jueves, 3 de julio de 2025

Breve homenaje a Javier Mula: «¡Oh, capitán, mi capitán!»

Javier Mula en el programa Becas Europa, del que fue formador co-fundador.


Ha ocurrido. Maese Mula se jubila, dejando un vacío y un silencio en el campus de la Universidad Francisco de Vitoria que ningún otro cuerpo, ninguna otra música, podrá reemplazar. Su modo de retirarse, como sus modos en tantas otras ocasiones, nos deja un modelo de elegancia, humildad y sabiduría divina que nadie podrá imitar. No encuentro palabras para este momento; pero las tuve para otro anterior. Preparaba entonces mi proyecto de titularidad y me sentí moralmente impelido a incluir un capítulo biográfico para contar episodios como los que ahora siguen. Sirvan estos recuerdos, en la raíz de mi vocación docente, para agradecer al Padre por la vida de uno de mis maestros.

...

«Javier Mula daba clases de filosofía en un instituto antes de convertirse en maese Mula, uno de los primeros profesores de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria. Hoy, ya entre los más veteranos, peinaría canas si tuviera pelo. Sigue muriendo —desviviéndose— en acto de servicio. Sus lecciones magistrales son memorables, incluso cuando las pronuncia en un aula. Su especialidad, sin embargo, son los paseos —en los que encadena cigarrillos sin descanso— y las terrazas —donde es habitual verle fumar varios pitis a la vez—. Enseña mientras deambula y, al tiempo, te forma mientras caminas. Cuando decidimos tener un “campus sin humos”, perdimos el 80% de nuestro aprendizaje peripatético. 

Cuenta una leyenda, alimentada por Mula, que maese sabe sin leer. Yo, sin embargo, le he visto hacer trampas a menudo, cuando cree que nadie le mira. Lo prodigioso es su memoria, inteligencia, sensibilidad y conversación. Todo en él es enorme excepto él mismo, que a menudo se hace pequeño, remedando al primer principito» (Camino a titular, 2024, 300).

«LUGAR: Centro Universitario Francisco de Vitoria (CUFVi), por la tarde, escaleras del módulo 3 (tal vez el 4), del Edificio Central. ÁLVARO, alumno de 3º, sube, cansado, las escaleras. MULA las baja con prisa, fumándose encima.
Mula: “¡Oye, chavalín! ¿Qué tal te va este año, que ya no te veo nunca?”.
ÁLVARO se queja de varias cosas que, según él, están mal en la universidad.
Mula: “¡Qué listo eres, Alvarito! Pues cuando acabes la carrera, quédate de profesor, para cambiar todas esas cosas en beneficio de los futuros alumnos, para hacer mejor tu universidad. ¡Me haría mucha ilusión que fueras mi compañero!”.
MULA se abalanza sobre ÁLVARO. Abrazo de oso, hoy prohibido por cualquier aséptico Protocolo de Ambientes Seguros» (Camino a titular, 2024, 301).

«El buen maestro se mide por la calidad de sus discípulos. En este sentido, el buen discípulo hace al maestro. Es una experiencia reversible, recíproca aunque no simétrica. Creo que eso ya lo sabía yo entonces. Yo, como muchos otros, confirmábamos la vocación de nuestros maestros, creciendo gracias a ellos, diciéndoles con los ojos «¡Oh, capitán, mi capitán!». Por eso mismo yo acallaba mi corazón diciéndome: sin discípulos que te demandan, ¿a qué viene soñar con ser maestro? Pura pedantería.
Y, sin embargo, Jacob tuvo un sueño. Una escalera apoyada en la tierra y cuya cima tocaba los cielos. Los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Al despertar, tomando la piedra que le sirvió de almohada, la erigió como estela: “Si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro; si me da pan que comer y ropa con que vestirme; y si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios. Y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios; y de todo lo que me dieres, te pagaré el diezmo” (Gen 28, 20-22)» (Camino a titular, 2024, 302).

«Nota para dramaturgos junior: Javier Mula, […] son personas, claro. Y héroes, por supuesto. Sí, también son personajes sin los cuales resultaría difícil narrar la historia de la UFV, como hubiera sido imposible contar ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946) sin aquel ángel llamado Clarence que debía ganarse sus alas. En el teatro del mundo, tres héroes singulares pueden representar —este es el caso— lo mejor del espíritu de una comunidad entera. ¿Qué comunidad? En aquellos días, profesores y personal de administración y servicios, formadores todos, en la Universidad Francisco de Vitoria» (Camino a titular, 2024, 303).