lunes, 5 de agosto de 2013

Vivir el presente de forma extraordinaria; o carpe diem, porque tempus fugit

Robin Williams interpreta al Sr. Keating 
en El club de los poetas muertos.
Vivir el presente, carpe diem, es una expresión tan tópica como poderosa que ha sido utilizada para defender una tesis y su contraria. En sentido estricto, la afirmación encierra una tautología: lo único que podemos vivir es el presente. El pasado o el futuro sólo los vivimos en cuanto que nos los hacemos presentes, aquí y ahora.

Por otro lado, carpe diem es una expresión de la que se ha abusado para menospreciar el valor del pasado y del futuro. En realidad, el hombre sólo puede vivir la plenitud del presente en cuanto que hace pie en el pasado y se proyecta hacia el futuro. Cualquier otra forma de vivir el presente, de carpe diem, es imperfecta: sin pasado, el presente carece de identidad y sustento; sin futuro, al presente le falta densidad y sentido. Sólo cuando acudimos al pasado o al futuro como evasión, entonces sí, éstos dejan de alimentar el presente para matarlo.

Sería muy sugerente revisar desde esta óptica (la adecuada relación entre pasado, presente y futuro) toda la película de El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). Desde la propuesta pedagógica del colegio a la del profesor Keating, pasando por el modo en que los alumnos entienden (o desquician) ambos planteamientos.

Ese latinajo del carpe diem no pretende situarnos en un tiempo distinto del que nos toca, ni tampoco menospreciar el valor del pasado o del futuro. Es más bien una exhortación, una llamada a aprovechar al máximo nuestra vida. No elegimos el tiempo que nos ha tocado vivir; pero sí elegimos qué hacer con el tiempo que nos es dado, le dice Gandalf a Frodo precisamente cuando el hobbit deseaba huir del presente. «Pero yo te digo que cualquier oficio se vuelve filosofía, arte, poesía, invención, cuando el trabajador entrega a él su vida», decía Eugenio D'Ors en otro contexto, para subrayar algo muy parecido: si vivimos con plenitud cada momento de nuestra vida, desterraremos el aburrimiento y todo será aventura.

jueves, 1 de agosto de 2013

Cómo transformar la melancolía en una fuerza espiritual y creativa

Edward Hopper, Excursión a la filosofía, 1959.
La melancolía, como en su día dijimos de la rebeldía, es una de esas pasiones ambivalentes que la mentalidad moderna no ha sabido comprender bien, tratando de extirparla del alma como si fuera algo con lo que es mejor no contar. Pero ambas cuentan, y mucho, como fuerzas que pueden orientar nuestra vida no sólo hacia la frustración, sino también a la plenitud.

Quien padece melancolía –la expresión es a un tiempo justa y provocadora- sufre una tensión constante entre la realidad que vive y un anhelo de excelencia. Romano Guardini escribió en sus Apuntes para una autobiografía que la melancolía es el lastre que da a la embarcación su calado. Sin ella, es fácil instalarnos en la superficie de la existencia; es difícil vivir con hondura.

martes, 30 de julio de 2013

Que la palabra sea acción y la acción, palabra

Martin Luther King, East News PPCM, 1966. ¿Hombre de palabra u hombre de acción?
«Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos», reza una expresión medieval. Con ello, denuncia la hipocresía, pero nos recuerda también algo importante: palabra y acción, en el ser humano, deben ir de la mano. Un buen ejemplo es el de Martin Luther King: ¿Fue un hombre de palabra o un hombre de acción? Decir que fue las dos cosas es verdad, pero no es todavía suficiente. No sólo es que dijera cosas y que, además, hiciera cosas. Es que sus palabras fueron una acción muy poderosa... y sus actos fueron más locuaces que los de innumerables otros.

La mentalidad moderna, de marcada actitud analítica, ha separado casi todos los órdenes de la vida. Analizar (dividir un todo en sus partes) es necesario para conocer; pero si luego no rehacemos el todo, quedamos desquiciados. Así ha ocurrido con el par de conceptos palabra-acción. Hoy parecen contrapuestos. Sin embargo, una y otra son realidades que, en cuanto humanas, resultan inseparables.

Los antiguos sabían que la palabra es una forma de acción. Muchos pensaban, incluso, que es la acción más propiamente humana, pues nos distingue de los animales. Éstos pueden ser más rápidos, más eficaces, más peligrosos, mejores supervivientes… y se comunican mediante un código infalible, unívoco, claro, sin posibilidad de error. Pero su código no es palabra. No es creativo, no inaugura mundos de posibilidades insospechadas, no crea cultura, ni ciencia, ni historia. Su palabra no es como la del hombre que «tiene palabra» (Aristóteles, Política, I), es decir, que es capaz de prometer y cumplir su promesa, de anticipar el futuro desde el presente. Mediante la palabra, y en diálogo, los hombres discernimos lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo conveniente y lo inconveniente y, de ese modo, fundamos la convivencia familiar y social, la amistad y el amor. Mediante la palabra vinculamos pasado, presente y futuro, tiempo y eternidad, burlando las exigencias del cronómetro. Por eso conviene recordarnos a nosotros mismos que las palabras no son sólo palabras, sino acción.

lunes, 29 de julio de 2013

La escucha y el silencio: una conquista personal

Robert Doisneau, La jauría, 1969.
Karl Jaspers describió en los años 50 una paradoja dramática: vivimos en la sociedad de la comunicación y los transportes… pero nos encontramos más solos e incomunicados que nunca. Tal vez porque confundimos la emisión y recepción de estímulos comunicativos con la verdadera comunicación. Los carteles de la ciudad, la radio, la televisión, el cine, los anuncios en todos los formatos y lugares, el mundo a un clic en el Smartphone, el aislamiento musical o telefónico de los auriculares… todo este universo de estímulos nos envuelve las 24 horas del día.

Los efectos que se derivan de esta forma de estar en el mundo son muchos y de toda índole. Muchos pueden estudiarse desde fuera, pero los que nos importan aquí son los de dentro. ¿En qué medida el mundo en que estamos sumergidos, del que no podemos escapar (del mismo modo que el pez no puede vivir fuera del agua) afecta a nuestro desarrollo personal y a nuestras relaciones con el mundo y con las otras personas?

Frente a un mundo cargado de estímulos externos, nuestra reacción instintiva (como demuestran los trabajos de campo) es doble. Por un lado, somos llevados a la pura exterioridad. Saltamos constantemente de un estímulo a otro, de un espectáculo a otro, de una llamada de atención (visual, sonora, táctil, interactiva…) a otra, de una experiencia efímera y de consumo fácil a la siguiente. Por otro, buscamos protegernos del exceso de estímulos, hacemos callo en nuestra mirada y nuestro oído, lo insensibilizamos para protegernos del estímulo siguiente… hasta pasamos las páginas del periódico sin ver o registrar los anuncios. Nos protegemos de los estímulos desarrollando nuestra insensibilidad hacia ellos (especialmente a los más discretos) y los generadores de estímulos se ven forzados a aumentar la carga espectacular de sus mensajes (más ruido, más alto, más visual, más atractivo, más grande, más provocador, más hiriente, más invasivo).

sábado, 27 de julio de 2013

«Oiga doctor, devuélvame mi rebeldía»

Retrato de Joaquín Sabina fumando, Fb oficial.
Aunque sea hacerle de menos como músico, hay que subrayar la fuerza de Sabina como poeta. Una de sus letras, Oiga doctor, me inspiró este Crear en uno mismo. En aquella canción, Sabina se queja de su felicidad y le pide al doctor que le devuelva su frustración, su fracaso, su rebeldía, su pasión. Sin ellas, ya no es él mismo, sino sólo su «caricatura». ¿De veras quiere convencernos Sabina de que la rebeldía forma parte esencial de la vida creativa?

Con su genial ironía, Sabina juega con el doble sentido de algunas palabras que normalmente asociamos a algo malo, y que él demanda como las auténticamente humanas. Objetivamente hablando, nadie puede desear el fracaso, el dolor, la depresión o la frustración. Sin embargo, cuando esas pasiones no nos dominan no sólo no son algo malo, sino que manifiestan dos cosas muy buenas. La primera, que estamos vivos; la segunda, que soñamos con algo mejor de lo que tenemos.

Sabina dice: «Oiga doctor, que no escribo una nota desde que soy feliz»; y esa noticia es habitual entre los creadores. Recuerdo que Juan Manuel de Prada me dijo una vez que es la «insatisfacción» el motor de todo artista, y que un artista satisfecho carece de motivos para escribir. Gregorio Marañón sostiene que la rebeldía es la virtud por excelencia de la juventud. Pero no una rebeldía sin causa, sino la rebeldía como «esa generosa inadaptación a las imperfecciones de la vida» que lleva a los jóvenes a luchar por un mundo más justo.