lunes, 24 de marzo de 2014

Adolfo Suárez: su última lección de política, comunicación y convivencia

Adolfo Suárez habla con la prensa en la Embajada de España en París, 1975. GETTY

«En 1980 Adolfo Suárez concedió una entrevista a Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. “Un presidente no puede ser tan sincero”, dijeron». D7 Los domingos de Abc publicó aquella entrevista con motivo de su 75 aniversario el 23 de septiembre de 2007. Hoy la ha rescatado ABC, por razones evidentes. La actualidad de los contenidos, más allá del personaje, es ahora más relevante que entonces. Los azares de su historia convierten esta entrevista en su última aparición pública, aunque aconteciera 27 años antes. Es su testamento político para nosotros.

Te recomiendo leer la entrevista entera: nos ayuda a recordar que en la vida pública siempre hay una persona detrás del personaje. Aquí reproduzco algunos párrafos directamente relacionados con la temática del blog, acompañados de una breve reflexión. Cierra esta nota su discurso electoral de 1977, con su famoso "puedo prometer y prometo", que nos permite repasar con sus palabras lo que hizo, lo que dijo que haría y lo que efectivamente logró.

«—[los españoles] tienen derecho a conocerle. Si le votan, y si se ponen en sus manos, necesitan saber con quién se juegan el porvenir.
Sí. Ellos tienen derecho; y yo tengo la obligación de explicarme. Estoy de acuerdo. Y voy a procurar remediar ese desconocimiento; a darles una respuesta. Quiero utilizar más los medios de comunicación. La televisión sobre todo... porque en televisión soy responsable de lo que digo, pero no soy responsable de lo que dicen que he dicho... Tengo muchísimo miedo de cómo escriben después las cosas que he dicho […]
—Quizás el problema es también nuestro, de la prensa. Últimamente parece que algunos nos sentimos demasiado inclinados a ser protagonistas.
Sí. Yo noto ese afán de protagonismo. Algunos periodistas me preguntan sobre un tema político para tratar de convencerme de sus posturas. Entonces les digo: ¿Ustedes, qué quieren: saber mi opinión o convencerme de la suya?... Porque si vienen a hacerme una entrevista, les interesará conocer mi criterio, supongo. Y tendrían que escucharlo libre de prejuicios. Después, ustedes lo estudian, se informan y, si no les gusta, lo critican... Después, todo lo que ustedes quieran. Pero sólo se tienen presentes a ellos mismos. Escriben para ellos mismos... […]
Y noto, además, que algunos periodistas no intentan obtener los datos necesarios para hacer una información exacta. He hablado de Autonomías con un grupo de periodistas. Y les he dicho: ¿ustedes se dan cuenta de que han desprestigiado totalmente el estatuto gallego? Les pregunto: ¿lo ha leído alguno de ustedes? Y no... ¿Y han leído ustedes el título octavo de la Constitución?... Y no. […]
Así me va... Soy un hombre absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio bastante notables... he sufrido una enorme erosión.
—¿Y por qué no intenta arreglarlo? Debe tener una solución.
Si. Pero la tiene utilizando los mismos procedimientos; y no me gusta. No quiero convertirme en un hombre que busca sectores que lo cuiden, que lo mimen... ¡En absoluto, no va conmigo! Yo sólo digo que me juzguen por mis obras. […]
El 80 por ciento de lo que se escribe de mí no responde a la realidad... ¿Y qué voy a hacer? ¿Usted sabe lo que supone pasarse el día rectificando?[…]
Al final, he llegado a la conclusión de que los políticos son hombres como los demás. En el fondo, las cualidades que verdaderamente cuentan son las humanas.
Un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados... Gracias a Dios, yo no lo he olvidado nunca. Pero se sufre porque no puedes tomar decisiones satisfactorias a corto plazo para todos los españoles. Aunque esperas que sean positivas en el futuro y asumes el riesgo... Hay personas que no ven a los gobernados uno a uno... Yo los sigo viendo. ¡Les veo hasta las caras! Otro requisito indispensable en un político es la capacidad para aceptar los hechos tal y como vienen, y saber seguir hacia delante. Nunca puede sentirse deprimido. Tiene que continuar luchando. Confiar en lo que siempre ha defendido y en los objetivos programados a largo plazo... Pasar por encima de las coyunturas. Porque, a veces, las circunstancias pueden desvirtuar el destino histórico de un país. Y es preferible decir sí a la Historia que a la coyuntura. Yo lucho, intento luchar, contra esas coyunturas. […]
Hay que estar dispuesto a aceptar un grado enorme de impopularidad —como en una confesión hecha a sí mismo, arrastra las palabras—. Pero yo estoy dispuesto a eso. Lo estuve desde el primer día en que fui presidente. […]
Cuando en el año 77 se consolida la democracia y las leyes reconocen libertades nuevas, pero también traen aparejadas responsabilidades individuales y colectivas, empieza lo que llaman el desencanto... ¡El desencanto! Yo no creo que el pueblo español haya estado encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos casi nunca.
Tuvimos que aprender que los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común... La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español. […]
Pero le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España... Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen.
[…] Mi mayor preocupación actual es la convivencia. La democracia puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para que los españoles convivan por encima de sus ideas políticas; que las ideologías no dañen las relaciones de amistad, de vecindad.
Sé que es un objetivo posible; estoy convencido. Y si lo conseguimos, habremos hecho una labor histórica de primera magnitud. Por fin habríamos acabado con todas las previsiones de enfrentamientos históricos. La transición española dará un ejemplo al mundo.
El símbolo, para mí, es que sean amigos personas de partidos diferentes, pero amigos. Que por la mañana puedan ir a votar juntos, y después sigan charlando y discrepen, pero civilizadamente. Que no traslademos al país nuestro rencor personal. Que no ahondemos con diferencias políticas las diferencias regionales y económicas que ya existen. Diferencias que, además, tampoco son insalvables... ese es mi auténtico objetivo. Esa sería mi compensación.
[…] Cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años... Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses.
Admitirá que luché, sobre todo, por lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los principios..., y en caso de duda, me incliné siempre por los principios.
[…] Yo suelo decir que me he empeñado en un combate de boxeo, en el que no estoy dispuesto a pegar un solo golpe. Quiero ganar el combate en el quince round por agotamiento del contrario... ¡Así que debo tener una gran capacidad de aguante!...
Es una imagen que refleja bien mi postura. Si en mis decisiones públicas hubiera un pequeño ingrediente personal —el más mínimo— derivado de las ofensas que he recibido, en ese mismo instante me marcharía. Porque estaría cometiendo los mismos errores que se han cometido históricamente. Caería en las equivocaciones de esos políticos que, por razones personales, llevaron a España a enfrentamientos muy graves.
A veces cuesta un gran esfuerzo mantener esta actitud... A mí me han estado insultando de una forma tremenda... Y yo he seguido saludando con el mismo gesto, con la misma intención, hasta con el mismo afecto, a la persona que me insultaba.
[…] Eso es tener un cierto sentido de responsabilidad —de nuevo su voz se vuelve hacia sí mismo—... de responsabilidad histórica... que la da el cargo. Yo he sido siempre un hombre responsable.
Y también me influye la ilusión que conservo. La ilusión de que es posible conseguir lo que me había propuesto. Los políticos se rinden, a menudo, porque no ponen todo el esfuerzo necesario para alcanzar la meta; porque priman los objetivos a corto plazo. Pero yo todavía tengo una enorme ilusión. La misma que tuve toda mi vida».
Como habrás visto por las fechas, unos meses después de esta entrevista Adolfo Suárez dimitió. Sus palabras y testimonio fueron diluyéndose. González y Aznar no supieron aparcar con igual rotundidad los intereses particulares o ideológicos del bien común. A Zapatero y Rajoy expresiones como “bien común” o “Historia” les quedan grandes. Es como si les avergonzara pronunciarlas.

Suárez repasa en esta entrevista los males propios de la incomunicación, que incluso un hombre de su talla y éxito profesional sufre terriblemente en primera persona: la falta de veracidad y confianza, la difamación y la mancha del buen nombre, la imposibilidad de encontrar un terreno común para el debate cuando al otro le interesa más vencer que encontrar ese espacio común. Al tiempo, reconoce la necesidad de una comunicación más plena y sincera, más transparente, del político con los ciudadanos, aunque eso le lleve a encajar muchos golpes bajos y dolorosos. En esta entrevista denuncia ya las enfermedades más terribles del Periodismo y la Política en España: el espíritu partidario que vela por los propios intereses, siendo un mal ejemplo y alentando más a la división y al odio que al encuentro y la sana convivencia.

Suárez subraya con lucidez que la democracia es sólo una forma de regular la convivencia, la menos mala, pero también la más exigente. Lo es porque nos obliga a todos a vivir en diálogo, que es mucho más difícil que limitarse a mandar u obedecer. Vivir en diálogo nos exige escuchar y renunciar a los prejuicios, nos exige exponernos tal cuál somos, nos obliga a purificarnos de nuestros intereses y caprichos particulares, por legítimos que sean, en nombre del bien común. Nos exige trabajar juntos, codo con codo, abrazados al radicalmente distinto, pero hermano.

Por último, nos revela parte de su secreto: la responsabilidad, la ilusión y encajar todos los golpes sin devolver ninguno. Quien quiera entender, sabrá quién fue su maestro en poner siempre la otra mejilla. Nos deja un gran testamento político que es a un tiempo un gran un testimonio personal.

Merece la pena repasar los vídeos del especial de RTVE "Muere Alfonso Suárez". Aquí, un aperitivo: su "puedo prometer y prometo" en la campaña electoral de 1977, que nos ofrece un ángulo muy distinto que la citada entrevista, aunque reconocemos en ambas a una y la misma persona. Gracias, Presidente. Descansa En Paz.

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