domingo, 21 de julio de 2013

La verdad y la alegría

Henri Cartier-Bresson, Rue Mouffetard, 1952.
He aquí un buen consejo en nuestra inevitable tarea de formarnos una opinión acerca de las cosas. No digamos ya cuando, además, debemos actuar o vivir conforme a lo que pensamos y a cómo pensamos: «Nunca creas en una verdad que no lleve consigo, al menos, una alegría». La frase es de Friedrich Nietzsche. A este poeta que le gustaba escribir filosofía a martillazos podemos achacarle contradicciones, exageraciones y diagnósticos equivocados. Sin embargo, un análisis pormenorizado de sus escritos revela su particular genialidad: expresar con brillantez y contundencia las debilidades del pensamiento moderno.

En algún momento de la historia de Occidente la búsqueda de la verdad dejó de ser un anhelo, un misterio y una aventura apasionante. Así la entendieron los griegos. «Todos los hombres desean naturalmente saber», escribió el frío Aristóteles. Así la entendieron los medievales, convencidos de que la verdad nos hace libres y nos salva.

El hombre moderno, sin embargo, convirtió la verdad en una certeza subjetiva del individuo; en la voluntad de poder del gobernante; en un juicio de la razón pura; en una pesada carga del intelectual solitario y apartado de la feliz e ignorante masa. La modernidad separó la verdad de la realidad, la hizo solitaria, dogmática, descarnada, la convirtió en deber y la hizo mortalmente aburrida e inhumana. Eso detectó Nietzsche y, por eso, nos repite: «Nunca creas en una verdad que no lleve consigo, al menos, una alegría».

sábado, 13 de julio de 2013

Helen Keller: una palabra… y nace el mundo

Helen Keller, con 76 años, sostiene un libro escrito en Braille. Hulton Archive / Getty Images, 1956.
Helen Keller nació en Alabama durante el verano de 1880. A los 19 meses de vida cayó enferma y el médico determinó que no sobreviviría. Unos días después superó la fiebre y entre la alegría general que se extendió por toda su casa nadie intuyó que Helen no volvería a ver ni a oír. Helen quedó para siempre ciega y sorda.

A los cinco años, su necesidad de expresarse y comunicarse excedía sus posibilidades reales de relación, por lo que caía en constantes accesos de cólera y no pasaba ni una hora de su vida sin sufrir alguna crisis. Parientes y amigos dudaban de que Helen pudiera recibir educación o instrucción alguna. Sus padres no dudaron. Después de mucho investigar dieron con Alexander Graham Bell (sí, el del teléfono), quien se comprometió a encontrar una maestra para Helen. Así fue como Anne Sullivan apareció en la vida de Helen Keller el 3 de marzo de 1887. Maestra, cuidadora, compañera de juegos, acompañante… No podríamos entender la vida de estas dos mujeres sin ponerlas en relación mutua.

La primera tarea de Sullivan, además de acoger cariñosamente a Helen, fue la de enseñarle el lenguaje. Deletreaba palabras con su dedo en la mano de Helen, aunque ésta aún no sabía que cada palabra se correspondía con una realidad determinada. Tampoco sabía qué era eso de «una palabra». Un día, Helen se encolerizó porque no acertaba a deletrear lo que Sullivan escribía en su mano, y estampó una muñeca contra el suelo, haciéndola añicos. «Yo no había querido a la muñeca –relata Helen-. En el mundo del silencio y de tinieblas en que vivía, no existía la ternura, ni ningún sentimiento definido».

Sullivan se llevó a Helen a la calle. Alguien sacaba agua de un pozo y la maestra le colocó una mano bajo el chorro. Cogió la otra mano y sobre ella deletreó agua. Water, en realidad. Varias veces. Lentamente. Helen se concentró en el movimiento de los dedos de su maestra:
«Súbitamente –escribe Helen- me vino un confuso recuerdo, de cosa olvidada hacía mucho tiempo; de golpe, el misterio del lenguaje me fue revelado. Supe ya que agua era aquella frescura maravillosa que me bañaba la mano. Esta palabra cobró vida, hacía la luz en mi espíritu, y lo liberaba, llenándolo de júbilo y de esperanza. […] Todo objeto tenía un nombre, y todo nombre evocaba un nuevo pensamiento. Todo cuanto tocaba en el camino de vuelta a casa me parecía que palpitaba y tenía vida propia […] Al entrar en casa me vino a la mente la muñeca rota, fui a tientas a recoger los fragmentos y traté en vano de volverlos a unir. Se me llenaron de lágrimas los ojos, porque comprendí lo que había hecho y, por primera vez en mi vida, conocí el pesar y el arrepentimiento» (2012: 32).

miércoles, 26 de junio de 2013

El dinamismo del encuentro: cuatro primeros cambios que nos abren a la plenitud



Los filósofos del diálogo sostienen que la plenitud de la vida humana se da en el encuentro. ¿Qué quieren decir con esto? Evidentemente, no se refieren a la mera conversación o trato humano, sino a una forma específica de relacionarnos con los otros que nos permite descubrir quiénes queremos ser y cómo llegar a serlo. Esa forma de encuentro no hay que buscarla en lo visible o en la superficie, sino en lo invisible. Algo que no se ve a primera vista, pero que nos revela en lo que vemos y que es lo realmente determinante para nuestra vida. ¿Cuáles son esos cuatro cambios que se dan en el encuentro con otro y que nos abren a la plenitud de nuestra vida?

El pasado sábado fui invitado para hablar de este tema con una veintena de coaches que actualmente se están formando en el Ciclo Fundamental de Coaching Dialógico® desarrollado por el IDDI de la Universidad Francisco de Vitoria. Para entrar en materia, vimos juntos esta secuencia de la película Veredicto final, protagonizada por Paul Newman y dirigida por el maestro Sidney Lumet.

El abogado Frank Galvin (Paul Newman) está desahuciado, enajenado en su propia vida, alcoholizado. Lleva años aceptando casos fáciles para pactar antes de ir a juicio, cobrar su comisión y sobrevivir, sin tener muy claro si merece la pena hacerlo. Así pretende enfrentarse a su nuevo caso: una clara negligencia médica ha dejado a una niña en cama, con muerte cerebral. Frank va al hospital, toma unas fotos de la niña y, en ese preciso momento, se re-encuentra con su vocación: “soy su abogado”, dice. Irá a juicio y tratará de que se haga Justicia. ¿Qué ha pasado? En el ámbito de lo meramente visible, nada. En el ámbito de lo estrictamente personal, todo. La secuencia, cinematográficamente hablando, es magistral, pero dejaré ese tema para el final de esta entrada. Ahora quiero centrarme en la anatomía del encuentro: el destilado de los cuatro cambios que se operan en la realidad, fruto del encuentro de este abogado con su cliente.

viernes, 14 de junio de 2013

Proyecto blog: descubrir y pronunciar nuestra palabra para el mundo

Obra original de Aranzazucar, tomada de su blog Vida de Peros (ahora en Aranzazucar.com)
La Pedagogía Dialógica es más que un método formativo. Sus conexiones con la Filosofía suponen una forma de comprender a la persona en sus relaciones con el mundo, con las otras personas y con el sentido de su vida. El diálogo, por lo tanto, antes que una herramienta para aprender conceptos, es el vehículo natural por el que cada uno de nosotros, en el seno de una familia y de otras comunidades más amplias (escuela, empresa, mancomunidad, redes sociales…) descubre y configura su propia visión del mundo y su forma particular de conducirse en él.

En diálogo con los otros, sea cara a cara o mediante libros, instituciones, obras culturales, medios de comunicación... vamos descubriendo quiénes somos, quiénes queremos ser, qué opciones tenemos y cuáles son las mejores, qué decisiones queremos tomar, cómo llevarlas a cabo de la mejor forma posible y cómo de satisfechos estamos con nuestros logros.

En ese contexto teórico, crear un blog no es sólo practicar una herramienta tecnológica. Tampoco es sólo una forma de comunicarnos o compartir cosas. Ni siquiera es sólo un hobby, ni una salida profesional, ni una forma de crear una marca personal. Crear un blog puede ser todas esas cosas… pero, antes que eso, y para que todo eso tenga pleno sentido, debemos comprender que publicar un blog es un quehacer que configura nuestra forma de presentarnos ante el mundo, de posicionarnos en el mundo y de pronunciar nuestra palabra para el mundo.

jueves, 30 de mayo de 2013

“Quiero que existas siempre” (El Juego: 2 de 2)

Foto: Marta Esteban-Infantes
Acepté el reto de El Juego que propone Marta en su blog Eme Entrópica a pesar de no ser un artista, al menos en el sentido estricto del término. No obstante, trato de enseñar en mis clases que toda acción auténticamente humana es una obra, lo que los artistas llaman una creación. En ese sentido, todos los seres humanos estamos llamados no tanto a hacer cosas como a obrar, es decir, a proceder de forma que nuestra acción nos mejore a nosotros mismos y mejore a quienes entran en contacto con ella.

Mi arte y mi obrar suelen desplegarse en diversos ámbitos: el arte de convivir con la familia, el arte de la amistad, el arte del encuentro entre maestros y discípulos en la universidad, la fotografía, la escritura, la investigación… Todas esas actividades son artes, con su parte de técnica y su parte de genio personal. Quizá en todas ellas pongo algo muy mío: una especie de pensar con. Creo que el pensar-con es la condición necesaria para un con-vivir creativo.

La creación que me propone Marta para que responda con una creación mía es la foto que encabeza esta entrada. Lo que estás leyendo es mi respuesta a esa obra. Es un pensar-con Marta en un diálogo mediado por su arte de hacer fotos y el mío de escribir. Y su arte de hacer fotos me sugiere tres grandes temas. La convivencia, la permanencia y el amor.