domingo, 17 de noviembre de 2013

Protocolo socrático: el diálogo público, fuente de ejemplaridad

Bruno Barbey, The Italians, Florencia, 1964.
Sócrates es considerado uno de los padres de Occidente. La Filosofía, la Política, la Ética y la Educación, en las formas más nobles que ha dado Europa, no son concebibles sin su huella. Todas las tendencias intelectuales posteriores a él reclaman su liderazgo e inspiración. Incluso cuando Occidente se ha negado a sí mismo, ha tenido que hacerlo en combate con el ciudadano ateniense. La crisis europea -y española- es una crisis de fundamentos; y los fundamentos se recuperan actualizando su origen.

Sócrates entendía que la vida buena, creativa, justa y feliz, tanto de la persona como de la comunidad política, es fruto de analizar la consistencia de los argumentos y de examinar la propia vida. Eso le movía a escuchar al otro y a dialogar con quien piensa distinto para buscar el libre examen sobre lo que pensamos y lo que perseguimos. Por eso buscaba el debate y la discusión a corazón abierto, cuyo único límite es el juicio en conciencia sobre la verdad y el bien posibles.

El pensar crítico y creativo exige la comunicación y la deliberación públicas. Es el compromiso de muchos por el bien común de todos, a la luz de todos, con la participación de todos. Eso nos permite encontrar juntos las respuestas más eficaces y nos obliga a renunciar a las miradas particulares. En el diálogo comprometido aparecen las mejores respuestas, sean económicas o políticas, de presente o de futuro. ¿Dónde damos opción a ese diálogo?

lunes, 11 de noviembre de 2013

Hombre libre o esclavo: ¿Qué voz gobierna en nuestro interior?



La moda más extendida –y conviene examinar las modas, para mantener una voz propia- pasa por insultar y despreciar a nuestros dirigentes, aun cuando nos ofrecen las mismas razones por las que aplaudimos a los deportistas o al último anuncio de Coca-cola: “Vamos a demostrarle a Europa de lo que somos capaces cuando estamos juntos”. Las situaciones difíciles revelan dos caracteres muy distintos, y de los dos sabemos dar ejemplo los españoles. Uno de esos caracteres es el del hombre libre; el otro, el del esclavo.

El hombre libre habla poco y actúa mucho. Cuando habla, lo hace para todos, como si quisiera que sus palabras llegaran incluso a los dioses. Cuando actúa, no se rinde: vence o muere. Está acostumbrado a la adversidad (como la Pantera Rosa o Tim Genard), pero no lloriquea, como los personajes de Shakespeare, preocupado por aquello que no está a su alcance. Se centra en lo que él puede hacer, y lo hace. No es gobernado por las modas, circunstancias o palabras ajenas. Él crea nuevas circunstancias y marca el tono de su vida. Conoce y sabe contar su propia historia. Por supuesto, no espera que “otros” o “los de arriba” hagan nada: sabe lo que debe hacer, y lo hace.

lunes, 4 de noviembre de 2013

La tesis sobre Teoría Dialógica de la Comunicación, ya en pdf

Dicen los medievales que “el bien es difusivo de sí”. Los padres fundadores de internet sostenían este principio: “Si tienes algo bueno y crees que le puede interesar a otro, compártelo”. Aunque es discutible que todo lo que nos interesa sea bueno, creo que ambos principios están muy relacionados. El segundo (un principio moral) puede considerarse como un corolario del primero (una afirmación metafísica). Por eso, una de mis inquietudes cuando defendí mi tesis es que estuviera disponible para todo el que quisiera asomarse a ella. No precisamente porque esté seguro de que sea buena, sino más bien porque si el tema no va más allá de esta entrada tendré la convicción de que no merece la pena y podré dedicarme a otra cosa.

Personalmente no me atrevo a recomendársela a nadie, porque soy consciente de que ni es una lectura amable –tiene todas las limitaciones de un texto académico– ni es ninguna “cumbre”, no ya del pensamiento sobre comunicación, sino de mi joven vida académica. Quizá me atrevería a hacer una excepción, para aquellos que, como yo, padecen de vez en cuando de insomnio. A ellos sí les invito a probar la obra, con dos posologías alternativas: a) intentar leerla; y b) tumbarse en la cama y dejarla caer sobre la cabeza desde una altura aproximada de 25 cm.

Sin embargo, dos razones me obligan a "dar noticia" de la obra a los mortales que son capaces de dormir a pierna suelta. La primera es que, a la espera de una edición más amable, sintética y madurada, esta tesis supone un primer paso en una dirección que los estudiosos consideran urgente y prioritaria: hacer dialogar las “teorías de la comunicación” con la Filosofía. La segunda razón es que mis mayores (maestros y colegas con mucha más experiencia que yo y que se han atrevido a hincarle el diente a la tesis) insisten en que debo ponerla a disposición de los estudiosos, porque en el diálogo con la comunidad académica adquirirá su verdadera dimensión (sea esta la que sea).

La tesis, en crudo, es sencilla, y nos permite comprender la posible actualidad de la obra: hasta ahora hemos pensado la comunicación social tomando como “modelos” básicos la comunicación animal, la cibernética y los medios masivos. Sin embargo, el modelo original y más fecundo para comprender la comunicación social sólo puede ser la comunicación específicamente humana y, más concretamente, el diálogo interpersonal.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Más allá de la lógica del consumo

Francisco de Goya, Saturno devorando a su hijo, 1819-1823.
Occidente ha sustentado su desarrollo del último siglo en la lógica del consumo. Para ello, la política, la economía y los medios de comunicación se pusieron de acuerdo: si la premisa es fomentar el consumo, debemos vincular consumo y felicidad mediante la rueda de las satisfacciones. Nos vendieron que la felicidad consiste en satisfacer nuestros deseos y necesidades y, para eso, pusieron en nuestras manos el sistema de consumo. La rueda ha funcionado durante décadas y todavía hoy, en plena crisis sistémica, la única receta posible que nos venden los estudiosos es la de re-activar el consumo.

No es ya una cuestión de felicidad individual, sino de supervivencia global. Pero dudo de que esa solución sea algo más que un parche. No porque sepa mucho de esa abstracción fantasmal que nos mantiene a todos preocupados, sino porque algo sé de los hombres, que somos los que creamos aquel sistema y los supuestos beneficiarios del mismo. Ésta es mi tesis: si la lógica del sistema que inventamos no es la lógica del verdadero desarrollo humano, algo terminará por romperse: o el sistema, o los hombres que lo sustentan.

La lógica del actual sistema presupone -contra toda evidencia- que la felicidad se identifica con la satisfacción de necesidades. No es necesario decir que la satisfacción es un valor. La cuestión es si es el valor supremo. Los seres humanos quedamos satisfechos por nuestros logros, o cuando alcanzamos los resultados esperados, cuando recibimos un salario justo, cuando lo recibido se ajusta a nuestra demanda, etc. Todo eso nos deja satisfechos, pero nada de eso nos hace felices. Por el contrario, cuando no tenemos lo que queremos y estamos insatisfechos creemos que obtenerlo nos dejará satisfechos... pero... ¿nos hará felices? Cuando satisfacemos una necesidad o un deseo no aparece la felicidad... sólo desaparece la inquietud y, en su lugar, queda un vacío. Si no superamos esa lógica, todo se limita a encontrar o inventar nuevas insatisfacciones que satisfacer. Y la rueda es cada vez más pesada. Y el vacío es cada vez mayor.

domingo, 27 de octubre de 2013

La unidad de vida: clave para interpretar todas las partituras

André Kertész, Sombras, 1931.
«Cuida tus creencias, porque configuran tus pensamientos. Cuida tus pensamientos, porque conforman tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convierten en acciones. Cuida tus acciones, porque generan tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque definen tu carácter. Cuida tu carácter, porque determina tu destino». Es una frase atribuida a Mahatma Gandhi que recoge bien la conexión entre distintos ámbitos de la persona humana: fe, razón, palabra, acción, hábito, carácter (en el sentido de rasgos por los que eres personalmente reconocido, y no en el de algún reduccionismo psicológico) y destino.

Es más discutible que el orden sea siempre el anunciado en la frase, ya que muchas veces ocurre al revés. De hecho, Gregorio Marañón recomendaba: «Vive como piensas, o acabarás pensando como vives». Es decir: o nos esforzamos por vivir conforme a nuestros ideales o terminaremos por retorcerlos hasta que justifiquen una vida medriocre.

En todo caso, en lo que Gandhi y Marañón coinciden es en subrayar la tendencia del ser humano a integrar y unificar su vida. Hay en nosotros cierta «incohesión», que diría Gabriel Marcel, quizá porque iniciamos multitud de trayectorias vitales en diversas direcciones, o quizá también porque algo en nosotros nos habla de una misteriosa unidad perdida. El caso es que no convivimos bien con el divorcio entre pensamiento y obra, palabra y acción, deseo y costumbre. La búsqueda de espacios donde podemos ser nosotros mismos, sin doblez ni ocultamiento, queridos tal y como somos, es un indicio de ello. Por vía negativa, la mentira -que introduce un divorcio entre pensamiento, palabra y vida- nos divide de tal forma que nos lleva a la desesperación, o a la rendición ante la verdad, o a la disociación de nosotros en dos vidas, dos personalidades distintas que fracturan nuestra interioridad y nos pueden precipitar a la locura.