Eso (más allá de sus manías) también era muy propio de él.

Steve Jobos vivió desechando lo que consideraba despreciable, apropiándose de todo lo bueno que encontraba y creando algo nuevo, síntesis de lo nuevo recogido y de su propio toque personal. Con matices, creo que es una actitud muy sana. Podemos contemplar su vida, apropiarnos de lo valioso que dijo, hizo y vivió para incorporarlo a la nuestra y, dándole nuestro toque personal, vivir enamorados, enfrentándonos a los retos de la vida buscando, aquí y ahora, aquello que tiene pleno sentido para nosotros, y confiando que, algún día, los puntos se conecten hacia atrás.

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